17.12.05
el mundo
Sue mira el mundo desde la ventana
los campos de azul y pardo
el valle hendido en las copas
el crujir de un auto, la fuente entristecida del parque
esta hora, la misma de ayer,
mete su audacia en el mar de gente,
Sue la toma como un pretexto, una confitería
sin otro dueño que sus ojos
¿quién tiene el color para enlucir los días?
pregunta dejando un cristal en la persiana
tarde o temprano vendrá la amnesia
cerrará la tarde su párpado marino
este mundo y sus ventanas tendrán otra pupila
y el rostro de un pasajero en el peldaño
un niño que apenas descubre un hilo de luz
y lo bebe
es grande Sue cuando se aquieta en la ventana
son grandes los ojos cuando uno mira
caer el mundo como un trazo de Segal.
13.12.05
Púrpura
30.11.05
Mai neim
Vamos a ver. Me llamo Dante Alejandro Velázquez Limón, un nombre largo pero simétrico (5,9,9 y 5 letras), dividido en dos hemistiquios, uno de cinco sílabas y otro de seis, que juntos forman un verso endecasílabo, como queriendo ser muy “clásico”. Agradezco a mis padres la dupla hacia la cuál me inclino como un admirador: el Dante Alighieri y el Alejandro Dumas, sin dejar de lado al Dante Gabriel Rosseti o al Alejandro Aura. Con mis apellidos no hay mucho relajo, pues nunca ha sido mi anhelo tener blasones. Velázquez es un apellido normal, con parientes normales y ajenos al ajetreo social. De lo Limón llevo mi carácter agrio y enverdecido, así como un pariente de nombre Pánfilo Limón, lugarteniente de Martín Díaz, con quien se trepó a la Mesa Redonda durante la guerra cristera. De todos modos me declaro anti-cristero. Y qué. En google puede uno encontrar un montón de dantes alejandros, por cierto muy feos. Dicen que anda por ahí, en Guadalajara, un poeta llamado Dante Alejandro, el cual despliega versos en los camiones urbanos en lugar de cantar tragos de amargo licooooor. A ver si un día de estos lo saludo, como ya saludé al otro, al hijo predilecto de Jilotlán y gran narrador, conocido en el mundo mundano como Dante Medina. Quien nunca me ha apetecido como tocayo es aquel, el ex canciller de Argentina: Dante Caputo. |
29.11.05
Bienvenida a López Obrador
Quiero hablarte del paisaje donde nací: está tierra dura, desquebrajada, que año con año espera unas lluvias que sólo miran de reojo. Es una tierra que ha hecho duros también a sus hombres, a fuerza de arar una piel delgada y triste, bajo los sombreros de ala ancha y los matorrales de espina. Por algo llamó Agustín Yañez a los Altos de Jalisco “las tierras flacas”.
A nombre de los ciudadanos que hoy te acompañan, te ofrezco una grata estancia. Seguramente la tendrás, pues Lagos de Moreno lleva esa vocación desde que fue fundada, en 1563. Por eso construyó caminos a todos los vientos, mesones y estancias para el reposo de norteños, capitalinos, extranjeros o los que vienen del trópico como tú.
Lagos de Moreno no es la mejor ciudad de este mundo, pero es la única que poseemos y a la que hemos construido, golpe a golpe, lejos de Guadalajara y aún más (lejísimos) de la Capital de la República. Esta iglesia que ves fue levantada por una villa de solamente nueve mil habitantes, en el siglo XVIII. Todo lo hacemos por tercos y en la adversidad.
Hace casi dos siglos, un laguense, el licenciado Francisco Primo de Verdad y Ramos, proclamó la soberanía del pueblo mexicano ante la metrópoli española. No tenía escapatoria, pero era justo hacerlo. Pedro Moreno se levantó por la independencia cuando estaba casi sofocado el movimiento. Fue abatido y decapitado. Mariano Azuela fundó la novela revolucionaria atrincherado en la sierra, luego se exilió del país. Alfredo R. Plascencia, el poeta de Jalos, escribió sus mejores poemas desterrado por el arzobispado en un pueblo sin nombre. Manuel González Serrano pintó sus profundas tristezas en el manicomio. Hoy, nuestros hermanos cruzan la frontera porque Los Altos son tierra no prometida. Algunos no regresan más.
Como la tierra, somos duros, pero entrañables y productivos. Encendemos las mañanas con el arriero, se ordeña la vaca, levantan los albañiles pedazos de ciudad, y le damos a México nuestro producto. Deberás, Andrés Manuel, comer la tuna de Ojuelos, los quesos de Lagos y echarte al hombro un zarape de Teocaltiche. Deberás, digo, porque ya te estamos llamando. Deseamos compartir tu proyecto de nación, aún en la adversidad y con el yunque al cuello. Esta es una región donde ser librepensador y ejercer la libertad se goza más porque más fuertes son las cadenas. Nos estan dormidos campesinos, obreros, universitarios, profesionistas, amas de casa y alteños en los Estados Unidos.
Andrés Manuel, tu paisano Carlos Pellicer escribió: Trópico, para qué me diste las manos llenas de calor, todo lo que toque se convertirá en sol. Estoy seguro, que tú también vienes con las manos llenas de calor. En Lagos de Moreno y en todos los Altos de Jalisco, somos muchos los que te ofrecemos las nuestras para convertir este país, de una vez por todas, en sol. Bienvenido a casa.
6 de octubre de 2005
Fray Alejandro de Arce
23.11.05
Victoria Beckham y Dulcinea
Victoria Beckham, esa especie de Barbie con etiqueta de Spice Girl, no ha leído un solo libro en su vida, ni siquiera su propia autobiografía. Ella lo dijo. Es entendible, pues –voy con Madonna- una chica material está programada para llenar las revistas del corazón, anuncios espectaculares y desfiles fashion, no para agregar neuronas a su cabecita de maniquí. Su función es meramente visual, aromática y de carnada con texturas gratas al consumidor. Lo preocupante es el presidente de una república que aplaude a quien no lee periódicos, un funcionario al que le dan roña novelas inofensivas como Aura o un Suprema Corte de Justicia que condena las irreverencias verbales de un poeta provinciano. Con ese dulce panorama es difícil pensar en un país “de lectores” o, por lo menos, en un puñado de ellos. Tampoco podemos celebrar los cuatrocientos años de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha como lo merece Cervantes, leyéndolo, y no sólo con homenajes y lecturas rimbombantes. ¿Cómo leer el Quijote, si hasta Aura, una novela corta (¿o un cuento largo?) se nos complica en esta actualidad fragmentada? Quién sabe. Lo dice uno que, como Fox, aún no ha leído La Iliada ni La guerra y la paz, novelas de extensión considerable para holgazanes. La única posibilidad es agarrar el librote como se agarran los juguetes y pepenarse un rato lúdico media hora al día (lo mismo que duran Lente loco o Mujer, casos de la vida real). Las grandes obras se disfrutan así, de a poco y con los sentidos dispuestos. no con la fuerza acostumbrada por muchos maestros de literatura en secundaria y preparatoria, alérgicos a los libros. El Quijote es una obra diversa, apta para monjas, carniceros, intelectuales, niños, lascivos, judiciales y amas de casa, sin problemas para entenderla y enamorarse de ella y de sus personajes. Está plena de catorrazos, enseñanzas, amoríos, elocuencia, artimañas, magia, pasiones y vagancia. O sea, lo que a todos nos gusta. Conozco más de dos arrepentidos con el final de la telenovela Rubí. Nadie que haya leído el Quijote se ha arrepentido. Algunos hasta terminan como doctos caballeros en busca de una Dulcinea igual a Victoria Beckham. Después de todo, la Spice Girl es también pura ficción. Puro silicón, Loreal, Vanity Fair, gel y sesiones inacabables de spa. |
Oficio de ser
Hace unos trece años apareció en Expresso de Jalisco una sección cultural llamada Ronroneos, con la finalidad de atacar el desamparo en el cual se encontraba el periodismo cultural de esta ciudad. Los responsables de la sección éramos Irma Guerra y yo, quienes, como jóvenes y mesías a los que nadie llamó, pretendíamos introducir al universo local temas “extrañísimos” (como el rock, Jaime Sabines, Federico Nietzche o el teatro del absurdo) y darle un chapuzón distinto al arte, arañando el mito de los hombres ilustres y publicando textos de jóvenes poetas e ilustradores cercanos a nuestra generación.
Como es de suponerse, y aún sucede en los medios laguenses, los ronroneos no pasaron de cinco ediciones y se volvieron polvo en la memoria de todo mundo. Al margen del entonces taller literario de la Casa de la cultura nos reuníamos eventualmente para charlar de poesía y porque ambos teníamos en ebullición un propósito común y silencioso: publicar un poemario.
Afortunadamente, la cordura estableció su gobierno: mantuvo guardados los poemas o los envió al cesto. No era momento de echar al vuelo textos de pobre calidad, aún lejanos al rigor literario y a la autocrítica. Habría que sumar experiencias y ejercer con seriedad el oficio de escribir.
De esa fecha a hoy, Irma Guerra trabajó como bibliotecaria y periodista, colaboró en otra malograda publicación de nombre Paralelo 21 (amparada en la Preparatoria Regional por Roberto Castellanos), ganó los Juegos Florales de Lagos, fue a vivir a la Ciudad de México, donde estudió la Licenciatura en Letras, y volvió a Lagos para integrarse a la Universidad de Guadalajara, su casa de trabajo actual.
Este tiempo ha sido basamento para construir Oficio de ser, poemario editado este año por el Centro Universitario de los Lagos, junto con los de José Miguel Becerra y Marco Vinicio Félix, miembros (los tres) el taller literario que coordina en Unión de San Antonio el escritor Fernando Solana.
Oficio de ser no es sólo el título del poemario, sino un ejercicio cotidiano de Irma Guerra, una mujer enamorada de los libros y el rancho, con quien puedes hundirte por horas si hay como piscina un pretexto literario. Es buena conversadora, dueña de la sobremesa y los oportunos chistes. El amor a su ciudad y el estudio de ella le ofrece certeza para seguirla amando. Levante la piedra quien ame tanto a Lagos como Irma Guerra. Recurre a Sor Juana o a León Felipe lo mismo que a los locales González León, Rosas Moreno y extraños como Fernando Nordesternut o Francisco García Diego.
Oficio de ser, este poemario que se postergó por una década, rehaciéndose precisamente en el oficio de ser de la autora, representa un esbozo inicial de lo que será en adelante la obra de Irma Guerra. Despliega una poética clara –no por eso llana- que husmea la frontera de la prosa, sin levantar los pies del territorio lírico. Desde niña te amé, mi Sor Juana, dice Irma sin recurrir a escondrijos literarios y adueñada de la décima musa: Mi Sor Juana.
Los versos establecen una confesión constante, siempre en primera persona y lanzando el anzuelo a la evocación o al anhelo.
Oficio de ser es un poemario de amor, aún en la renuncia del mismo. Amor a las cosas inmediatas, a la nostalgia y la intimidad del sujeto. Amor a la tierra y al despojo de la pareja. No hay aspavientos ni tormentas en el lenguaje, hay un despeñadero interior que en las palabras se va escondido. Paul Valéry describe mejor esta idea cuando dice: Esa voz hiriendo el aire apenas. No sé ustedes, pero el “herir apenas” ya es herir.
No quiero por el momento averiguarles la lectura de este libro. Sólo comparto con Fernando Solana la sugerencia de un fragmento con evidente penetración:
Ya no queda rastro de ti en la casa.
Se fueron tus zapatos,
La camisa que compraste aquella tarde,
el olor a loción de los cajones
y el suéter horrible que tejí para ti,
Quería quedarme con algún recuerdo
Pero con dolía tanto
Tiré todos los años compartidos
Sólo me quedé con tus hijos.
Para llegar a Oficio de ser, Irma Guerra ha transitó una etapa de su vida con rotundos giros y no especuló la espera. Irma es mi amiga dolida de Lagos y ha escrito un poemario de amor, pues seguirá enamorada sin remedio: de este aire, de su ciudad y del oficio de existir.
4.10.05
Budapest (fragmento)
9.8.05
Pimitivo Serrano y los boquetes
Hace unas semanas, en su programa de radio, David Guerrero denunció la apertura de “sendos boquetes” en un inmueble del Centro Histórico de nuestra ciudad, así como un escalón de mármol dañado por alumnos del Colegio Pedro Moreno en el vestíbulo del teatro José Rosas Moreno, ante la impotencia del Director de Cultura del Ayuntamiento, Eduardo Mata, quien intentó en vano sancionar y hacer restituir el daño a la escurridiza escuela. Del mismo modo, la señora Alicia Zamora ha denunciado el daño que día a día sufre la iglesia del Calvario y su entorno, debido a los rayones que a diestra y siniestra perpetúan amoríos en la balaustrada, o a los clavos que comerciantes (durante las fiestas de agosto) y actores de vía crucis dejan en la cantera. Estas y otras acciones hormiga pululan últimamente, dejando rebasados al INAH y al Ayuntamiento, como si el poder de la “necedad” tuviera mejor argumento que las razones para la conservación del patrimonio. El trabajo por generar decretos y reglamentos, implementar normas, aplicarlas y promover programas de estímulo a poseedores de inmuebles con valor patrimonial, parece no ser prioridad del gobierno y deja mal parados a todos los actores que durante años han trabajado en generar los instrumentos legales y técnicos convenientes para nuestra Zona de Monumentos Históricos. También quedan mal parados los laguenses que fueron construyendo la ciudad, dándole una identidad y un rostro que al primer marrazo (léase “madrazo”) se viene abajo. Si esto sucedería en los Estados Unidos -país adorado por los destroyer y “amantes del progreso”- la ley sería implacable, pues en gringolandia se respeta con mayor consistencia el patrimonio, por muy “insignificante” que parezca. Los laguenses edificaron una ciudad con dos características básicas: unidad y armonía, términos de arte aplicables en la arquitectura y el urbanismo, y que valdría la pena ampliar en otra ocasión. Uno de ellos fue Primitivo Serrano, un arquitecto cuya obra catapulta la arquitectura hacia el modernismo. Primitivo Serrano vivió la segunda mitad del siglo XIX y fue un personaje activo de la sociedad. A las actividades propias de su hacienda (el Alto de Moya) sumó su labor de arquitecto y algunos periodos de función pública, ya fuese como presidente o regidor. Algunas crónicas señalan que estudió la carrera de ingeniería civil y es probable que en algún momento de su vida haya viajado a Europa, en donde conoció los conceptos de la arquitectura en voga que posteriormente aplicó en sus proyectos. Entre sus obras destacan los proyectos para el teatro José Rosas Moreno, la Casa Serrano, la Casa del rey dormido, la Casa Montecristo, remodelaciones a las haciendas de Moya y Las Cajas, perteneciente esta última a su hermano Celso, de quien se cuentan terribles leyendas sobre su muerte. Intervino las fachadas de algunas casonas y colaboró en la introducción de infraestructura y equipamiento urbano. Pertenece a esa serie de arquitectos iniciadores del modernismo en esta región, como Luis Long o Refugio Reyes, a quienes se debe gran parte de la imagen urbana de León, Guanajuato y Aguascalientes. La obra de Serrano es conocida por todos. Sin embargo, el arquitecto permanece en tinieblas –en la oscuridad plena- para historiadores, arquitectos y para el ciudadano común. No ha sido valorada su aportación al desarrollo de Lagos. Mientras no conozcamos el origen de nuestra sociedad y las circunstancias que han permitido la arquitectura donde habitamos todos los días, habrá personas que sigan abriendo llagas a la ciudad y dañando la obra de ciudadanos certeros como Primitivo Serrano. David Guerrero tiene razón en no utilizar eufemismos. No podemos llamar “apertura de vano” a un sendo boquete. |
9.6.05
La curva
La constelación enternecida
suma cauces al abrir la noche
espionaje de plata que asume a la codicia
un cielo impalpable.
¿Yo qué soy bajo el pulpo de los años:
papeleta de un festín
ventisca?
No hay mundo asidero en este mundo
donde todo cabe y nada yace al pie
de la memoria
Ni la poesía eleva siluetas del grosor marino
se inhibe como una flama
desciende al tacto del ojo celeste:
sumisa por naturaleza
Cuando sea grande quiero ser el recto mar
donde sucumben estrellas
quebrar de golpe la curva
ser menos poeta, menos hombre de tierra
todo agua para ascender con el calor
y volver en las gélidas mañanas
prendido de un cristal.
6.5.05
Pecado Subirachs
A ingres (1988), Subirachs
La piedra:
madura, florece
abre su pulso a golpe de viril filo
tajadura vegetal
llueven la piel solares manos
espasmo de polvos
crujir de tierra encinta
parábolas descienden, perfilan mareas
asumen el nombre que nace en la hiedra
metal y roca
filamentos bajo sol y baño de cristal
la piedra, blanca dermis, se deslumbra
al saberse nueva
ensangrentada.
22.4.05
Arquitectura y Erotismo
de un remolino, nada un rato aún
y luego se hunde y ya no sabe nada de sí misma;
cuando este ojo, que descansa en apariencia,
se abre y la sepulta en él con un bramido
y la rebata a su interior, hasta la roja sangre…
A diferencia de la escultura, su hermana la arquitectura posee los espacios del placer, las ataduras internas. Quizá por ello no sea, como lo señalé arriba, explícita. Y no lo es en cuanto a que comparte ese lenguaje arcano también el Erotismo. Se circunda, se concentra. Acontece en sus propias savias el proceso sensual. En sus transiciones lúdicas. En la escultura el vínculo erótico adquiere piel y se vitaliza en ella. Hay muchos ejemplos, como la "Dona y Ocell" de Joan Miró, en Barcelona, "El beso" de Rodín, las representaciones fálicas prehispánicas o los catálogos en piedra de la India.
El año pasado, el Colegio de arquitectos de Cataluña realizó la exposición titulada “Erotica Architectonica”, en la que planteaban: “la arquitectura es un arte erótico, puesto que su vivencia implica la totalidad de los sentidos humanos a la manera en que se produce el contacto con otro cuerpo”. Según los investigadores Fredy Massad y Alicia Guerrero Yeste, los expositores, ese contacto tiene cuatro líneas generadoras: la forma (el cuerpo), el ornamento (la piel), los espacios (estructuras de Eros y la psique erótica) y los territorios (espacios o jardines del placer).
Estas líneas, a mi parecer, pueden asirse en dos fases: la creadora, en la cual el arquitecto se encuentra sólo, en el proceso de “hacer la arquitectura”, duelo amoroso e incompartible, inmerso en el objeto arquitectónico, el restirador o la computadora; y la fase recreadora, que se goza una vez construido y habitado el espacio: la exploración sensual, la permanencia y el goce.
Hay múltiples ejemplos en este tema, incluídos palacios romanos y bizantinos, catedrales góticas, obras de Paladio, Barragán, Foster, Jacobsen, Rossi… En nuestra ciudad, la Rinconada de Capuchinas, obra de Salvador de Alba (que Carlos González Lobo define como “peradigmática”), es un caso pleno, anidado entre edificios amorosos y un perfecto conocimiento de la piel, las atmósferas y los tributos que el espacio puede ofrecer al acto erótico, y que ya antes había ofrecido a otro sensual llamado Francisco González León.
Qué rico tema ¿no?
5.4.05
Canto de Sirena
no merece andar la calle en alta hora
Se ha ungido el vino de mi alacena
y pretende llevarme a cuestas por bares donde ni amigos tengo
Tiene el pelambre de los árboles
el crujir de un volante no leído
la sal del mercado, hilos que silban en corredores
s s s s ss s ss sss ss ss s sss sss ssssss s
mala hora en que apostó su carcajada a mi hombro
súbita la muy muy
como esos golpes radiofónicos del cielo
¿será porque enfermo beso su empeine y la maldigo quedo?
Aguas con la soledad reseca y deambulante
somete su beatitud y te lleva por calles vagas
a craquelar hielo y empinarse madrugadas de gata
es una canija que bebe alcohol y follaje
Pero tiene mi espalda, veinte bares encendidos
y canto de sirena
28.3.05
¿Quién teme a Calatrava?
De ellos, el más joven –nació en Valencia en 1951- es Santiago Calatrava, conocido por su trabajo en las estructuras y recientemente popularizado con el complejo deportivo de las olimpiadas de Atenas. Tiene título de Arquitecto (1974) y de Ingeniero Civil (1979), ya que desde un inicio pretendió hacer una carrera integral. Además es un celoso escultor, de ahí que se le llame en bienintencionadas ocasiones “esculto-arquitecto-ingeniero”, aunque él prefiera llamarse Arquitecto, como término que concentra por sí solo la técnica y la plástica.
En la década de los años ochenta inicia su actividad con obras que ya despertaban interés, sin embargo fue hasta la olimpiada de Barcelona (1992), cuando sorprende al mundo con su Torre de Telecomunicaciones en el Estadio de Montjuic, cambiando la tipología tradicional de las antenas por un perfil antropomórfico y de exquisito equilibrio que, por si fuera poco, tiene función de reloj solar y es uno de los nuevos símbolos de esa ciudad mediterránea.
Es la obra de Calatrava un reconfortante motivo para quienes añoramos las estructuras no solemnes, sino más bien heterodoxas (y sin embargo “vivibles”), herederas no sólo de la tradición medieval europea o del estructuralismo de Pier Luigi Nervi, sino de la simbiosis entre el experimental Gaudí y las alternativas que ofrece la tecnología actual, expresamente el hierro. Además, su tributo al paisaje se manifiesta mediante la síntesis, no sólo de los volúmenes, sino del color. Para Calatrava, la neutralidad el blanco resume todo respeto al paisaje y ofrece personalidad a la obra arquitectónica.
El blanco, por tanto, es su color de batalla, el cual ha aplicado en sus principales obras: los puentes de La Cartuja de Sevilla, Mérida, Bilbao y Buenos Aires; ese gran bicho conocido como la Estación de Saint-Exupéry, en Lyon; el aeropuerto de Sondica en Bilbao y, su obra más completa hasta hoy, la Ciudad de las Artes y las Ciencias en Valencia, plantada a orilla de un lago como un gran ojo que vigila el escenario en que se transforma la vida valenciana.
“Mi trabajo es más figurativo que organicista, en el sentido de que lo que me interesa son determinadas asociaciones esculturo-anatómicas, basadas siempre en modelos estáticos tremendamente puristas. Trabajar con estructuras isostáticas te lleva casi inevitablemente a esquemas de la naturaleza”, señala Calatrava, en quien los españoles han distinguido al heredero directo de la obra que un siglo antes patentó el genio de Antonio Gaudí. Ambos profesan la arquitectura orgánica, sedienta de atarse a la tierra, evocándose con elementos propios del sitio, donde la tecnología y los materiales se descubren cómplices de la plástica y extensión simbólica de la función de los espacios.
Según Calatrava, su obra es “inspirada” únicamente, por lo que en ningún momento pretende la Interpretación de la naturaleza. Más bien alcanzar a través de ella la síntesis del volumen con sus dos relaciones fundamentales: la utilidad y la estructura. Lo demás es condimento.
No nos debe extrañar que la obra de este genio español siga acrecentando y otorgando identidad a la arquitectura del siglo XXI, pues su sobresaltada popularidad le ha abierto los medios para trabajar en innumerables proyectos alrededor del mundo, de los que aún esperamos sorpresas múltiples, como las que ha dado en sus tres líneas de oficio. El único temor que le debemos profesar es el de la espera.
Como señaló Joan Lerma en 1993: “Calatrava forma parte de esa vena, a la vez opulenta y ascética, que le consagra como uno de los arquitectos más comprometidos de la estética contemporánea”.
4.3.05
Rúbrica
La sombra eres tú
el alto celador de la torre
andando al sur como una serpiente
un perro se perpetua en silencio
las palmas del viento acechan tras la celosía
y la ciudad pretende un letargo
que brumas y adolescentes no le ofrecen
He tenido otra vez tu noche a mi planta
hendida como lóbrego laberinto
de un heraldo golpeador
escondido tras la ventana
Al asomarme ha bramado
el horizonte con metales de argentina
la falda del viento acusó tu rúbrica
y la lámpara cedió a las tinieblas.
Tom Yorke y las diez
se han puesto yacentes las horas
y tu hermoso jardín desvanece bajo
el ministerio de las sombras.
Cascabelean las persianas del comedor
el tránsito es apagado
y un aro asciende por la calle.
Has tenido algo que ver esta noche
de pavorosa televisión y cereal
metido en las faldas del cortinero
bufando en los cables
mientras anido mi pupila en el muro ese.
El ensueño es un plácido lugar, Tom
ahí te acechan alimañas y flores
sedientas como amnesia,
umbrías en la boca del hierro
y todo el beat endiablado de la sala al estudio
Ni el perro anduvo a esta hora
como tú, sin consideración.
11.2.05
La poética del metal
Iniciado el siglo XXI, el nuevo símbolo de Londres es una gota de cristal y acero que parece arqueada por la brisa del Tamesis, justo en la orilla opuesta de la Gran Torre. Esta obra de suave geometría es el City Hall y fue diseñada por el arquitecto de más prestigio en la bretaña reciente: Norman Foster, nacido en 1935, ganador –entre un centenar de premios- del Pritzker en 1999 y ascendido a título de Caballero por la Reina Isabel en 1990.
El City Hall es hoy sitio obligado para el turismo y referencia de la nueva expresión londinense. Semeja una cúpula que se desarticula, en franca resistencia a la simetría. Aunque el cristal es el componente externo del edificio, la verdadera voluntad se establece en el acero y sus vértebras, que se relajan y proveen al espacio cualidades poco habituales en la arquitectura.
Y es que Sir Norman Foster ha llevado en éste, y en gran parte de su obra, el acero a conductas orgánicas, ajenas a una mera función de soporte, sometiendo al cristal sólo como pantalla o como una membrana sugerente del verdadero “organismo interior”. Bastan ejemplos como la Facultad de Derecho en la Universidad de Cambridge, la cúpula del Reichstag, la Estación de Canary Wharf o el respetuoso y emotivo (disculpen tanta calificación) Carré d’ Art en Nimes.
El metal es principio y fin del espacio en Foster; es un hilvanador de secuencias y un partidario de la línea curva, la línea recta (en la mayor quietud posible) y los entramados. Es la poética de la transparencia, donde los planos son frágiles y el exterior parece inmiscuirse.
“A veces comparo nuestra creación con las cuentas de un collar, cada una de las cuales representa un proyecto dentro de la línea del tiempo. Algunas cuentas parecen más valiosas que otras y son las que, en mi opinión, han ampliado los límites de la invención”, señala Foster, quien más que arquitecto se reconoce diseñador, y llama “nuestro” al trabajo que ha producido con su grupo interdisciplinario a lo largo de cuatro décadas, en un espectro de obras que representan uno de los valores intrínsecos de la arquitectura y su espíritu como producto humano: la emotividad.
Este fervor de Foster y el placer por despejarse en lo mayor posible de las caras herméticas o el rectángulo impetérrito, me recuerda un poema donde Alfonsina Storni expresa la angustia que le producen los paisajes rígidos de la ciudad, al grado de concluir “…yo misma he vertido ayer una lágrima, Dios mío, cuadrada”. Tal vez por eso, el arquitecto ha dejado una lágrima frágil a orillas del Tamesis, para mirarla temblar en medio de todo ese argumento marcial que guarda Londres.
No sé hasta donde se puedan pensar nuevos hitos como el City Hall en nuestras ciudades mexicanas, y no fracasados emblemas (permítanme mencionar los Arcos del Milenio en Guadalajara) o monumentos patrioteros; sin embargo, el espacio aguarda un Foster que bosqueje su nuevo paisaje.
Pintar la Arquitectura
-Goethe
Un amigo me invitó a admirar el mural que pintó en una sala de su casa, donde recrea los principales monumentos arquitectónicos de Lagos de Moreno, con una técnica extraña, surgida de la más hueca ociosidad. No tiene caso señalar la calidad del “fresco”. Ya he visto algunos similares en preparatorias, secundarias y presidencias municipales dignos de un tratado para el insulto a la técnica, a la perspectiva y al espacio que atosigan.
Lo realmente admirable de este Siqueiros alicaído es, como sucede con muchos laguenses, el emotivo orgullo por su ciudad, al grado de reproducirla en una pared de su casa. Y es que la arquitectura es la carta fuerte de la presunción local. Se acomoda en postales y souvenirs, los pintores la retratan desde cualquier ángulo posible y el gobierno la reconoce como potencial turístico en folletos, internet y campañas de todo tipo.
Sin embargo, sobre ella hemos depositado una serie de mitos insanos, regados de boca en boca: llamar “colonial” a todo lo construido en adobe y “rústico” a lo de piedra, creer que el patrimonio lo hacen sólo las fachadas (no son set de Universal Studios), desacreditar la arquitectura contemporánea (y llamarle “modernista”, cuando el modernismo fue superado hace un siglo), o malbaratar los espacios arquitectónicos y urbanos con otra serie de argumentos sin sentido.
La arquitectura histórica no requiere sólo un empeño por reproducirla o dedicarle sonetos, sino sacudirle esos mitos que la engolosinan o la degradan.
Va un ejemplo claro: desde que a un ingenioso se le ocurrió señalar al Templo del Calvario como una “réplica” de la Basílica de San Pedro, los laguenses hemos venido repitiéndolo como loros, sin molestarnos en cotejar por lo menos una fotografía. Es absurda la comparación, pues la única similitud entre ambas iglesias es la utilización de algunos elementos comunes basados en el canon greco-romano.
El Templo de Nuestro Señor del Calvario pertenece a esa moda de fines del siglo diecinueve que se dio en medio mundo y se conoce como Historicismo, la cual trajo de vuelta el arte clásico y desembocó en los llamados “neos”. Por supuesto que algunos edificios parecen hermanarse a nuestra iglesia, como la Biblioteca Nacional de Atenas (de 1888 a 1902), el Schauspielhause de Berlin (1818-1821) o el templo de Possagno, en los suburbios de Venecia. Pero esto es sólo un accidente derivado de la moda.
También el teatro José Rosas Moreno ha sido “replicado” con la Ópera de París (gulp!) y la cúpula de la Parroquia de la Luz con la del Duomo de Florencia. Supongo que a Brunelleschi no le interesan las resurrecciones y si resucitara construiría obras distintas.
¿Hay necesidad de compararse a otros para poseer la honra, en este caso arquitectónica? ¿Vale copiar fórmulas de otras ciudades? ¿Necesitamos un Cristo Rey en la Mesa Redonda, si ya existe el Cubilete?
Nuestras obras adquieren valor en el momento que son genuinas, pues no tienen símil y dan identidad al lugar que las cobija. No es necesario fabricarlas o adquirirlas de un modelo ajeno; están ahí, regadas en toda la anatomía de la ciudad: una parroquia colmada de íconos, un puente que se pasa por arriba, una iglesia de torre inconclusa, un puente Guaricho, un Callejón del ratón, una acequia “caida”, una calle de los arbolitos, la casa de un rey dormido, etcétera.
Más que como objeto de culto, el centro histórico y su arquitectura merecen entenderse como el resultado material de un asentamiento humano, con identidad y valores, sujeto a la constante manufactura de sus habitantes. Se construye piedra sobre piedra en un canon maleable y peligrosamente mutable por las condiciones cambiantes de la sociedad.
Sir Norman Foster, el arquitecto británico escribe: “En occidente nos enfrentamos al inevitable declive de la ciudad interior”. Efectivamente, nuestra ciudad interior se pierde en afán de hacerla importante, de “mostrarla” así nomás, dejando al margen las pequeñas cosas que hilan su personalidad. Sus monumentos no son objetos aislados ni piezas de utilería. Tampoco son ornato vacuo. Por el contrario, su carga estética va de la mano con su función social. La arquitectura, a diferencia de la escultura (y sin menoscabo de esta), tiene “utilidad” pública desde que se gesta.
Si el patrimonio arquitectónico es verdaderamente paradigmático para quienes habitamos esta ciudad, al grado de pasar las horas de ocio inmortalizándolo en murales y escritorios de computadora; entonces debemos entenderlo como objeto vivo, resguardarlo, revitalizarlo y tomarle algunos tejidos para la inevitable expansión, porque a nosotros nos corresponde la ciudad del siglo XXI y parece que aún no empezamos ni a soñarla.
Los Escritores de Jalisco
Jalisco es un estado de geografía democrática en el que habitan muchos paisajes. Lo sacuden playas, lagos, bosque, mesetas, barrancas, sol, volcanes, ciudades, pueblos, ranchos y arrabal. Sus cuatro puntas parecen distantes: por un lado el desierto de ojuelos, en el que pedrerío y las cactáceas resisten un desamparado cielo; hacia el norte los agrestes parajes huicholes y el olvido; el sur siempre rulfiano y quedo, como esperando un mesías; y, por último, la piel promiscua de la costa.
Este jaleo de imágenes, aromas y anhelos no ha sido para el desperdicio, al menos en las letras. Jalisco ha reproducido su espíritu y paisaje en obras significativas sin las que la literatura nacional sería coja: La parcela, Mala Yerba, Al filo del Agua, Pedro Páramo, La Feria, Campanas de la tarde y más. Recordemos que las tres grandes mutaciones de la narrativa mexicana en el siglo veinte fueron obra de jaliscienses: Mariano Azuela, Agustín Yañez y Juan Rulfo –uno del centro del estado y los otros dos de sus costados-.
Somos un hervidero y nos reconocemos como tal. Pero ¿piel adentro? ¿Sabemos lo que hoy se escribe en Sayula los de Arandas, y viceversa? ¿Lo sabe Guadalajara?
Cuando Blas Roldán me invitó a participar en la presentación de la página Escritores de Jalisco me agradó el perfil incluyente del evento, pues soy ajeno a la dinámica literaria de Guadalajara: centro de un Estado donde todo es el centro… o al menos así lo ve el centro. Afortunadamente, Escritores de Jalisco decidió arrancar el pivote desde un principio y esta empresa podrá rodar también con poetas, narradores y cronistas que a lo largo y ancho de estos xx kilómetros cuadrados esperan un foro más donde leer y hacerse leer.
Y es que hemos olvidado que fuera de la zona metropolitana también se habita y se construye la palabra. Recordemos que el papel de algunos escritores no tapatíos ha sido trascendente sin necesidad de emigrar a la capital. Ahí están Francisco González León y Alfredo R. Plascencia (éste último más bien relegado por la arquidiócesis), poetas de voz personal y a la vez fundamental para comprender su tiempo y su entorno, entre otros que decidieron permanecer al margen y se limitaron a la infraestructura de sus pueblos y comunidades, atendiendo pasquines y editando plaquetas o periódicos de interés indigente para los grandes “centros”.
Yo soy de Lagos de Moreno, donde afortunadamente no la palabra no fue desprotegida por Xochipilli, Dios o quien sea, como seguramente sucede con otros sitios. Desde el siglo XVI albergó temporalmente a los españoles Pedro de Trejo, poeta, y Juan Bautista Corvera, dramaturgo, ambos perseguidos por la Santa Inquisición (a Trejo se le condenó a “que perpetuamente no haga coplas”). Aunque el resto de la colonia permaneció en letargo, desde el siglo XIX la ciudad generó una actividad literaria plena y propia, pues ya en 1850 se editaban folletines y periódicos locales. A la par de los círculos tapatíos “La bohemia Jalisciense” y “La aurora literaria”, poetas y aficionados de Lagos se agruparon en “La Unión literaria”, “La Patria de Rosas Moreno” y “Los Farautes” (después bautizados como “Generación de 1903”). Ahí, Agustín Rivera, Fernando Nordesternaut, Azuela, González León, Ruperto J. Aldana, Antonio Moreno Oviedo y José Becerra publicaron revistas, así como sus primeros libros.
Esta actividad endémica y la distancia física con Guadalajara generó una autosuficiencia que se percibía también en otros ámbitos de la dinámica local. No en vano, la segunda mitad del XIX produjo en el Cantón de Lagos intentos segregacionistas para formar el “Estado de Moreno” o “Estado del Centro”, argumentando un abandono irremediable de Guadalajara.
Y había algo de razón, pues mientras la capital aceleraba vertiginosamente su crecimiento mediante la recaudación de impuestos generados en todo el territorio, poblaciones que habían sido importantes desde la colonia, como Zapotlán y Lagos, se desarrollaban a marchas forzadas, aún con la autosuficiencia señalada anteriormente. Entrado el siglo XX éstas dos luchaban por reconocerse como la segunda ciudad en importancia del estado, pero se durmieron en sus laureles, mientras La Noche de la Iguana catapultó a Vallarta en menos de cincuenta años y Guadalajara se merendó a Tlaquepaque, Zapopan, y Tonalá (agárrate, Tlajomulco).
Volviendo a Lagos, por diversas circunstancias, algunos escritores de los siglos XIX y XX terminaron haciendo vida y obra en la ciudad de México -José Rosas Moreno (quien sólo regresó para morir), Mariano Azuela, Carlos González Peña, Antonio Moreno Oviedo- y unos pocos en Guadalajara –Adalberto Navarro Sánchez, Alfonso de Alba-. Sólo permanecieron en casa: Agustín Rivera, con toda su diversidad, y Francisco González León, el hermano ermitaño de López Velarde.
Hoy en día, la actividad literaria se realiza de manera independiente y con recursos de los mismos escritores. Este síntoma es igual en la mayoría de los municipios no metropolitanos (unos le llaman periferia y otros “interior”), donde se agrupan básicamente talleres literarios. Los hay en Zapotlán, Lagos, Chapala, Cocula, Degollado, Ocotlán o Teocaltiche, arropados en Casas de la Cultura, Bibliotecas, escuelas y Ayuntamientos. La mayoría son fugaces y algunos carecen de coordinadores o instructores capaces. Se editan revistas y libros con recursos limitados y en imprentas que carecen de calidad editorial.
En las ciudades medias existen diarios o gacetas que permiten la publicación de poemas y colaboraciones. En otros casos, estados vecinos favorecen la actividad de los escritores. Por ejemplo, es más fácil para un laguense acercarse a Guanajuato y Aguascalientes, vecinos con los que se guarda una estrecha relación, que con la capital del estado. En Aguascalientes han publicados sus primeros libros mis compañeros de generación Rodolfo Revilla y José Manuel González; otros hemos participado en talleres, revistas, compilaciones y recitales.
Hay además una verdad agria: los esfuerzos de los escritores no metropolitanos han sido lentos y nuestra labor literaria no pasa del zaguán. Pero tampoco los escritores tapatíos que acceden a las editoriales y reciben apoyos son leídos en la entidad. No nos hemos apropiado del público.
Es más, no he leído Animoemas, poemas de animalitos para remojar en buena leche.
Pongo un ejemplo. El proyecto Los escritores en los municipios, auspiciado por la Dirección de Literatura, es un intento benévolo que olvida dos detalles: Guadalajara es también un municipio y fuera de la zona metropolitana también hay escritores. Con esta observación no me arriesgo en aseverar que cualquier improvisado del “interior” aborde el grado de “escritor”, pues los hay de irrisorias calidades. Sin embargo, levantando una piedra seguro aparecerán producciones dignas. Sé que ni a Dirección de Literatura tiene la infraestructura para encontrar escritores y que algunos de ellos adolecen del entusiasmo para hacerse oír. Unos somos, y me asumo también, holgazanes.
Trasladándolo al ámbito jalisciense, cito lo escrito por el paisano Hugo Gutiérrez Vega: “el centralismo cultural mexicano ha sido responsable de muchas pérdidas literarias y de incontables olvidos. La capital exige a los escritores de todo el país que se trasladen a ella y, cuando los tiene atrapados, les impone las reglas de su juego, obligándolos a cumplir los ritos y las ceremonias de un poder literario dividido en bloques y capillas que se pelean entre sí, niegan el valor del adversario y, en los casos extremos, lo ignoran y los expulsan del parnaso. En suma, lo “ningunean”.
Pero tal centralismo es culpa de todos y de nadie. Instituciones públicas como la Dirección de Literatura -afortunadamente en manos de un poeta jorgesouziano- o la Universidad de Guadalajara quedan desamparadas si la participación ciudadana no las provee. Y entiéndase, en este caso, al ciudadano como literato o lector. Qué tal si nos hacemos secuaces unos con otros a través de estas instituciones, de los consejos municipales, de grupos, publicaciones y editoriales independientes.
Hace tiempo Martín Alamadez, hoy presidente del Consejo Estatal para la Cultura y las Artes (CECA), sugería generar una red de escritores en todo el estado. Creo que el primer paso es ese. Despabilar el quehacer de poetas, narradores y similares sin arrojarlos de su trinchera, sea ésta Guadalajara, Hostotipaquillo, Autlán o San Diego de Alejandría, además de difundir su obra en bibliotecas o librerías, a fin de captar lectores, y no los del propio círculo. O sea: los de siempre.
Estoy seguro que este juguete nuevo, Escritores de Jalisco, es una pieza del rompecabezas que sólo en conjunto habremos de resolver o, por lo menos, de encontrarle un caracol suficiente para habitar y caminar.
Presentación de la Página Escrtores de Jalisco
Guadalajara, 14 de octubre de 2004