En Poesía viva de Jalisco, libro recién publicado por la Secretaría de Cultura, hay un poema de Gustavo Hernández que dice “Cambiar a un caracol más grande/ o salir del huevo”. Una linda analogía para quienes reducimos la proyección de nuestros actos al terruño y no vemos lo que hay más allá de la línea de horizonte. No vemos siquiera los puntos de fuga. Sucede que los literatos de Jalisco zapotlanense, laguense o (tápense los oídos) tapatía.
Jalisco es un estado de geografía democrática en el que habitan muchos paisajes. Lo sacuden playas, lagos, bosque, mesetas, barrancas, sol, volcanes, ciudades, pueblos, ranchos y arrabal. Sus cuatro puntas parecen distantes: por un lado el desierto de ojuelos, en el que pedrerío y las cactáceas resisten un desamparado cielo; hacia el norte los agrestes parajes huicholes y el olvido; el sur siempre rulfiano y quedo, como esperando un mesías; y, por último, la piel promiscua de la costa.
Este jaleo de imágenes, aromas y anhelos no ha sido para el desperdicio, al menos en las letras. Jalisco ha reproducido su espíritu y paisaje en obras significativas sin las que la literatura nacional sería coja: La parcela, Mala Yerba, Al filo del Agua, Pedro Páramo, La Feria, Campanas de la tarde y más. Recordemos que las tres grandes mutaciones de la narrativa mexicana en el siglo veinte fueron obra de jaliscienses: Mariano Azuela, Agustín Yañez y Juan Rulfo –uno del centro del estado y los otros dos de sus costados-.
Somos un hervidero y nos reconocemos como tal. Pero ¿piel adentro? ¿Sabemos lo que hoy se escribe en Sayula los de Arandas, y viceversa? ¿Lo sabe Guadalajara?
Cuando Blas Roldán me invitó a participar en la presentación de la página Escritores de Jalisco me agradó el perfil incluyente del evento, pues soy ajeno a la dinámica literaria de Guadalajara: centro de un Estado donde todo es el centro… o al menos así lo ve el centro. Afortunadamente, Escritores de Jalisco decidió arrancar el pivote desde un principio y esta empresa podrá rodar también con poetas, narradores y cronistas que a lo largo y ancho de estos xx kilómetros cuadrados esperan un foro más donde leer y hacerse leer.
Y es que hemos olvidado que fuera de la zona metropolitana también se habita y se construye la palabra. Recordemos que el papel de algunos escritores no tapatíos ha sido trascendente sin necesidad de emigrar a la capital. Ahí están Francisco González León y Alfredo R. Plascencia (éste último más bien relegado por la arquidiócesis), poetas de voz personal y a la vez fundamental para comprender su tiempo y su entorno, entre otros que decidieron permanecer al margen y se limitaron a la infraestructura de sus pueblos y comunidades, atendiendo pasquines y editando plaquetas o periódicos de interés indigente para los grandes “centros”.
Yo soy de Lagos de Moreno, donde afortunadamente no la palabra no fue desprotegida por Xochipilli, Dios o quien sea, como seguramente sucede con otros sitios. Desde el siglo XVI albergó temporalmente a los españoles Pedro de Trejo, poeta, y Juan Bautista Corvera, dramaturgo, ambos perseguidos por la Santa Inquisición (a Trejo se le condenó a “que perpetuamente no haga coplas”). Aunque el resto de la colonia permaneció en letargo, desde el siglo XIX la ciudad generó una actividad literaria plena y propia, pues ya en 1850 se editaban folletines y periódicos locales. A la par de los círculos tapatíos “La bohemia Jalisciense” y “La aurora literaria”, poetas y aficionados de Lagos se agruparon en “La Unión literaria”, “La Patria de Rosas Moreno” y “Los Farautes” (después bautizados como “Generación de 1903”). Ahí, Agustín Rivera, Fernando Nordesternaut, Azuela, González León, Ruperto J. Aldana, Antonio Moreno Oviedo y José Becerra publicaron revistas, así como sus primeros libros.
Esta actividad endémica y la distancia física con Guadalajara generó una autosuficiencia que se percibía también en otros ámbitos de la dinámica local. No en vano, la segunda mitad del XIX produjo en el Cantón de Lagos intentos segregacionistas para formar el “Estado de Moreno” o “Estado del Centro”, argumentando un abandono irremediable de Guadalajara.
Y había algo de razón, pues mientras la capital aceleraba vertiginosamente su crecimiento mediante la recaudación de impuestos generados en todo el territorio, poblaciones que habían sido importantes desde la colonia, como Zapotlán y Lagos, se desarrollaban a marchas forzadas, aún con la autosuficiencia señalada anteriormente. Entrado el siglo XX éstas dos luchaban por reconocerse como la segunda ciudad en importancia del estado, pero se durmieron en sus laureles, mientras La Noche de la Iguana catapultó a Vallarta en menos de cincuenta años y Guadalajara se merendó a Tlaquepaque, Zapopan, y Tonalá (agárrate, Tlajomulco).
Volviendo a Lagos, por diversas circunstancias, algunos escritores de los siglos XIX y XX terminaron haciendo vida y obra en la ciudad de México -José Rosas Moreno (quien sólo regresó para morir), Mariano Azuela, Carlos González Peña, Antonio Moreno Oviedo- y unos pocos en Guadalajara –Adalberto Navarro Sánchez, Alfonso de Alba-. Sólo permanecieron en casa: Agustín Rivera, con toda su diversidad, y Francisco González León, el hermano ermitaño de López Velarde.
Hoy en día, la actividad literaria se realiza de manera independiente y con recursos de los mismos escritores. Este síntoma es igual en la mayoría de los municipios no metropolitanos (unos le llaman periferia y otros “interior”), donde se agrupan básicamente talleres literarios. Los hay en Zapotlán, Lagos, Chapala, Cocula, Degollado, Ocotlán o Teocaltiche, arropados en Casas de la Cultura, Bibliotecas, escuelas y Ayuntamientos. La mayoría son fugaces y algunos carecen de coordinadores o instructores capaces. Se editan revistas y libros con recursos limitados y en imprentas que carecen de calidad editorial.
En las ciudades medias existen diarios o gacetas que permiten la publicación de poemas y colaboraciones. En otros casos, estados vecinos favorecen la actividad de los escritores. Por ejemplo, es más fácil para un laguense acercarse a Guanajuato y Aguascalientes, vecinos con los que se guarda una estrecha relación, que con la capital del estado. En Aguascalientes han publicados sus primeros libros mis compañeros de generación Rodolfo Revilla y José Manuel González; otros hemos participado en talleres, revistas, compilaciones y recitales.
Hay además una verdad agria: los esfuerzos de los escritores no metropolitanos han sido lentos y nuestra labor literaria no pasa del zaguán. Pero tampoco los escritores tapatíos que acceden a las editoriales y reciben apoyos son leídos en la entidad. No nos hemos apropiado del público.
Es más, no he leído Animoemas, poemas de animalitos para remojar en buena leche.
Pongo un ejemplo. El proyecto Los escritores en los municipios, auspiciado por la Dirección de Literatura, es un intento benévolo que olvida dos detalles: Guadalajara es también un municipio y fuera de la zona metropolitana también hay escritores. Con esta observación no me arriesgo en aseverar que cualquier improvisado del “interior” aborde el grado de “escritor”, pues los hay de irrisorias calidades. Sin embargo, levantando una piedra seguro aparecerán producciones dignas. Sé que ni a Dirección de Literatura tiene la infraestructura para encontrar escritores y que algunos de ellos adolecen del entusiasmo para hacerse oír. Unos somos, y me asumo también, holgazanes.
Trasladándolo al ámbito jalisciense, cito lo escrito por el paisano Hugo Gutiérrez Vega: “el centralismo cultural mexicano ha sido responsable de muchas pérdidas literarias y de incontables olvidos. La capital exige a los escritores de todo el país que se trasladen a ella y, cuando los tiene atrapados, les impone las reglas de su juego, obligándolos a cumplir los ritos y las ceremonias de un poder literario dividido en bloques y capillas que se pelean entre sí, niegan el valor del adversario y, en los casos extremos, lo ignoran y los expulsan del parnaso. En suma, lo “ningunean”.
Pero tal centralismo es culpa de todos y de nadie. Instituciones públicas como la Dirección de Literatura -afortunadamente en manos de un poeta jorgesouziano- o la Universidad de Guadalajara quedan desamparadas si la participación ciudadana no las provee. Y entiéndase, en este caso, al ciudadano como literato o lector. Qué tal si nos hacemos secuaces unos con otros a través de estas instituciones, de los consejos municipales, de grupos, publicaciones y editoriales independientes.
Hace tiempo Martín Alamadez, hoy presidente del Consejo Estatal para la Cultura y las Artes (CECA), sugería generar una red de escritores en todo el estado. Creo que el primer paso es ese. Despabilar el quehacer de poetas, narradores y similares sin arrojarlos de su trinchera, sea ésta Guadalajara, Hostotipaquillo, Autlán o San Diego de Alejandría, además de difundir su obra en bibliotecas o librerías, a fin de captar lectores, y no los del propio círculo. O sea: los de siempre.
Estoy seguro que este juguete nuevo, Escritores de Jalisco, es una pieza del rompecabezas que sólo en conjunto habremos de resolver o, por lo menos, de encontrarle un caracol suficiente para habitar y caminar.
Presentación de la Página Escrtores de Jalisco
Guadalajara, 14 de octubre de 2004
Jalisco es un estado de geografía democrática en el que habitan muchos paisajes. Lo sacuden playas, lagos, bosque, mesetas, barrancas, sol, volcanes, ciudades, pueblos, ranchos y arrabal. Sus cuatro puntas parecen distantes: por un lado el desierto de ojuelos, en el que pedrerío y las cactáceas resisten un desamparado cielo; hacia el norte los agrestes parajes huicholes y el olvido; el sur siempre rulfiano y quedo, como esperando un mesías; y, por último, la piel promiscua de la costa.
Este jaleo de imágenes, aromas y anhelos no ha sido para el desperdicio, al menos en las letras. Jalisco ha reproducido su espíritu y paisaje en obras significativas sin las que la literatura nacional sería coja: La parcela, Mala Yerba, Al filo del Agua, Pedro Páramo, La Feria, Campanas de la tarde y más. Recordemos que las tres grandes mutaciones de la narrativa mexicana en el siglo veinte fueron obra de jaliscienses: Mariano Azuela, Agustín Yañez y Juan Rulfo –uno del centro del estado y los otros dos de sus costados-.
Somos un hervidero y nos reconocemos como tal. Pero ¿piel adentro? ¿Sabemos lo que hoy se escribe en Sayula los de Arandas, y viceversa? ¿Lo sabe Guadalajara?
Cuando Blas Roldán me invitó a participar en la presentación de la página Escritores de Jalisco me agradó el perfil incluyente del evento, pues soy ajeno a la dinámica literaria de Guadalajara: centro de un Estado donde todo es el centro… o al menos así lo ve el centro. Afortunadamente, Escritores de Jalisco decidió arrancar el pivote desde un principio y esta empresa podrá rodar también con poetas, narradores y cronistas que a lo largo y ancho de estos xx kilómetros cuadrados esperan un foro más donde leer y hacerse leer.
Y es que hemos olvidado que fuera de la zona metropolitana también se habita y se construye la palabra. Recordemos que el papel de algunos escritores no tapatíos ha sido trascendente sin necesidad de emigrar a la capital. Ahí están Francisco González León y Alfredo R. Plascencia (éste último más bien relegado por la arquidiócesis), poetas de voz personal y a la vez fundamental para comprender su tiempo y su entorno, entre otros que decidieron permanecer al margen y se limitaron a la infraestructura de sus pueblos y comunidades, atendiendo pasquines y editando plaquetas o periódicos de interés indigente para los grandes “centros”.
Yo soy de Lagos de Moreno, donde afortunadamente no la palabra no fue desprotegida por Xochipilli, Dios o quien sea, como seguramente sucede con otros sitios. Desde el siglo XVI albergó temporalmente a los españoles Pedro de Trejo, poeta, y Juan Bautista Corvera, dramaturgo, ambos perseguidos por la Santa Inquisición (a Trejo se le condenó a “que perpetuamente no haga coplas”). Aunque el resto de la colonia permaneció en letargo, desde el siglo XIX la ciudad generó una actividad literaria plena y propia, pues ya en 1850 se editaban folletines y periódicos locales. A la par de los círculos tapatíos “La bohemia Jalisciense” y “La aurora literaria”, poetas y aficionados de Lagos se agruparon en “La Unión literaria”, “La Patria de Rosas Moreno” y “Los Farautes” (después bautizados como “Generación de 1903”). Ahí, Agustín Rivera, Fernando Nordesternaut, Azuela, González León, Ruperto J. Aldana, Antonio Moreno Oviedo y José Becerra publicaron revistas, así como sus primeros libros.
Esta actividad endémica y la distancia física con Guadalajara generó una autosuficiencia que se percibía también en otros ámbitos de la dinámica local. No en vano, la segunda mitad del XIX produjo en el Cantón de Lagos intentos segregacionistas para formar el “Estado de Moreno” o “Estado del Centro”, argumentando un abandono irremediable de Guadalajara.
Y había algo de razón, pues mientras la capital aceleraba vertiginosamente su crecimiento mediante la recaudación de impuestos generados en todo el territorio, poblaciones que habían sido importantes desde la colonia, como Zapotlán y Lagos, se desarrollaban a marchas forzadas, aún con la autosuficiencia señalada anteriormente. Entrado el siglo XX éstas dos luchaban por reconocerse como la segunda ciudad en importancia del estado, pero se durmieron en sus laureles, mientras La Noche de la Iguana catapultó a Vallarta en menos de cincuenta años y Guadalajara se merendó a Tlaquepaque, Zapopan, y Tonalá (agárrate, Tlajomulco).
Volviendo a Lagos, por diversas circunstancias, algunos escritores de los siglos XIX y XX terminaron haciendo vida y obra en la ciudad de México -José Rosas Moreno (quien sólo regresó para morir), Mariano Azuela, Carlos González Peña, Antonio Moreno Oviedo- y unos pocos en Guadalajara –Adalberto Navarro Sánchez, Alfonso de Alba-. Sólo permanecieron en casa: Agustín Rivera, con toda su diversidad, y Francisco González León, el hermano ermitaño de López Velarde.
Hoy en día, la actividad literaria se realiza de manera independiente y con recursos de los mismos escritores. Este síntoma es igual en la mayoría de los municipios no metropolitanos (unos le llaman periferia y otros “interior”), donde se agrupan básicamente talleres literarios. Los hay en Zapotlán, Lagos, Chapala, Cocula, Degollado, Ocotlán o Teocaltiche, arropados en Casas de la Cultura, Bibliotecas, escuelas y Ayuntamientos. La mayoría son fugaces y algunos carecen de coordinadores o instructores capaces. Se editan revistas y libros con recursos limitados y en imprentas que carecen de calidad editorial.
En las ciudades medias existen diarios o gacetas que permiten la publicación de poemas y colaboraciones. En otros casos, estados vecinos favorecen la actividad de los escritores. Por ejemplo, es más fácil para un laguense acercarse a Guanajuato y Aguascalientes, vecinos con los que se guarda una estrecha relación, que con la capital del estado. En Aguascalientes han publicados sus primeros libros mis compañeros de generación Rodolfo Revilla y José Manuel González; otros hemos participado en talleres, revistas, compilaciones y recitales.
Hay además una verdad agria: los esfuerzos de los escritores no metropolitanos han sido lentos y nuestra labor literaria no pasa del zaguán. Pero tampoco los escritores tapatíos que acceden a las editoriales y reciben apoyos son leídos en la entidad. No nos hemos apropiado del público.
Es más, no he leído Animoemas, poemas de animalitos para remojar en buena leche.
Pongo un ejemplo. El proyecto Los escritores en los municipios, auspiciado por la Dirección de Literatura, es un intento benévolo que olvida dos detalles: Guadalajara es también un municipio y fuera de la zona metropolitana también hay escritores. Con esta observación no me arriesgo en aseverar que cualquier improvisado del “interior” aborde el grado de “escritor”, pues los hay de irrisorias calidades. Sin embargo, levantando una piedra seguro aparecerán producciones dignas. Sé que ni a Dirección de Literatura tiene la infraestructura para encontrar escritores y que algunos de ellos adolecen del entusiasmo para hacerse oír. Unos somos, y me asumo también, holgazanes.
Trasladándolo al ámbito jalisciense, cito lo escrito por el paisano Hugo Gutiérrez Vega: “el centralismo cultural mexicano ha sido responsable de muchas pérdidas literarias y de incontables olvidos. La capital exige a los escritores de todo el país que se trasladen a ella y, cuando los tiene atrapados, les impone las reglas de su juego, obligándolos a cumplir los ritos y las ceremonias de un poder literario dividido en bloques y capillas que se pelean entre sí, niegan el valor del adversario y, en los casos extremos, lo ignoran y los expulsan del parnaso. En suma, lo “ningunean”.
Pero tal centralismo es culpa de todos y de nadie. Instituciones públicas como la Dirección de Literatura -afortunadamente en manos de un poeta jorgesouziano- o la Universidad de Guadalajara quedan desamparadas si la participación ciudadana no las provee. Y entiéndase, en este caso, al ciudadano como literato o lector. Qué tal si nos hacemos secuaces unos con otros a través de estas instituciones, de los consejos municipales, de grupos, publicaciones y editoriales independientes.
Hace tiempo Martín Alamadez, hoy presidente del Consejo Estatal para la Cultura y las Artes (CECA), sugería generar una red de escritores en todo el estado. Creo que el primer paso es ese. Despabilar el quehacer de poetas, narradores y similares sin arrojarlos de su trinchera, sea ésta Guadalajara, Hostotipaquillo, Autlán o San Diego de Alejandría, además de difundir su obra en bibliotecas o librerías, a fin de captar lectores, y no los del propio círculo. O sea: los de siempre.
Estoy seguro que este juguete nuevo, Escritores de Jalisco, es una pieza del rompecabezas que sólo en conjunto habremos de resolver o, por lo menos, de encontrarle un caracol suficiente para habitar y caminar.
Presentación de la Página Escrtores de Jalisco
Guadalajara, 14 de octubre de 2004
Soy un historiador leonés hijo, nieto, bisnieto... de laguenses; ascendencia bastante común en mi ciudad. Buscando referencias en la web sobre el ESTADO DEL CENTRO encontré tu blog. Totalmente de acuedo con lo que apuntas. Felicidades. Carlos Armando Preciado de Alba armandpre@hotmail.com
ResponderBorrar¿Alguien puede decirme dónde localizar el nuevo libro NO ME LEAS?
ResponderBorrarEl autor es Everardo Esparza Huizar y es una muy buena propuesta en Jalisco.Es un poemario-novela corta de la editorial Amate, que lo tiene agotado. Yo lo leí prestado. Gracias.
No conozco la novela de Esparza Huizar. Habrá qué leerla. Seguramente en la Página de Amate habré referencia, o en alguna librería del centro de Guadalajara. Saludos. Saludos tambi{en a Carlos Armando.
ResponderBorrarYo encontré el libro "No me leas" de Everardo Esparza Huizar en la FIL 08, luego lo regalé a una persona que lo hojeó y le gustó. Quise conseguir otro pero la Ed. Amate ya no se ha instalado en la FIL y me informaron que se agotó la edición. Por fin lo encontré en el paseo de Chapultepec de los sábados. Y creo que no es novela corta, no conozco mucho pero me parece un poemario epistolar, prosa poética que invita a escribir como un diario y sin rebuscamientos. Si logro encontar otros, les aviso. Ernesto Yáñez R
ResponderBorrarernestoyr@hotmail.com
El No me leas que comentan me lo regalaron en Navidad, y yo hice lo mismo con tres ejemplares pero en San Valentín, son bellas cartas de toda una historia única, pero con algunas encontramos identificación, aunque parece lectura destinada a mujeres, creo que a muchos hombres les hubiera gustado escribirnos algo así. Nota: La segunda edición cambió de portada, aparece una estampa del Prometeo. En Chapultepec los sábados se puede encontrar.
ResponderBorrarAlejandra.
quisiera saber si existe un listado de todos los escritores nacidos en Jalisco, me interesa conocerlo
ResponderBorrarAnónimo: no existe un enlistado completo, pero hay algunas aproximaciones. No sé si aún permanezcan en línea los archivos de escritoresdejalisco.net, donde podrás encontrar lo que buscas. Hya antologías de poesía y de cuento, pero día a día van cambiando. Espero te podamos ayudar en más. Escribe a danteavl@hotmail.com
ResponderBorrarUn gusto haber dado con esta pàgina... yo tambien ando por estos lares... saludos
ResponderBorrarQuien hizo un listado casi completo de los autores jaliscienses fue el maestro Gabriel Agraz García de Alba, incluso la UNAM publicó dos volúmes, correspondientes a las letras "A" y "B" pero el resto de la riquísima información compilada por este gran jalisciense se la apropió Alejandro Cravioto Lebrija, el anterior secretario de cultura del Estado de Jalisco.
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