25.3.09

75 años de Hugo Gutiérrez vega


Lo que hoy pueda decir de Hugo Gutiérrez Vega es eco. Sus setenta y cinco bien acurrucados años, se celebran desde el mes pasado, cuando Bellas Artes le rindió un homenaje con discursos de Carlos Monsiváis y Marco Antonio Campos, además de una ovación chilanga tras la lectura de su “Oda a Borola Tacuche de Burrón”.

En esta efervescente jornada circula su libro reciente, Esbozos y miradas del Bazar de Asombros, una reunión de artículos publicados semanalmente en La Jornada, sobre esta miscelánea llamada mundo y en la que hay escalas constantes a los primeros años y la formación.

Con el transcurso de los años, Hugo Gutiérrez Vega se ha convertido en el personaje capital de su propia obra, quizá por las múltiples ocupaciones donde lo ha colocado la vida y las cuales son requeridas a la hora de escribir: la diplomacia, la función pública, el periodismo, la promoción cultural, la vida universitaria, el teatro, la oratoria o, al igual que Sabines, como un simple peatón.

Setenta y cinco capítulos iniciados en aquellas noches de cine en Guadalajara, en las correrías por el rancho mirando las “borregas” y en las lecturas de un niño que recorría La Odisea como si fuera un western. Seguramente ya tenía vocación de Ulises.

Hace meses, después de una conferencia que dictó en la Universidad de Guadalajara, me dijo, “¿Ya no vives en Lagos? No hay qué dejar de ir a Lagos”. Él sabe que el viaje es circular, que habrá de volverse un día y que, literalmente, nunca se ha abandonado la casa de infancia.

“Sigo como maceta en el corredor”, ha dicho. Seguramente hay una variedad de macetas viajeras. Se dejan llenar de tierras extrañas, flores de otros continentes y follaje de acentos diversos. Esas macetas no dejan de rociarse en el agua de casa, por más cosmopilitas. Hugo es, entonces, una de ellas y se reconoce en los versos de Cavafis: Ten a Ítaca fija en tu mente / Llegar allí es tu vocación.

Lagos de Moreno, su Ítaca, aparece en rachas a lo largo de su obra. Es como el fantasma de la foto, se encima, hay que sacudirlo de vez en vez. Parafraseando a Sabines, “nos jala de las patas y hay que decirle no”

La Ítaca de entonces, los años treinta, se refrescaba con agua de la acequia y esperaba las tormentas de agosto tras los nubarrones de Comanja. El rancho era un cautivo de las noches silenciosas; por la calle empolvada iban y venían un errante boticario y rumores sobre gavillas cristeras. De ella escribió Hugo: La ciudad quedó sin alas, anclada en el valle, encerrada en su nostalgia de sombra.

Hoy la acequia es una cloaca y el narco toma por asalto las gasolineras. Los gobiernos no son ejemplares y las casas han sustituido la biblioteca por el Home Teather y la televisión. Es evidente que Hugo lo sabía al escribir: Soñar una ciudad y despertarse / viendo solo su ruina.

Aún así es de los esperanzados y lo ha manifestado: “Creo que el mundo sigue siendo hermoso. Cada día guarda una novedad inédita pero la prisa y el estruendo nos impiden mirar de frente la realidad diaria”. Supongo que Hugo prefiere ver en Lagos con los ojos de niño y maravillarse otra vez con las torres de la parroquia, descubrir como se le ha trepado la ciudad al Calvario.

Dice Marco Antonio Campos que la obra de Hugo está llena de referencias. Para un escritor en tránsito es inevitable. La maleta (o la maceta) de viaje ha sido, a la vez, recolectora de ciudades, de lecturas, paisajes diversos, personajes públicos y gente de ambientación. Hugo está en todos lados, lo mismo en las islas griegas que en Brasil, Londres, Querétaro, Lisboa, Lagos o Guadalajara. Está en los poetas españoles, en Césare Pavese, Yeats, López Velarde, González León, Rafael Alberti o José Carlos Becerra. En las maravillas del cine, en las tablas, en la Casa del Lago, en Soria y en la ventana de un departamento.

Y detrás de todos se guarda el poeta de los asombros, ese que le teme a la metáfora cuando no produce magia, así que prefiere escribir la literalidad poética del mundo, como una guía de viajes para poetas o un poema para viajeros. Se adhiere a la historicidad con lo que un librepensador puede hacer, sin arrebatos morales o panfletarios. Afortunadamente salió a tiempo de la actividad política.

La ruta de Hugo, por ser la de un pasmado andante y un fotógrafo de postales, ha sido honesta. Al igual que Moreno Oviedo “ha vencido la jornada” y vuelve al corredor. La maleta está plena y los ojos vienen desorbitados por encontrarle un asombro nuevo a este día.

Hace cinco años nos reunimos en Lagos de Moreno a celebrar los setenta, hoy los setenta y cinco, mañana los ochenta, después los infinitos años de un guía de turistas que escribe con el amor, aún en tiempos de capa caída:

Hoy he sentido un amor terrible, un poco deshabitado, tenuemente desesperanzado… un amor como esos de lluvia sobre el mar, con los perfiles desdibujados y la niebla apoderada del horizonte gris. Pero es un amor y por eso importe.