29.10.07

La poesía escampa


Es veinte de octubre: sábado para echarse una vuelta a San Juan Cosalá, pueblo que ya sacude el amanecer adolorido del doce de septiembre. El gobierno limpió arroyos y vertientes (después de ahogado el niño, como siempre) y la comunidad desasolva, con buena voluntad y trabajo, las huellas de aquella tromba que despeinó calles y viviendas a su paso.
Son las seis de la tarde. Quién sabe si habrá actividad, pues la lluvia anda de nuevo con su vaivén de gato. Escucho un chas chas sobre el empedrado y la amenaza de un regaderazo a quien intente andar por las banquetas haciendo dribling bajo gárgolas y aleros.
Por la noche se reunirá la comunidad a recaudar fondos para la reconstrucción. Habrá (si el cielo se aquieta) verbena, antojitos, venta de arte, juegos, música en vivo y embriaguez, cómo no. La fiesta lleva el nombre de todos, locales y extranjeros, hombres y mujeres, niños y ancianos. También poetas.
En el Café Saga, cuadras abajo de la plaza, el Colectivo Cultural La Cueva recibe a oyentes y parroquianos para un recital en beneficio de los damnificados por la tromba. Recital blingüe de poesía, inglés y español parejos, eso me agrada, con seis escritores de la ribera. Es la primera actividad cultural a la que acudo desde que llegué a esta guapa tierra, así que me acomodo en un buen sitio del café y escucho.
Arturo García abre la noche con poemas acunados en la nostalgia, en la infancia, el padre, el amigo perdido y su amada Chapala. Luego viene James Timpton, quien dibuja paisajes mexicanos con la palabra; sus textos, dice la semblanza previa, fueron prologados por Isabel Allende en un reciente libro. Berónica Palacios, la mujer mariposa, nos entrega, a su vez, tres poemas intensos. Es una escritora que se agranda, como pocos, al empuñar sus versos.
Durante el recital, la lluvia se aplaca y cambia su rumor por la verbena y el sonido de un banda, allá en el kiosco. Aquí sigue la poesía dando relinchos y escampando el cielo. Es turno de Michael Warren, hombre de discreta retórica y sin dilación. Luego viene Mario Z. Puglisi, editor de Meretrices, quien escribió un poema ex profeso para la ocasión. Es contundente y nos mantiene quietos. Finalmente, Judy Dykstra-Brown, una entusiasta del evento, lanza su poesía y deja en grata atmósfera al auditorio. Circula entre el público, la mayoría extranjeros, una cubeta para llenar de billetes -aunque no en suficiencia, pero coperacha al fin- la esperanza de San Juan.
Pepe Villalobos se encarga de cerrar el recital con algunas piezas de trova y miel jalisciense. Quienes siguen en su silla saben que la noche se desmodorra aún más, pues hace su arribo el reggae de la banda Colectivo Caracol. Es tiempo de azotar el polvo al canto del Lobito y mover el aguayón, como decía Borola Tacuche. Nadie se queda fuera. Brincan niñas fresas, rockeros, americanos y tiesos, como yo. Por aquí andan Beto Rock y su señora, bienqueridos impulsores del arte. Andan también el pintor Xilotl y otros noctámbulos de oficio.
Esta noche es la noche de San Juan. La poesía dio rango de general a la fiesta y es causa para seguir un rato más.

22.10.07

Cri cri, el caníbal y los otros


Mientras un proceso judicial esclarece si el caníbal de la Guerrero cometió o no antropofagia; mientras Aeroméxico es carnada para el mejor postor (y no la mejor alternativa para la aeronáutica nacional); mientras Fox se exhibe por enésima vez; mientras el Atlante vuelve a ser el chido, aunque pocos lo disfrutemos; mientras Calderón esconde la mano en el gasolinazo; mientras Tonalá arde y las autoridades tocan la lira; mientras Petersen se empeña en desocupar un barrio de toda la vida para meter una vecindad de dos semanas; mientras yo escribo y Julieta Campos se acomoda en el cielo… mientras eso gravita, hay una lindura que conmemoramos los mexicanos en estos días (y nada tiene que ver con Frida o Diego): se trata de los cien años del nacimiento de Francisco Gavilondo Soler, alias Cri-cri: un gavilán orondo: un franciscano gavilán.
Basta decir Cri-cri para relajarnos, volver a la infancia o hacerse de la vista gorda si somos muy machos o “muy maduros”.
Verdad que ajá. Cualquiera, hasta el más chucho o el uyuyuy de la cuadra, sabe de memoria un pedazo de canción nacida del grillito ese. Envidiota para las gemelas Ivonne e Ivette ¿verdad? Yo, o sea mí, tengo mis preferidas. Puedo recordar, así, sin ir al Google -como acostumbran muchos articulistas “serios”- canciones de antología: Los enanitos toreros, El ratón vaquero, La patita o Los pollitos jardineros, tema que bailé en el jardín de niños como todo un Nureyev de pacotilla. Entre todos me emociona El gato de barrio y sus estribillos

Que bonito es mi barrio
sobre todo en las mañanas
cuando pasa echando chispas el camióna lueguito por la tarde
se columpian las campanas
invitando a todo mundo a la oración

Qué bonito es mi barrio
sobre todo por las noches
cuando empiezan los cochinos a roncar
a lo lejos por los cerros
ladran juntos veinte perros
y no dejan las chicharras de cantar


Cri-cri no es un personaje de la infancia, como la mayoría lo clasifica, sino de la mexicanidad. Y me refiero a mexicanidad, no como un término de agregados simbólicos o fastidiosos íconos, sino como un ingrediente pozolario que se paladea y ya. Es otro más del tazón, igual a Chava Flores, a la capirotada, a Renato Leduc, al Santo, a María Sabina, a la familia Burrón, a José Alfredo, a la pomada de la campana, a Morelos o a Botellita de Jerez.
Los demás, el caníbal y el chalet foxiano, se reducen por sí solos. Este país no necesita enrolarse en chismes de ocasión si es productivo, ni meterse a como dé lugar en la esfera dirigida del poder económico internacional o en quemazón política de pocos. Es una sentencia a la Negrita Cucurumbé:

Pero ¡válgame, mujer!
¿Pues qué no ve?
Que así, negra, está bonita,
Negrita Cucurumbé.

12.10.07

San Juan Cosalá


San Juan Cosalá es un pequeño poblado en la ribera de Chapala. Cerca de aquí tuvo su hogar una temporada el dramaturgo Tennessee Williams y fue bajo este paisaje donde escribió algunos de sus memorables dramas. Como él, muchos extranjeros han decidido establecer su residencia en la orilla del lago, afiliándose sin condición a la serena cotidianidad de sus habitantes.
El mes de septiembre vivió el más negro amanecer en la historia del pueblo. Al levantarse el miércoles doce, una tromba azotó la región como cubetada. “La culebra picó dos veces”, dicen los locales, refiriéndose a un fenómeno natural que se repite en ciclos de aproximadamente cinco años. Desde Mezcala hasta Juanacatlán se desbocaron los arroyos; bajaron sin miramiento en San Antonio Tlayacapán, en el Tepalo o en las calles empinadas de Chapala.
Sobre San Juan Cosalá se vino el cerro, acarreando agua, lodos y piedras fulminantes. Entró al pueblo, derribó lo que pudo a su paso e inundó calles y casas, desde el barrio más humilde hasta el Raquet Club, pasando por un albergue infantil. Afortunadamente no hubo muertos, pues la sociedad fue evacuada con oportunidad, pero sí acabó con el patrimonio físico de algunas familias.
El macizo montañoso que preside el norte del lago de Chapala es inestable. A veces caen piedras o se desmoronan los escarpados. Por ejemplo, el cerro de San Miguel, en Chapala, es un constante peligro, pues algunas veces se ha venido abajo parcialmente, arrastrándose en las calles del barrio El Cerrito o colapsando inmuebles en las avenidas Madero e Hidalgo.
Hay una historia triste de todos conocida. Hace unos años cayó un torrencial sobre la región. La gente esperaba que terminara, guardada en su hogar. En una casa humilde, un hombre se levantó de la cama y fue a la ventana. “Ven a mirar la lluvia”, le dijo a su mujer. “No, hace mucho frío”, contestó ella, cobijándose, y apenas había dicho esto cuando una roca entró como demonio, llevando tras de sí la pared y los muebles hasta tronar la cama y prensar a la señora. “¡Sácame, sácame!” decía con el poco aire que le quedaba. El hombre gritó pidiendo auxilio y varios vecinos llegaron para ayudarle a retirar el macizo. Fue inútil, no pudieron salvar a su mujer: falleció bajo el rudo emisario de la montaña.

San Juan Cosalá ha sido declarado por el gobierno “zona de desastre”. Alrededor de mil viviendas fueron afectadas en distintas escalas y veinticinco serán demolidas definitivamente por emplazarse en sitios de peligro. Ahora se efectúan obras de reconstrucción con el apoyo del estado y, sobre todo, por la solidaridad de los habitantes de la ribera.
Ningún siniestro se apodera de las cosas definitivamente. Mientras escribo esto, la luz del sol hace del lago hamaca y se aquieta en los tejados del pueblo. Tiene la brillantez del amanecer. Un amanecer que calienta la esperanza de quienes aquí tienden su vida y no piensan abandonar el hogar, a menos que, algún día, vuelva a caerse el cielo como en este despiadado mes.