18.7.10

Tex Tex, Rita Pérez y la rotonda


Deambulando por Youtube, me topé con esa canción que dice: “Oh mamá / yo no quiero estudiar / quiero ser policía judicial / igual que mi papá”. Sí, señor, se trata de Paco, Lalo y Chucho, los integrantes de Tex Tex, esa legendaria banda del merito Texcoco reconocida por sus caritas feas y por rolas como “El hijo desobediente”, “Te vas a acordar de mí”, “Me dijiste” o “Yo no maté al Sheriff”.
Alguna vez me sumé al slam que los muñecos invocaron en la etílica Feria de San Marcos, cuando aún no llegaba a los veinte años y quería mover el esqueleto a como diera lugar. Lalo Tex nos dijo entonces que su mamá nunca le auguró llegar a rock star, pues estos son altos, guapos y flacos, mientras que él era chaparro, gordo y feo.
La figura de los Tex Tex (nacos y cachetones) no representa capital para la gran industria del rock que mueven ciertas trasnacionales, por lo que esta banda chilangona ha tenido que seguir en la periferia de los círculos nice y azotar su música en festivales y toquines de la comunidad arrabalera y de los rocanroleros comunes, sumando más de veinte años en el escenario, y los que vienen.
Seguramente no accederán a los círculos de la oferta mediática y quedarán a la sombra, como ha sucedido con doña Rita Pérez de Moreno, una mujer que hasta hoy permaneció opacada por los emblemáticos artífices de nuestra Independencia, pero no por méritos menores, sino porque la historia oficial ha definido rangos de patriotismo y fama en los que no figuran esta sanjuanense heroica ni muchos otros mexicanos.
Resulta que la diputada local Rocío Nakamura anunció hace tiempo que el próximo 27 de agosto serán trasladados los restos de doña Rita Pérez de Moreno a la Rotonda de los Jaliscienses Ilustres, en otra medida más para justificar el presupuesto estratosférico con el que se “festeja” el famoso bicentenario de la Independencia.
Rita Pérez acompañó a su esposo Pedro Moreno en la defensa del Fuerte del Sombrero, en un episodio intenso de la lucha por constituir este país. Una vez consumada la independencia de México, decidió recluirse en su natal San Juan de los Lagos. Ahí vivió hasta los ochenta años y ahí decidió morir. Resulta impertinente que ahora la depositen en una ciudad ajena, en la que nunca vivió, y que deba compartir un sepulcro en condominio, donde ni todos los ilustres están ni todos los que están son ilustres, sobre todo esos “beneméritos” sindicales y partidistas que han llegado últimamente a esa morada.
Es también preocupante que el Ayuntamiento de San Juan de los Lagos no haya considerado otro fin para sus restos y los entregue así nomás. La defensa del patrimonio debe ser prioridad de los municipios, aunque se enfrente a decisiones que contrapongan las expectativas del estado o de la federación. Este municipio será “recompensado” con una estatua a la insurgente, seguramente otra insignia acartonada de bronce como las hay por cientos en todo el país.
Es como si a los muñecos de Tex Tex los quisieran meter por la fuerza al Rock Hall de Cleveland.