15.4.22

El sitio de fundación de Santa María de los Lagos

Entre los siglos XV y XVIII, la corona española estableció, desarrolló y perfeccionó una serie de criterios para la localización geográfica de nuevas ciudades en el llamado Nuevo Mundo. Estos criterios dependían de la función, jerarquía, accesibilidad y condiciones del territorio a ocupar, tales como la dominación del territorio, la existencia de asentamientos indígenas, el acceso al abastecimiento de agua y materiales de construcción, un clima agradable, terrenos para cultivo o explotación forestal y un adecuado emplazamiento de defensa, entre otros.

      Para homogenizar la elección del lugar y trazado de las ciudades se establecieron lineamientos comunes, específicamente en el Libro IV de las Leyes de Indias, promulgadas en 1533 y, posteriormente, en las Ordenanzas de Descubrimiento, nueva población y pacificación de las Indias, dadas por Felipe II en 1573. Estas ordenanzas se aplicaron según el interés que las administraciones locales tenían sobre cada territorio ocupado.       

        La empresa colonizadora en América, sobre todo en el siglo XVI, fue colosal, pues emprendió simultáneamente poblar los territorios descubiertos y explotar su riqueza en beneficio de la corona, además de garantizar la permanencia de la “civilización” española por medio del control político, militar y religioso. Según Porfirio Sanz Camañes, entre 1522 y 1573 “la política fundacional española alcanza su máximo apogeo, con la fundación de cerca de 200 ciudades”[1] con funciones variadas: político-administrativas, agrícolas, ganaderas, artesanales, mineras, portuarias, comerciales, religiosas, militares o culturales.


El acto de fundación de una ciudad estuvo muy relacionado, por lo general, con el mantenimiento y control de la posesión de la región circundante. Las fundaciones solían obedecer a dos patrones, bien para ocupar una región o bien para confirmar los territorios ocupados, con términos jurisdiccionales extensos e imprecisos que en ocasiones llegaban hasta los lindes de las tierras conocidas.[2]

El virreinato de la Nueva España, en su proceso de expansión y urbanización, estableció una red de asentamientos y caminos para facilitar el tránsito de minerales, especialmente en la mesa central. Una vez que se descubrieron las minas de Zacatecas, en 1546, se consolidó el “Camino de la plata” hacia la Ciudad de México, primero por veredas poco definidas y luego por una ruta que con el tiempo se llamó Camino Real de Tierra Adentro, pero siempre con el riesgo de cruzar parajes asolados por los nativos, quienes llegaron a boicotear el paso de la plata con encono.

      Como lo comenta Carlos Gómez Mata, “la obligada construcción del ramal de tierra adentro” se efectuó “habiendo partido por la mitad el corazón del territorio de los Chichimecas, en abierto desafío a las feroces huestes guerreras de cuachichiles, xiconaquis, custiques y tecuexes, principalmente”[iii]. Esta situación derivó en constantes asaltos, robos y secuestros por parte de los nativos, quienes se consideraban herederos del territorio, en una tradición que se remonta al Horizonte Clásico de la datación precolombina.

       Por supuesto que las acciones beligerantes no fueron privativas de estos pueblos, sino también de los españoles, quienes en una ambición desmedida por extenderse y saquear las riquezas de los centros mineros cercanos (Zacatecas, Comanja y Guanajuato), emprendieron una “pacificación” por medio de las armas y una permanente intimidación de sus adversarios por diversos medios. El mismo Hernando de Martel, fundador de Lagos, en su juicio de probanza de méritos señaló haber tomado más de mil quinientas “criaturas” de los indios y entregarlos a personas españolas para que “las industriasen en nuestra santa fe católica”.

      Uno de los parajes más peligrosos era entonces el valle de Pechititán y sus alrededores, donde hoy se asienta Lagos. Era imposible la tregua entre nativos y españoles en un sitio con abundancia de agua, fertilidad de la tierra y una topografía que permitía el tránsito a los cuatro puntos cardinales. Había sido explorado hacia 1530 por el capitán Pedro Almíndez Chirinos, con el fin de reconocer los territorios que conformarían la provincia de Nueva Galicia. Sin embargo, tres décadas después las hostilidades seguían.

Por lo anterior, la Audiencia de Guadalajara, ordenó a Hernando de Martel, Alcalde Mayor de Teocaltiche, la fundación de la villa de Santa María de los Lagos para proteger los intereses de la corona. El 31 de marzo de 1563 se llevó acabo el protocolo de fundación y un mes después, el 3 de mayo, se levantó el Auto de posesión de la villa, en la que el escribano Juan de Arrona consignó el trazo del asentamiento a partir de una cruz en el centro de la plaza.

      Las condiciones geográficas y climáticas para el nuevo asentamiento eran inmejorables, especialmente por la abundancia de agua. La misma Audiencia señaló “que se haga y edifique y pueble un pueblo de españoles en los llanos de los Zacatecas en un sitio que es cerca de unas lagunas que hay que se llaman Los lagos, el cual pueblo se ha de llamar Santa María de los Lagos…”

El nombre de Los lagos fue adoptado porque en las primeras exploraciones se pensó que existían varios vasos lacustres. Salvo por la laguna de San Juan Bautista, hacia el norte de la villa y en la zona baja del valle, lo que realmente existían eran manantiales y ciénegas. Parte del territorio se anegaba durante ciertos periodos del año, semejando lagunas. Para una región semiárida, dicho territorio y la cuenca del río debieron ser un paraíso. Además, se garantizaba el abasto de agua doméstica dada por el río Lagos y por la facilidad para construir pozos artesianos y norias, debido a que los mantos freáticos en el valle y en las cercanías del río estaban a flor de piel. Alonso de la Mota y Escobar describe el paisaje

 

El sitio de esta villa es el mejor de este reino; cae en tierra llana y tiene dos ríos caudalosos por la parte oriente de que bebe todo el pueblo. Es de temple muy sano, fresco y apacible, aunque falto de leña por no tener en muchas leguas alrededor montaña. Hacia la parte del sur hay unos grandes humedales y ciénegas que tienen todo el año mucho y buen pasto…”[iv]

Esas áreas fértiles permitieron cultivar la tierra con granos básicos, hortalizas, especies frutales y forrajes; otras fueron aprovechadas para el ganado y pastoreo. Además, en esa época el real de las minas de Comanja aportaba otro tipo de explotación y riqueza que mantuvo el interés de la Audiencia por el territorio.

            Por otra parte, el emplazamiento de la villa, entre el río y la serranía, permitió dominar visualmente el valle. El cerro de la Calavera, donde hoy se localiza la parroquia del Calvario, disponía una vista despejada para otear hacia el sur, pero también hacia las mesetas del poniente, oriente y norte, donde se perdía el camino de la plata. La orografía, por tanto, fue fundamental en la defensa de la villa y de los caminos.  

El río Lagos tenía un caudal irregular, según la temporada del año, por lo que fue un factor decisivo en el diseño de la traza y la casa fuerte. En temporales altos solía desbordarse y los conductos de plata quedaban varados hasta por semanas. Su confluencia con el arroyo del Guaricho constituía un borde natural, ideal para construir la defensa. Por tradición se ha señalado ese sitio como el lugar exacto del baluarte, aunque por las condiciones topográficas e hidráulicas es posible que tuviera edificación en ambas márgenes del río, asegurando no sólo el paso del río sino la defensa de la villa española y resguardo en ambas márgenes, al menos con garitas o muros contrafuertes para salvar la villa de inundaciones y asaltos de los nativos. Es extraño que tuvieran que pasar tres siglos para la construcción de un puente digno para sortear el cauce.

         Tampoco hay certeza del sitio en el que existió la primera cárcel. En la agonía de la colonia, en 1792, José Méndez Valdés, escribió que la villa de Lagos tenía “cárcel muy mala, situada a las márgenes del río con el mismo nombre, y expuesta al rigor de las crecientes que toma en abundancia las aguas, cuyo paso es peligroso en tiempo de ellas…”[v] Por lo tanto, podría inferirse que el baluarte (o casa fuerte), el presidio y la cárcel, en el caso de Lagos, pudieron formar parte de una misma edificación, sobre todo si consideramos que con el número de vecinos y la premura por contar con los equipamientos básicos en el primer siglo (iglesia, cárcel, presidio, baluarte, casa de gobierno, trojes…) era evidente levantar una arquitectura multifuncional que con el tiempo se fue diversificando en el mapa y en la calidad constructiva.   

La traza a regla y cordel partió a una distancia aproximada de 200 varas del río (lo cual garantizaba que al menos las inundaciones no llegaran hasta la plaza), con calles en damero a los cuatro vientos, posiblemente con las 25 manzanas que se planteaban por tradición en las ciudades de la América hispana y que se institucionalizaron en las Ordenanzas de Felipe II una década después. Estas manzanas albergaron la iglesia, la casa de gobierno, los solares de los vecinos y sus respectivos huertos. Según Hugo Reyes García, las casas de los primeros vecinos “seguramente estaban hechas, en ese momento, de morillos y zacates, ya que don Hernando de Martel estaba apremiando a la audiencia de Guadalajara a que le concediera indios para hacer casas de terrado…”[vi]

El primer siglo de la villa fue de penurias y con un crecimiento limitado, corriendo el riesgo de despoblarse en algún momento. La bonanza del lugar no garantizaba seguridad ni futuro, pero con el tiempo y la resistencia de sus pobladores logró consolidar una de las villas más prósperas del virreinato. Se incorporaron barrios de indios, llegaron las órdenes regulares a fundar conventos, se construyeron estancias, pueblos de indios con ascendencia tlaxcalteca, obras de infraestructura, edificios a cal y canto, equipamientos y una identidad propia que fueron consolidando el futuro de este baluarte en un valle prodigioso.■

 


[1] Sanz Camañes, Porfirio (2004). Las ciudades en la América Hispana. Sílex Ediciones. Madrid, España. Pag. 28.

[2] Sanz Camañes, Porfirio. Op. cit.Pag. 26.

[iii] Gómez Mata, Carlos (2006). Lagos indio. Universidad de Guadalajara. Pag. 33.

[iv] De Alba, Alfonso () Antonio Moreno y Oviedo y la Generación de 1903. Biblioteca de Autores Laguenses. Pag. 80

[v] Descripción y censo general de la Intendencia de Guadalajara 1789-1793. (1980) Gobierno del Estado de Jalisco.

[vi] Reyes García, Hugo (1998) “Historia urbana de Lagos de Moreno”, en La ciudad en Retrospectiva. Luis Felipe Cabrales barajas y Eduardo López Moreno (compiladores). Universidad de Guadalajara. Pag. 249.