26.9.07

blog blog


El blog o bitácora es un recurso que el Internet pone en manos de cualquier mundano para que publique lo que le venga en gana. Hay de todo y para todos: desde sentimentales diarios hasta inteligentes proclamas. Algunos lo utilizan como galería plástica y otros como vertedero sexual; unos coleccionan caricatura política y otros reclaman la incomprensión familiar; hay quienes anuncian su establecimiento y quienes renuncian al sistema establecido. Es un confite de mentalidades, con pequeños Shakespeares e inacabables analfabetas funcionales que a diario postean en la telaraña electrónica.
Eso sí: tiene uno que navegar con pasos de lebrel para no cazar vanalidades o hacerse el idiota por horas. El blog no es una moda, sino un nuevo mecanismo para vertirse al mundo y dejarse leer por cualquiera.
Ahora que la cultura anda desbocada por la red, tenemos la oportunidad de treparnos y decir “algo” (aunque muchos “algos” deberían desvanecerse por inútiles o huecos). Antes esperábamos la venia de un impresor o un espacio en los medios electrónicos. La gran virtud (y el gran riesgo a la vez) del Internet es que no deja desolado a nadie, por eso millones de adolescentes se han colgado de él como el medio que mejor los cobija y algunos adultos intentamos hacerlo familiar.
Un buen navegante sabe andar como Juan en su casa; lee el diario, consulta el clima, escucha la radio o tramita su INFONAVIT; se cuela de un lado a otro, de un sitio a otro, del correo al Chat, de un blog a un fotoblog, de un fotoblog a un videoblog.
Los videoblogs confirman que la red puede ser otra alternativa ante los monopolios televisivos. Algunos son evidentemente creativos. En lo personal, durante un tiempo he seguido la pista a uno español llamado Qué vida más triste, el cual sube a la red semanalmente las aventuras de Borja, su novia Nuria y su grupo de amigos, treintañeros muy ñeros que no hacen sino ver desgastarse la vida con “la play” y la soledad de una generación que aún no sabe mancomunar con su especie. Este modesto proyecto lleva ya dos temporadas circulando en Internet con infinidad de seguidores. Se produce de manera doméstica, con capítulos de cinco minutos y guiones divertidos y sensatos.
Aún es hueca e insuficiente la bondad de las páginas personales, pero muchas saben congratularse con el palpitar de la sociedad en la que vivimos y pueden ser, en vastos casos, mejor opción que escuchar la verborrea totalizante de los Pedros Ferrices, los Guillermos Ortegas, los López Dórigas o cualquier otro hipnotizador de la mediateca al servicio del capital.
En fin, yo estoy apostándole un grato futuro al mundo de la blogería. Esta colaboración de El Cartón irá a parar a mi espacio, por si alguien anda metido en este mundo virtual: www.dantealejandro.blogspot.com. Por ahí nos leemos, nos posteamos o a ver qué hacemos.

14.9.07

La gata


Cuando ampliaron la calzada, tuvieron que cortar como tajo de tarta algunos edificios, entre ellos la casa del hombre. Por fortuna, vivía sólo con su gata y dos televisiones, ocupando únicamente la cocina, uno de los cuartos y el baño, así que no tuvo empacho en perder el resto de la casa. Obras Públicas rehizo la fachada con toda intención minimalista y con la premura que el presupuesto le permitió al ayuntamiento.
Fue uno de sus vecinos, un estudiante de letras, acostumbrado a las gracias, quien le colocó el mote de Asterión de Zaragoza, en alusión al pobre bóvido-hombre encerrado por el Minos gubernamental en el laberinto urbano.
La Calzada Zaragoza es hoy una amplia rambla a donde van de día los niños y de noche los trasvestidos. Corre de sur a norte (como el Nilo) y en la fachada oriente (como en el Nilo) se han edificado mundos de luz y de vida: bares, resturantes, un par de galerías, comercios y oficinas. El margen poniente pertenece (como el Nilo) a los muertos o a los que menos tienen. Originalmente han habitado el barrio personajes de mediana economía hacia abajo; el ayuntamiento se limitó a levantar las urgidas fachadas y después se olvidó de ellos, dejando pendientes banquetas y mobiliario urbano. Algunos abrieron su taller mecánico, su peluquería o una tienda de abarrotes; otros se marcharon, deslumbrados por las ofertas de la vivienda en bloque; los menos, como el caso de Asterión de Zaragoza, permanecen en su reducto, ajenos al posmoderno exterior y a la mano del especulador que anda en pos de su vivienda.
Desde que abrieron la calzada, él prefirió su claustro y un par de rutinas diarias, tales como salir a comprar leche a las siete de la mañana o bajar al mercado a las doce. Las tardes de Asterión nadie las conocía. Permanecía encerrado en la casa y de vez en vez asistía a la puerta para mirar pasar colegialas o para compartir nostalgias con algún vecino contemporáneo suyo.
Una noche salió la gata y fue a plantarse ante un autobús procedente de La Piedad, cuyas llantas derechas decretaron el fin de la mascota. Al otro día, cuando Asterión de Zaragoza se enteró del percance, los restos de su compañera habían sido retirados con pala por una comisión de Aseo Público, cuyo camión se la llevó como a los muertos lleva el Nilo.
Esa misma tarde, compungido, Asterión fue a la casa de empeño con una de las dos televisiones.