9.2.20

Rico, Lésper y la fragilidad de lo conceptual.

“Nimble and sinister tricks”, de Gabriel Rico


Este fin de semana fue álgido para la opinión pública de la comunidad artística en México, debido a un incidente de la feria Zona Maco, pues las autoridades de la Galería OMR acusaron a Avelina Lésper de destruir la obra “Nimble and sinister tricks” (algo así como “trucos ágiles y siniestros”), de Gabriel Rico, la cual se colapsó en las narices de la célebre crítica de arte y de una multitud de espectadores presentes.
Inmediatamente y en consecuencia, los medios de comunicación y las redes sociales soltaron al león. Se desató una marea de opiniones, juicios y condenas  mediante sendos memes, tuitazos e ingeniosos comentarios, acusando dos bandos irreconciliables que terminaron por sentenciar: quienes definen a Lésper como “pesudocrítica” y quienes definen a Gabriel Rico como “pseudoartista”.
Siguiendo la marejada, me sumé con un comentario en Facebook, pero después recapacité y lo eliminé, pues me asaltaron tres dudas: una, si Avelina actuó de manera criminal y malévola; dos, si la obra realmente se sostendría por mucho tiempo; y tres, si realmente en OMR estaban “tristes”, como lo indicó uno de sus comunicados.
En relación con lo primero, la misma Lésper aclaró que ni siquiera tocó la pieza. A pesar de su apariencia beligerante, dudo que haya sido su intención ver en añicos el cristal y los objetos de la obra, o si lo pensó, no buscaría ser el conducto del colapso. A pesar de su personalidad protagonista y controversial, Lésper se ha colocado en un ala de la crítica que más de una vez ha puesto en evidencia la charlatanería con que se mueve el mercado del arte y los “artistas” en búsqueda de fama o de capital, motivo por el que se ha hecho un ejército de fans y otro de detractores. En lo personal, me asumo dentro de los primeros.
            Por otra parte, y sin considerar aspectos estéticos, plásticos o conceptuales, al ver la composición de la pieza es evidente que terminaría en el suelo, debido a su fragilidad estructural. Me extraña eso, pues Gabriel Rico (quien hasta el momento no se ha manifestado sobre lo sucedido) tiene formación como arquitecto y en otras ocasiones ha presentado piezas con un cuidado del equilibrio y la resistencia de los materiales.
Rico es un artista nacido en Lagos de Moreno (1980) con una trayectoria ascendente en el campo del arte, con exposiciones en el país y el extranjero a lo largo de quince años, que lo llevaron en el 2019 a ser invitado a la 58 edición de la Bienal de Venecia. Lo conocí siendo un niño, pues mi familia vivía al lado de la suya en los años ochenta. A ellos les guardo un entrañable respeto. Su madre, Lourdes Jiménez (quien lamentablemente falleció hace unos años) fue una entusiasta autora de poesía infantil, con quien tuve el placer de compartir mis primeros azotes en la literatura a inicios de los noventa. En aquel entonces, su padre, Emigdio, tuvo la generosidad de ilustrar el primer número de nuestra humilde revista Cuadernos del Tlacuache, con unas simpáticas viñetas en tinta china que recrearon visualmente no sólo ese primer número, sino nuestra primera época de talleristas.
A Gabriel le perdí la pista, hasta que vi una de sus exposiciones en Guadalajara, siendo él egresado de arquitectura y artista en ciernes. Era una colectiva de nombre Tree Friends, instalada en un piso de Chapultepec, que me pareció regular. Luego vi otra con mayor madurez, de nombre Superposición, en el Museo de la Ciudad, allá por el 2014. Finalmente, le perdí la pista otra vez hasta el incidente de este fin de semana.
Algunas obras de Gabriel constituyen una transegresión al status quo del discurso artístico y buscan redimir, mediante los materiales, la escición entre naturaleza y el orden social. Como señala su página personal: “sus instalaciones combinan irónica y poéticamente formas naturales y antinaturales, insistiendo en una contemplación necesaria de su asimetría, así como de nuestros propios defectos culturales y políticos”. Bajo esta línea de trabajo ha logrado en los últimos años prestigio entre coleccionistas y galerías de México y el extranjero.
Sin embargo, “Nimble and sinister tricks” es (era) una obra que más allá del discurso carece de proyección y empatía. Es una relación de objetos insignificante, desarticulada incluso en el orden conceptual, pues en el arte conceptual también la materia que lo constituye (y no sólo el discurso) debe representarse como un todo o una suma de conexiones lógicas. Además, debe tener una capacidad de resilencia que en este caso fue nula: la estructura fue insuficiente por sí misma, fue insuficiente para el espacio que la contenía, para un espectador en movimiento y para el tiempo que duraría su exposición. Considero que tasar en 20,000 dólares la obra es excesivo y es evidente que los criterios del mercado artístico se juegan intereses distintos al valor real del arte.  
Por otra parte, para quienes acusan a Avelina Lésper de reaccionaria, me parece que nada hay más reaccionario en este periodo de la humanidad que mantener una incontinencia mercantil en el arte, la cual ha permitido abusos y absurdos en galerías y museos, escuelas de enseñanza, instituciones públicas y colecciones privadas.
Seguramente, este día Gabriel Rico ha multiplicado (sin esperarlo) sus bonos como artista, lo cual favorecerá su posición en los círculos artísticos del país y del extranjero. Por su parte, la tristeza de OMR no es sino una oportunidad para colocarse como una galería con una proyección positiva. Quien seguirá igual es Avelina Lésper, aunque probablemente tendrá que comprar un vidrio de seis metros cuadrados, una pluma, un palo, una piedra y un balón, materiales cuya fragilidad no es menor a cuanto acabo de escribir.