Con múltiples pretextos de por medio
había tardado en escribir estas líneas sobre Puertas demasiado pequeñas,
novela con la que Ave Barrera obtuvo el Premio Latinoamericano de Primera
Novela Sergio Galindo, convocado en 2013 por la Universidad Veracruzana. Se
trata de una lectura incapaz de sepultarse después de una primera lectura,
porque revela laberintos humanos tan divertidos como siniestros, en los que
puede asombrarse cualquier lector, sobre todo aquel apasionado con la
ciudad, la arquitectura y la pintura.
La historia es narrada por su
protagonista, José Federico Burgos, un pintor copista venido a menos,
quien a punto de pisar fondo recibe la oferta de falsificar una pintura europea
del siglo XV por una jugosa cantidad de dinero. Su desfachatez ante las
circunstancias y una desesperante incapacidad para administrarse moral y
económicamente le llevarán a vivir tormentos en la oscuridad que él mismo se ha
forjado. Con voluntarioso humor, Burgos cae una y otra vez, sin que los otros
personajes (el magnate Horacio Romero y su madre enloquecida, la servidumbre o
un indigente llamado Soquet) estén en posibilidad de iluminarlo.
Para quienes disfrutan los intrincados
paisajes de Guadalajara, encontrarán una conmovedora postal de los años
noventa, que viaja de las vecindades marginales a los círculos de la
aristocracia, lo cual es aprovechado por Barrera para hacer un homenaje a dos
personajes del siglo XX que contribuyeron a la identidad tapatía: el arquitecto
Luis Barragán y el pintor Gabriel Flores, quienes aparecen con intermitencia
como mentores espirituales de Burgos, pero en el delirio y en episodios fantasmales.
Cuando surge un narrador jalisciense,
como sucedió con Ave Barrera, algunos articulistas se apresuran a encontrarle
similitudes con Rulfo, como si todo lo “jalisciense” fuera privativo del ojo
rulfiano. A estas alturas es ociosa la comparación. En el caso de Puertas
demasiado pequeñas, el discurso se relaja, pero no se sostiene con
sentencias breves o lapidarias. Además, la trama invoca sus propios espectros,
quienes viven contenidos entre paredes, jardines y resquicios y no en la
desolación del campo o del pedregal. La fatalidad se humedece, entonces, en lo
arquitectónico y en lo urbano.
Por otra parte, la ciudad es un diorama
en permanente vibración, no estático como el páramo. Con Burgos se mueve
Guadalajara: en las calles, el antiguo Hospital Civil, el fraccionamiento
Colinas de San Javier o el Parque Morelos. En este sentido, tiene más cercanía
a María Luisa de Azuela que a la obra de Rulfo.
Como toda obra publicada por
instituciones educativas, la distribución de Puertas demasiado pequeñas
es limitada, pero promete una cadena de lectores que habremos de recomendarla
con placer. Ya hacía falta una vereda distinta en nuestra narrativa y Ave
Barrera es de los autores que caminan por delante.
Puertas
demasiado pequeñas, Ave Barrera, Universidad Veracruzana, 20013,
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