El 26 de abril de 1937, la Legión Cóndor de la aviación Nazi bombardeó una pequeña población vasca llamada Guernica. Este suceso fue detonante para la instauración del fascismo en Europa y es uno de los primeros casos en los que la sociedad civil fue aniquilada mediante bombardeos aéreos.
El 1 de mayo, Pablo Picasso comenzó a pintar el famoso Guernica, a petición del Gobierno Republicano de España, como un testimonio del horror al cual lleva la guerra. Esta obra se convirtió con el tiempo en un paradigma del arte en el siglo XX y es, después de La Monalisa, el cuadro más referenciado de la historia.
Mientras el mundo conmemora los setenta años de la masacre y del cuadro, algunos pocos perturban la certeza artística de éste. En la Feria del Libro de Bogotá, Roberto Gómez Bolaños Chespirito, calificó de “caricatura” al Guernica, diciendo que las formas y los dibujos le restan seriedad al motivo del cuadro. “El villano se está festinando con su ataque”, escribió para el diario capitalino El centro.
El mes pasado pude ver en el Museo de la Ciudad de León una exposición de cuarenta y cinco estudios preliminares que realizó Picasso para ejecutar el Guernica. Este tipo de exposiciones certifican que las grandes obras de arte no son producto de la ocurrencia o de la inspiración divina, sino del ejercicio rígido y serio. Fue un trabajo de oficio y paciencia, como lo acostumbraba el pintor español y como lo ameritaba el homenaje al pueblo abatido. En los distintos estudios ensayó variadas técnicas, colores e intenciones plásticas y emocionales. “El arte no es para adornar las casas, sino un instrumento de guerra y defensa”, señaló alguna vez Picasso.
Podemos plantear dos supuestos: Chespirto cometió un arrebató senil o realmente no conoce los antecedentes, el poder testimonial, el valor estético y la lucha contenidos en el Guernica y sus “monos”, aparentemente primarios pero dotados de habilidad y maravilla. Esperemos que la razón le ronde y un día de estos diga que se le “chispoteó”.
El 1 de mayo, Pablo Picasso comenzó a pintar el famoso Guernica, a petición del Gobierno Republicano de España, como un testimonio del horror al cual lleva la guerra. Esta obra se convirtió con el tiempo en un paradigma del arte en el siglo XX y es, después de La Monalisa, el cuadro más referenciado de la historia.
Mientras el mundo conmemora los setenta años de la masacre y del cuadro, algunos pocos perturban la certeza artística de éste. En la Feria del Libro de Bogotá, Roberto Gómez Bolaños Chespirito, calificó de “caricatura” al Guernica, diciendo que las formas y los dibujos le restan seriedad al motivo del cuadro. “El villano se está festinando con su ataque”, escribió para el diario capitalino El centro.
El mes pasado pude ver en el Museo de la Ciudad de León una exposición de cuarenta y cinco estudios preliminares que realizó Picasso para ejecutar el Guernica. Este tipo de exposiciones certifican que las grandes obras de arte no son producto de la ocurrencia o de la inspiración divina, sino del ejercicio rígido y serio. Fue un trabajo de oficio y paciencia, como lo acostumbraba el pintor español y como lo ameritaba el homenaje al pueblo abatido. En los distintos estudios ensayó variadas técnicas, colores e intenciones plásticas y emocionales. “El arte no es para adornar las casas, sino un instrumento de guerra y defensa”, señaló alguna vez Picasso.
Podemos plantear dos supuestos: Chespirto cometió un arrebató senil o realmente no conoce los antecedentes, el poder testimonial, el valor estético y la lucha contenidos en el Guernica y sus “monos”, aparentemente primarios pero dotados de habilidad y maravilla. Esperemos que la razón le ronde y un día de estos diga que se le “chispoteó”.
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