20.7.25

Artilugio. Artículos y reseñas

 


Con gusto les informo que sigue en circulación mi reciente libro, Artilugio. Artículos y reseñas, en el que hablo sobre algunos temas que me rondan a diario: arquitectura, arte, mapas, libros y la ciudad, con textos publicados en los últimos siete años y algunos inéditos. Por aquí aparecen los arquitectos Lina Bo Bardi, Salvador de Alba, Fernando González Gortazar, Norman Foster y pintores como Carlos Larracilla o Mariano Borja. También hablo sobre algunos autores literarios cercanos, entre los que puedo mencionar a Francisco de Alba, Sergio López Mena, Román Villalobos, Alejandro Franco, Silvia Quezada, Juan Marcos Chávez Cajiga, Bladimir Ramirez, Pedro Valderrama Villanueva, el primo José Limón, Berónica Palacios, Julia Melissa Rivas Hernández y otros más que aquí se asoman, en estas 104 páginas de sabor. La portada es una chulada gótica del pintor Simone Martini (siglo XIV), en la que el beato Agustín Novello salva la vida de un niño que cae de un edificio. Si quieren saber más, no olviden solicitar su ejemplar de Ediciones Papalotzi con envíos a cualquier rincón del mapa.


4.11.24

Remanso de mil aguas, de Berónica Palacios

 

En 2015 apareció la primera edición de Remanso de mil aguas, pequeña plaquette que contiene tres cuentos juveniles en los que su autora, Berónica Palacios, nos entrega “un agradecimiento al tiempo en el que viví en Puerto Vallarta”, con evocadores referentes de sitios, personajes y situaciones cotidianas de ese puerto jalisciense. 

Este año, Ediciones Papalotzi lanza la tercera edición, en la que se vuelven a reunir estos tres textos sobre la infancia y la juventud, sobre el despertar de la sexualidad y el amor de pareja, pero también sobre los riesgos que aloja una sociedad imposibilitada de regular sus inercias y vicios, así como su resistencia a reconocer la diversidad de género y el derecho de los individuos a determinar su propia identidad.

 Los cuentos, en los que la ingenuidad y aparente candor de los personajes llevarán a un escenario rosa, esconden tras de sí turbios acontecimientos en los que son terceros quienes someten la trama y la llevan a la desgracia. Felipe, el primero de ellos, narra el silencio de una relación entre dos hombres, sujetos al rudo ambiente de las ladrilleras y a un contexto adverso en el que la fatalidad es quien impera sobre el amor.

De la misma naturaleza es Siempre fui jacalera, relato donde ahora las protagonistas son mujeres inmersas en una relación que llevará al dolor y a la violencia como única salida, a pesar del cuidado con el que la protagonista cultiva su intimidad:

 

Por eso, decidimos vernos en la parte más alta del río, ahí nuestro amor brillaría en la lejanía, donde no pudieran salpicar de rumores nuestros nombres. Yo fiel a lo que ella ordenara, a las peticiones que dejara en mi ventana cada madrugada y a soportar su ausencia cuando lo determinaba.

 

Finalmente, El beso soñado, que tiene una alta carga autobiográfica según su autora, narra el despertar de la sexualidad en una niña que anhela un contexto de amor, a pesar de crecer en una familia fragmentada, donde un ambiente precoz y la violencia de género son latentes y ponen en riesgo sus aspiraciones. Cabe mencionar que este cuento apareció anteriormente en la bibliografía de la autora y dio nombre a uno de sus libros, Chapala y el beso soñado, publicado en 2009.

La portada y las ilustraciones interiores de Remanso de mil aguas son obra de Dalia González, joven artista visual nacida en Guadalajara, quien tiene ya una amplia trayectoria como freelance en la ilustración y la historieta; además, es autora de dos libros publicados en Editorial Porrúa: Debajo de la Almohada y El jardín de Dinorah.

Berónica Palacios Rojas (Chapala, 1973) es Licenada en Letras Hispánicas y Maestra en Educación, además de vivir comprometida a su labor literaria, editorial y educativa. Es autora de los libros Nostalgias, Herencias, Corazón por fuera, Ternura de luz ensimismada, Chapala y el beso soñado, Memoria Incendiada, Hombre mar, El vuelo del ángel y Roja Rutina, así como coautora del disco Bosque de silencios. Dirige la revista y Ediciones Papalotzi y aparece en varias antologías y libros colectivos. Cofundadora del Encuentro de poetas “Francisco González León” desde el 2013. Ganadora de los premios “Adalberto Navarro Sánchez” (2014), Slam poético (SEMS y Editorial Verso Destierro, 2014), Premio Nacional de poesía “Rogelio Treviño” (2016) y los LXII Juegos Florales de Sahuayo (2017). Fue Becaria del CECA Jalisco en 2018 y este año obtuvo el Premio Nacional de Cuento “Gabriel Borunda”.

La sabia arquitectura de Lina Bo Bardi

 


Si la arquitectura europea del siglo XX se recostó durante varias décadas en los principios téóricos de Le Corbusier como si fueran inflexibles, hubo una cadena de personajes que blindaron el llamado Movimiento Moderno y lo extendieron a otras geografías, pero con especial atención en las condiciones particulares de cada región, como fue el caso de Lina Bo Bardi, quien contribuyó a dotar de dignidad, identidad y prestigio a la arquitectura Brasileña.

Lina Bo Bardi nació en Roma en 1914 con el nombre de Achillina Bo. En 1930 se recibió como arquitecta y comenzó a trabajar en pequeños proyectos y en el mundo editorial, donde hizo equipo con el célebre Bruno Zevi, uno de los más importantes historiadores de la arquitectura del siglo XX, publicando la revista A Cultura della Vita. Debido a su ímpetu por las causas sociales y su interés en la política, se adhirió a la resistencia contra la ocupacion alemana durante la segunda Guerra Mundial, participando con el Partido Comunista Italiano en acciones clandestinas y de proselitismo.

Fue en 1946 cuando adoptó el apellido Bardi, al casarse con el crítico de arte Pietro María Bardi. Ambos decidieron trasladar su residencia a Brasil, un país cuya naturaleza y vigor les ofrecía  no sólo refugio político, sino una mejor perspectiva de vida que la de una Europa en ruina, desquebrajada por la guerra reciente.

Mientras Pietro hacía una trayectoria como coleccionista de arte y afianzaba sus relaciones con la clase política brasileña, Lina comenzó a desarrollar su potencial como profesionista, no sólo proyectando importantes edificios para el estado, sino como diseñadora, escenógrafa teatral y académica, además de aportar reflexiones teóricas a la arquitectura con su libro Contribución Propedeutica ao Ensino da Teoria da Arquitetura (1957).

Entre sus obras más relevantes destacan el Museo de Arte de Sao Paulo (1958), la Iglesia del Espíritu Santo do Cerrado (1976), el Teatro Oficina (1990) y SESC Pompéia (1990), en las que dispone de plasticidad los principios de la arquitectura funcionalista. En el urbanismo, destaca Ladera de la Misericordia (1988), en San Salvador de Bahía, proyecto de regeneración urbana para articular dos barrios que entonces se encontraban en lamentable deterioro físico y social. Finalmente, hay que mencionar la Casa de vidrio (1951), donde la arquitecta habitó por cuatro décadas y a la que dediqué un breve poema en mi libro Suburbio acá:

 

Esta es la casa de vidrio

en la jungla de Sao Paulo,

luz que recorre la fronda

con sus ojos verdes.

Aquí, el cristal y el concreto

aprendieron a amarse

con al limpieza

de una línea recta,

de un muro desnudo que

asoma apenas

en la maleza

con el sigilo de la arquitectura

que resguarda quietud.

 

Aquí dejó Lina

su anhelo de cristal.

 

Lina Bo Bardi falleció en 1992 sin dejar de participar un día en la vida cultural del país que la adoptó. Si algo le debemos a esta gran arquitecta es la lucidez y sabiduría con la que proyectó su vida y su obra, a partir de un inquebrantable entusiasmo por la cultura, la naturaleza y el bienestar social. Sabía que el mejor engranaje entre el ser humano y su entorno se edifica con un incendio.


4.5.24

Corazón de metralleta, de Pedro Valderrama

 


Desde hace años, Pedro Valderrama Villanueva (Tijuana, 1973) viene construyendo una trayectoria sólida como investigador de la literatura en nuestro estado, pues ha publicado trabajos de interés no sólo para académicos y autores, sino para el lector común, tales como:  Arturo Rivas Sainz. Crítica: ensayos y reseñas (2006), El perímetro de la hoja. Las revistas literarias de Guadalajara (1991-2000) (2007), Dispersiones. Textos sobre literatura jalisciense (2011), Detonación. Contra-Cultura (menor) y el movimiento fanzine de Tijuana (2014), En la orilla del tiempo: antología de poetas jaliscienses nacidos entre 1967 y 1979 y La palabra inacabada. Textos sobre literatura contemporánea de Jalisco (2022), entre otros libros. Además, es poeta, periodista, editor, docente y miembro del Seminario de Cultura Mexicana, Corresponsalía Guadalajara.

    Una de sus obras más recientes es Corazón de metralleta. Breve historia del movimiento poético y editorial de Guadalajara (1971-1990), investigación publicada por Keli Ediciones, que nos permite identificar no sólo la producción literaria de este periodo, sino sus antecedentes e impacto en las décadas posteriores, así como autores, grupos, talleres literarios y aparato crítico. El mismo autor lo define como un “periodo marginal, punk, periférico, disidente”, pues se recrea en años de transformaciones decisivas para el arte, con propuestas generadas a ras de suelo, como resistencia al status quo o desde la ruptura. La literatura, y en especial la poesía, se ejerció con plenitud en los movimientos políticos y sociales de la juventud setentera y ochentera, aliada, además, a las artes gráficas o al rock, entre otras manifestaciones culturales.

    Corazón de metralleta se divide en cinco capítulos que nos orientan de manera cronológica. Primero, establece los antecedentes de la literatura jalisciense a partir de las primeras publicaciones impresas, en el siglo XIX, hasta bien entrado el siglo XX con sus diversos autores, obras y aportaciones, además del movimiento que se gestó en el rock y en la literatura de la onda. El Capítulo II se centra en el movimiento poético y editorial de Guadalajara en los años setenta, con énfasis en algunos poetas protagonistas de la época, la Generación del 54, los poetas disidentes y los primeros talleres literarios en la capital tapatía. El capítulo III lo dedica a las publicaciones literarias en los años setenta, algunas poco conocidas, desde Papeles al sol hasta Peñola. El cuarto capítulo del libro se centra en la literatura durante los años ochenta y, finalmente, el quinto capítulo describe las distintas publicaciones periódicas que aparecieron en este último periodo, desde Campo abierto hasta Alimetrías.

    El libro no sólo muestra un panorama completo de esas dos décadas, sino que es un detallado ejercicio de indagación, interpretación y reflexión crítica a partir de los autores y sus obras. Coincido con Celia del Palacio, quien en el prólogo del libro expresa las limitaciones para acceder a documentos y datos relacionados con el tema; sin embargo, se sobrepone el oficio y la perseverancia de Pedro para rastrear, recuperar y presentarnos libros, plaquettes, revistas o fanzines, los cuales no sólo están dispersos en archivos y bibliotecas públicos o particulares, sino que incluso algunos deben tener un acceso pedregoso o están desaparecidos.

    También debemos reconocer en nuestro investigador la honestidad al referirse a Guadalajara y no a Jalisco como objeto de esta investigación, pues no hay afán de abarcar un campo aún desmembrado, como suelen aventurarse otros investigadores. Si bien, el núcleo cultural y literario del estado se concentra en la zona metropolitana, hubo y hay autores y grupos dignos de interés en otras ciudades y regiones que suelen pasarse inadvertidos desde el centro y se requeriría una labor más compleja para indagar y procesar su aportación a la literatura jalisciense. Lo cierto es que Corazón de metralleta es una obra disciplinada y pormenorizada que contribuye a construir una aproximación a esa literatura “estatal”, pues, reitero, cada región y época tiene particularidades que la vuelven heterogénea.

    Otro acierto del libro es que, aunque se trate de un periodo relativamente corto, dos décadas, el umbral de impacto para nuestra literatura es muy amplio y tiene intrincados lazos con movimientos literarios en otros lugares del país, donde también abrevaron algunos de los autores tapatíos. Por otra parte, reconoce asimismo que del cúmulo de escritores que participaron en las publicaciones de la época, algunos se perdieron y no lograron consolidarse.

    Es este, pues, un libro digno de consulta, que nos ofrece la perspectiva, anteriormente fragmentada, de una Guadalajara siempre viva para las letras, de la cual han surgido narradores, poetas, dramaturgos y ensayistas fundamentales, dignos de releerse. Una generación que abrió rutas para quienes llegaron en la década de los noventa y para quienes aún construyen esta literatura local (y al mismo tiempo universal), en un acto que el mismo Pedro Valderrama reconoce como “la palabra inacabada”.



8.1.24

Los fracasados de Mariano Azuela: un recorrido histórico por Lagos de Moreno de finales del siglo XIX a principios del XX

 

Fue un placer cerrar el 2023 con la recepción de este libro en el que José Espinosa Limón ha vertido silenciosamente varios años de trabajo, reuniendo y procesando información de bibliotecas, archivos y repositorios, mediante un riguroso trabajo de campo y de gabinete. Los fracasados de Mariano Azuela: un recorrido histórico por Lagos de Moreno de finales del siglo XIX a principios del XX se une hoy al patrimonio documental de Lagos de Moreno, pues no sólo revela datos que permanecían en la sombra, sino que abre nuevas líneas de investigación sobre nuestra región.

Se trata de una reflexión exhaustiva que realizó Espinosa Limón partiendo de una obra de ficción, Los Fracasados, para recuperar parte de la memoria histórica, social y política de Lagos de Moreno en un periodo que nutriría la potente obra de Mariano Azuela y lo convertiría en el novelista mexicano más relevante de la primera mitad del siglo XX. Es un análisis sobre el contexto en el que se gestó esta obra literaria y el poder testimonial que puede representar la narrativa en el imaginario colectivo.

Si bien, Los fracasados (1908) no alcanzó la fama de las obras posteriores de Azuela, es una novela de transición, escrita in situ por el entonces joven médico de pueblo, aún sin la etiqueta de la “revolución”, pero superando el naturalismo de María Luisa, la cual había sido publicada apenas un año antes y escrita en la década anterior. Como lo señala Rogelio López Espinoza en el prólogo, y refiriéndose a Azuela, Los fracasados es “producto del análisis y la observación de la asfixiante sociedad laguense en la cual se desenvolvía”. Quizá por eso encubrió el nombre de la ciudad por el de Álamos del Sagrado Corazón, apelativo que también enuncia el ambiente religioso de entonces.

Acostumbrados a las reseñas que nos hablan de una relativa paz en la primera década del siglo XX laguense, este libro confirma que no era así, sino que anidaban las evidentes hipocresías de una ciudad pequeña, motivadas por esa inevitable convivencia de sus habitantes, quienes no podían desprenderse unos de otros a pesar de cualquier diferencia ideológica o socioeconómica. Era vigente la tensión entre liberales y conservadores, entre el poder clerical y el oficial, entre clases dominantes y oprimidos…

A lo largo de estos seis capítulos documentados con cuidado y la reflexión que hace de la obra de Azuela y su entorno, Espinosa Limón enfatiza la preocupación del novelista por una narrativa verídica, en la que subyacía una identidad colectiva.  Para ello, el novelista utilizó episodios, expresiones y escenarios locales, así como personas reales para construir sus personajes, como es el caso del párroco Gregorio Retolaza o de su amigo el poeta José Becerra, encarnados en la novela por el cura Cabezudo y el licenciado Reséndiz, respectivamente.

Escribe José que “si tuviéramos que definir el tema principal en la novela de Los fracasados de Mariano Azuela en un sentido histórico, éste sería sin duda alguna el de las relaciones existentes entre sociedad, Iglesia y autoridades políticas en una pequeña ciudad de Jalisco como lo era Lagos de Moreno a principios del siglo XX” (pag. 117). Es por eso que dedica uno de sus capítulos a relatar el conflicto político y religioso sucedido en 1905 en Lagos y que dio elementos para el argumento de la novela, no sólo como prueba de que las pugnas del siglo XIX permanecían vigentes, sino que en cualquier momento podrían estallar a mayor escala, como sucedió efectivamente en la revuelta cristera, dos décadas después.

Por otro lado, y paralelamente a cualquier conflicto, José muestra los méritos de dicha sociedad en su búsqueda de “progreso” y “modernidad” material y cultural, y en algunos de los capítulos se refiere a varios referentes de orgullo laguense en la novela, como lo fueron el ferrocarril, el tranvía, la fábrica “La Victoria”, las obras del Padre Miguel Leandro Guerra o el teatro José Rosas Moreno, entre otros. Si bien, no son elementos fundamentales para la trama de Los fracasados, constituyen los anhelos de una sociedad en movimiento que buscaba renovarse, y construir sus propios equipamientos, infraestructura urbana y servicios públicos, aún con las desigualdades y precariedad de la pequeña provincia frente al centralismo de las capitales.

Finalmente, hace hincapié también en los diversos intentos separatistas que desde Lagos de Moreno se promovieron durante varias décadas, con el interés de formar un nuevo estado, y que fueron (y son) un síntoma de un permanente acento autónomo e inconformidad en los laguenses con relación a Jalisco.    

Con este libro, José Espinosa Limón ratifica el valor social que la narrativa de Mariano Azuela nos ha heredado y la relevancia de Los fracasados con respecto a la personalidad de Lagos de Moreno. A partir de hoy, debemos seguirle la pista a nuestro joven investigador y esperar nuevos retos, con libros como el que hoy presentamos, no concluyentes, sino que abren nuevas vertientes de investigación sobre nuestra identidad.


27.7.23

Habitaciones furtivas, de Silvia Quezada

 



Rebeca Uribe fue una poeta nacida en Sayula, Jalisco, en 1911. Su obra es apenas conocida, pero alcanzó madurez a su temprana y aún intrigante muerte en la Ciudad de México, cuando apenas contaba con treinta y ocho años de edad. La justicia y la literatura tienen una gran deuda con esta autora, quien no sólo reveló una personal perspectiva literaria, sino que también confrontó las asperezas de un entorno adverso para la mujer. La muerte llegó como presagio en uno de sus versos: Vestida de brumas vino / la muerte-niña hasta el lecho. / Sus ojos, gotas de fronda, / cabezales de ensueño.

Sin duda, es la doctora Silvia Quezada quien con mayor entusiasmo y rigor ha estudiado la vida y obra de esta poeta, pues ya con anterioridad publicó dos libros alusivos: Máscara sin fortuna. Rebeca Uribe (H. Ayuntamiento de Guadalajara, 1997) y Toda yo hecha poesía: Rebeca Uribe: un estudio biográfico (Seminario de Cultura Mexicana, 2013). La doctora Quezada se destaca por una consistente trayectoria como académica, investigadora, ensayista y conferencista; sin embargo, tiene también un libro de narrativa, Gris de lluvia (2013), y ahora decidió incursionar en la novela con Habitaciones furtivas (2022), proyecto seleccionado por el Consejo Estatal Para la Cultura y las Artes en Jalisco (CECA).

Habitaciones furtivas lleva a la ficción la vida de Rebeca Uribe y se construye en episodios ligeros, disfrutables, enlazados por medio de analepsis y cambios de narradores. Si bien, la protagonista de la historia es Érika Mondragón (Uribe), hay un mosaico de personajes (Ana Fénix, Samuel, Úrsula, Adán Vizcarra…), escenas y tiempos que proveen una lectura dinámica. Sin abusar de los recursos literarios, más bien dosificándolos a lo largo de la trama, la autora ofrece una novela placentera, sin solemnidad, pero con respeto a la tragedia de Mondragón y con el rigor que exige una aproximación honesta a la realidad histórica.

Hay, además, una historia paralela, protagonizada por Marcela Cervantes, quien vive en los años ochenta y un día se encuentra frente a tres intrincados problemas: quitarse de encima el matrimonio con un hombre miserable, su interés por el estudio de las letras y la búsqueda de pistas sobre la muerte de Érika Mondragón, a quien descubrió por medio de un libro que estaba a punto de irse a la basura. Si bien, indicios autobiográficos en la historia, al final estamos frente a una obra de ficción, donde el arco de cada personaje traza con autonomía un rompecabezas donde cada pieza fortalece el hilo conductor.

            A lo largo de la novela, se recrean paralelamente los años cuarenta y ochenta del siglo pasado en la Ciudad de México y en Guadalajara, entramando lugares, episodios y postales que nos ofrecen no sólo un retrato de ambas protagonistas, sino del país, con sus complejidades sociales y políticas, sus ajustes de cuentas y su maltrecho sistema judicial. Otro mérito de la novela es que deja abiertos los cabos de la realidad y siembra dudas a los lectores mediante una narrativa que se reconstruye permanentemente, como la vida misma, cuya complejidad suele tener diversos nudos, pero sus desenlaces tienden a perderse en rutas que nunca llegan a cerrar.

Habitaciones furtivas no busca complacer al lector o generarle una empatía forzada con las protagonistas, sino presentar el velo que mantiene aún en tinieblas los días finales de Erika Mondragón y el hermetismo con el que su caso fue tratado por la autoridad, con lo cual se cubre un último acierto del libro: la denuncia sobre el feminicidio y un sabotaje permanente a la justicia. Invitados a leer esta excelente novela.  


11.6.23

Ramaje de sangre, de Alejandro Franco

 


En un “Arte poética”, Jorge Luis Borges insta a “mirar el río hecho de tiempo y agua / y recordar que el tiempo es otra agua”, como el objeto que es y deja de ser al instante, un cauce que no lleva la misma agua ni se sujeta del mismo espacio temporal, pues la naturaleza, en su inasible belleza, no reconoce la perennidad. Lo más que podemos hacer es detenerla en una instantánea o sujetarla por la fuerza en un verso.

Esta encomienda borgiana es uno de los aciertos que encuentro en uno de los libros que tengo en el buró desde hace tiempo: Ramaje de sangre (Ediciones El Viaje, 2021), escrito por el tapatío Alejandro Franco, quien ya antes había publicado Tu rostro sin ti (Acento Editores, 2019), con buena recepción de los lectores.

Sucede que Alejandro Franco construye la sustancia poética de este libro a partir de la naturaleza en movimiento, pero no la del vértigo, sino aquella de sutiles vibraciones que habitan en el árbol, en el vuelo de las aves, en la oscuridad de la noche o en el brillo de las estrellas. Estos elementos son, por sí mismos, la materia que nutre un acto de escribir con todos sus padecimientos y angustias, llevando esas vibraciones al papel con paciencia monástica y silenciosa, como en los siguientes versos:


El tiempo humea y se detiene

en la imagen que capturo

También le doy un sorbo, está caliente  


En el casi medio centenar de poemas de este libro, andan las aves como pobladores recurrentes que aparecen de pronto entre las ramas y el follaje, en algún verso o en el paisaje que sostiene el poema, al igual que las aguas nuevas que hacen cambiar de rostro del río. Es un andamiaje entre el árbol y el papel donde el sujeto escribe y se escribe a sí mismo. Aquí las atmósferas tienen un escenario, pero parecen no tener tiempo, sino un presente delgadísimo, sostenido únicamente por la palabra. Por eso, en cuanto el poeta abandona el paisaje, se desmorona la escena.

Por supuesto que a lo largo de estas páginas también se pueden leer preocupaciones humanas sobre la soledad, el amor, la violencia o la fragilidad de la vida. Como bien lo señala Laura Solórzano en el prólogo, la escritura y sus derivados “son también los vehículos para llegar a otros temas siempre fundidos con el lenguaje”.  Las aves y el individuo habitan con sus dudas y certezas entre las sombras del ramaje, como en las tinieblas de la noche, y desde ahí describen su mundo.

Finalmente, es importante destacar la figura del árbol como insignia en Ramaje de sangre, pues no es sólo una referencia, sino que sostiene buena parte del libro y representa una analogía con el papel donde reverdecen los poemas. El árbol, sosteniendo su microcosmos con vigor y al mismo tiempo consciente de su fragilidad:

 

Cuando el árbol envejece

exhala un último frescor impregnado

por arrullos que elaboran su nido

con los restos del ocaso

Se le desprenden ramas, como brazos lánguidos

y las hojas se vuelven

un agudo rumor de sobrevivencia.

 

En Ramaje de sangre, Alejandro Franco apostó por una poética sostenida con temple, sin violentar el poema con protagonismos ni abordar los temas de moda con la premura de otros autores. Y en ese riesgo, logró una obra uniforme, discreta, como una hoguera que no se consume en la gran llamarada, sino en el calor de las brasas, esas que también hieren y suelen sangrarnos lentamente.


22.1.23

Prueba de resistencia, de Bladimir Ramírez


 

El pasado 21 de noviembre, en la ciudad de Aguascalientes, el escritor Bladimir Ramírez (Zapotlán, 1996) recibió el Premio “Salvador Gallardo Dávalos” por el libro Prueba de resistencia (Paraíso perdido, 2022). Una vez más, como ha sucedido en los años recientes, el sur de Jalisco escala en la literatura mexicana con una generación de autores que están contribuyendo a renovar la narrativa y la poesía, como sucedió hace setenta años con Rulfo y Arreola. Bladimir se suma a nombres que destacan hoy, como Hiram Ruvalcaba, Ricardo Sigala, Alejandro Von Düben, Octavio Hernández, José Luis Vivar o Mar Pérez, entre otros.  

         Prueba de resistencia reúne 20 cuentos sobre la vulnerabilidad del niño o el adolescente que despierta a la sexualidad y al homoerotismo. Describe la violencia de género que sufre en su primer acercamiento a las relaciones de pareja, regularmente (o puedo decir siempre) en un contexto adverso y hostil, encarnado en esos escenarios que supuestamente protegen al individuo y deben estimular su desarrollo afectivo: la escuela y el hogar. Si bien, algunas obras de la literatura mexicana ya habían tratado ese despertar, Prueba de resistencia lo asume con madurez desde la perspectiva homosexual, la cual estuvo latente en nuestra literatura, pero se evadía hasta hoy.

La mayoría de los cuentos, como señalé anteriormente, se ambientan en la secundaria, ese pequeño infierno donde los personajes enfrentan una disciplina inequitativa por su personal instinto de amar y reconocer en la piel del amigo su identidad. La burla, el acoso y la violencia de todo tipo son actos recurrentes y lapidarios que sólo alientan un sentido de culpabilidad o baja estima. Cito tan sólo una línea del libro: “él estaba llorando mientras toda la secundaria se reía”.

En ciertos momentos, la culpa es el castigo mismo y en otros ni culparse es apropiado, como en el cuento “La venganza de las abejas”, donde Erik, incapaz de sostener una humillación que sufren él y Santiago, arremete contra un panal de abejas: “fue por culpa de las abejas que nosotros nos separamos. Fue por culpa   de las abejas que tuvimos que aprender a estar solos, sin el otro, solos de verdad, solos por primera vez.”

El despertar de los instintos eróticos es interrumpido en todo momento por la familia y las “buenas” costumbres, así como por un contexto que no dispensa las tentaciones de los protagonistas y termina por someterlos al desprendimiento, al castigo o la humillación pública. Para ello, y en semejanza con la realidad, cada cuento presenta personajes que, premeditadamente o no, interrumpen el acto de amar y construyen ese gran antagonismo en el libro: y pienso en Daniel, el pendenciero del salón; en Sofía, la prima inoportuna; en Martín, el chismoso de la escuela; y hasta en la trabajadora social y la directora de la secundaria, autoridades que aplican juicios precipitados y sancionan con la mano en la cintura para restaurar la “normalidad”.

Hay que advertir que, frente a la tragedia, el libro no es un lamento, ni siquiera una denuncia, sino un acercamiento sigiloso a la intimidad, un zoom a la experiencia del adolescente. Al narrarse en primera persona, los protagonistas conservan dicha intimidad y exhalan sus deseos con franqueza, logrando inmediatamente una empatía con el lector, con tal eficacia que daría envidia a cualquier cuentista. El lector, entonces, se apropia de los quehaceres de los personajes, de sus dudas y pesares, placeres y asombros.

Esta capacidad narrativa de Bladimir, acredita su oficio y cuidado al escribir. Además de una economía de recursos en Prueba de resistencia encontramos un humor jaspeado, no ese humor grotesco que pretende inundar las páginas a carcajadas o hacer derroche en la vulnerabilidad de los personajes, sino el de pequeñas dosis, a ratos imperceptible. Además, también suaviza la adversidad con pequeños triunfos, como la expulsión de Daniel (el niño bravucón de la escuela), el ataque al panal de abejas, o el gol del Gargajo que dio el campeonato de futbol a su equipo: “Nunca antes me sentí tan querido. Cuando me cargaron, me arrojaron varias veces al aire; una red de manos me atrapaba, me rodeaba, me poseía. Sentí muchas manos en las piernas, en los muslos, en las nalgas, en cada parte de la espalda. Ese era el verdadero trofeo.”

Prueba de resistencia es un libro para el goce, un acto tan necesario en nuestra literatura.