11.6.23

Ramaje de sangre, de Alejandro Franco

 


En un “Arte poética”, Jorge Luis Borges insta a “mirar el río hecho de tiempo y agua / y recordar que el tiempo es otra agua”, como el objeto que es y deja de ser al instante, un cauce que no lleva la misma agua ni se sujeta del mismo espacio temporal, pues la naturaleza, en su inasible belleza, no reconoce la perennidad. Lo más que podemos hacer es detenerla en una instantánea o sujetarla por la fuerza en un verso.

Esta encomienda borgiana es uno de los aciertos que encuentro en uno de los libros que tengo en el buró desde hace tiempo: Ramaje de sangre (Ediciones El Viaje, 2021), escrito por el tapatío Alejandro Franco, quien ya antes había publicado Tu rostro sin ti (Acento Editores, 2019), con buena recepción de los lectores.

Sucede que Alejandro Franco construye la sustancia poética de este libro a partir de la naturaleza en movimiento, pero no la del vértigo, sino aquella de sutiles vibraciones que habitan en el árbol, en el vuelo de las aves, en la oscuridad de la noche o en el brillo de las estrellas. Estos elementos son, por sí mismos, la materia que nutre un acto de escribir con todos sus padecimientos y angustias, llevando esas vibraciones al papel con paciencia monástica y silenciosa, como en los siguientes versos:


El tiempo humea y se detiene

en la imagen que capturo

También le doy un sorbo, está caliente  


En el casi medio centenar de poemas de este libro, andan las aves como pobladores recurrentes que aparecen de pronto entre las ramas y el follaje, en algún verso o en el paisaje que sostiene el poema, al igual que las aguas nuevas que hacen cambiar de rostro del río. Es un andamiaje entre el árbol y el papel donde el sujeto escribe y se escribe a sí mismo. Aquí las atmósferas tienen un escenario, pero parecen no tener tiempo, sino un presente delgadísimo, sostenido únicamente por la palabra. Por eso, en cuanto el poeta abandona el paisaje, se desmorona la escena.

Por supuesto que a lo largo de estas páginas también se pueden leer preocupaciones humanas sobre la soledad, el amor, la violencia o la fragilidad de la vida. Como bien lo señala Laura Solórzano en el prólogo, la escritura y sus derivados “son también los vehículos para llegar a otros temas siempre fundidos con el lenguaje”.  Las aves y el individuo habitan con sus dudas y certezas entre las sombras del ramaje, como en las tinieblas de la noche, y desde ahí describen su mundo.

Finalmente, es importante destacar la figura del árbol como insignia en Ramaje de sangre, pues no es sólo una referencia, sino que sostiene buena parte del libro y representa una analogía con el papel donde reverdecen los poemas. El árbol, sosteniendo su microcosmos con vigor y al mismo tiempo consciente de su fragilidad:

 

Cuando el árbol envejece

exhala un último frescor impregnado

por arrullos que elaboran su nido

con los restos del ocaso

Se le desprenden ramas, como brazos lánguidos

y las hojas se vuelven

un agudo rumor de sobrevivencia.

 

En Ramaje de sangre, Alejandro Franco apostó por una poética sostenida con temple, sin violentar el poema con protagonismos ni abordar los temas de moda con la premura de otros autores. Y en ese riesgo, logró una obra uniforme, discreta, como una hoguera que no se consume en la gran llamarada, sino en el calor de las brasas, esas que también hieren y suelen sangrarnos lentamente.


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