Si
la arquitectura europea del siglo XX se recostó durante varias décadas en los
principios téóricos de Le Corbusier como si fueran inflexibles, hubo una cadena
de personajes que blindaron el llamado Movimiento Moderno y lo extendieron a
otras geografías, pero con especial atención en las condiciones particulares de
cada región, como fue el caso de Lina Bo Bardi, quien contribuyó a dotar de
dignidad, identidad y prestigio a la arquitectura Brasileña.
Lina Bo Bardi nació en Roma en 1914 con
el nombre de Achillina Bo. En 1930 se recibió como arquitecta y comenzó a
trabajar en pequeños proyectos y en el mundo editorial, donde hizo equipo con
el célebre Bruno Zevi, uno de los más importantes historiadores de la
arquitectura del siglo XX, publicando la revista A Cultura della Vita.
Debido a su ímpetu por las causas sociales y su interés en la política, se
adhirió a la resistencia contra la ocupacion alemana durante la segunda Guerra
Mundial, participando con el Partido Comunista Italiano en acciones
clandestinas y de proselitismo.
Fue en 1946 cuando adoptó el apellido
Bardi, al casarse con el crítico de arte Pietro María Bardi. Ambos decidieron
trasladar su residencia a Brasil, un país cuya naturaleza y vigor les
ofrecía no sólo refugio político, sino
una mejor perspectiva de vida que la de una Europa en ruina, desquebrajada por
la guerra reciente.
Mientras Pietro hacía una trayectoria
como coleccionista de arte y afianzaba sus relaciones con la clase política
brasileña, Lina comenzó a desarrollar su potencial como profesionista, no sólo
proyectando importantes edificios para el estado, sino como diseñadora,
escenógrafa teatral y académica, además de aportar reflexiones teóricas a la
arquitectura con su libro Contribución Propedeutica ao Ensino da Teoria da
Arquitetura (1957).
Entre sus obras más relevantes destacan
el Museo de Arte de Sao Paulo (1958), la Iglesia del Espíritu Santo do Cerrado
(1976), el Teatro Oficina (1990) y SESC Pompéia (1990), en las que dispone de
plasticidad los principios de la arquitectura funcionalista. En el urbanismo,
destaca Ladera de la Misericordia (1988), en San Salvador de Bahía, proyecto de
regeneración urbana para articular dos barrios que entonces se encontraban en
lamentable deterioro físico y social. Finalmente, hay que mencionar la Casa de vidrio
(1951), donde la arquitecta habitó por cuatro décadas y a la que dediqué un
breve poema en mi libro Suburbio acá:
Esta es la casa de vidrio
en la jungla de Sao Paulo,
luz que recorre la fronda
con sus ojos verdes.
Aquí, el cristal y el concreto
aprendieron a amarse
con al limpieza
de una línea recta,
de un muro desnudo que
asoma apenas
en la maleza
con el sigilo de la arquitectura
que resguarda quietud.
Aquí dejó Lina
su anhelo de cristal.
Lina
Bo Bardi falleció en 1992 sin dejar de participar un día en la vida cultural
del país que la adoptó. Si algo le debemos a esta gran arquitecta es la lucidez
y sabiduría con la que proyectó su vida
y su obra, a partir de un inquebrantable entusiasmo por la cultura, la
naturaleza y el bienestar social. Sabía que el mejor engranaje entre el ser
humano y su entorno se edifica con un incendio.
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