4.11.24

Remanso de mil aguas, de Berónica Palacios

 

En 2015 apareció la primera edición de Remanso de mil aguas, pequeña plaquette que contiene tres cuentos juveniles en los que su autora, Berónica Palacios, nos entrega “un agradecimiento al tiempo en el que viví en Puerto Vallarta”, con evocadores referentes de sitios, personajes y situaciones cotidianas de ese puerto jalisciense. 

Este año, Ediciones Papalotzi lanza la tercera edición, en la que se vuelven a reunir estos tres textos sobre la infancia y la juventud, sobre el despertar de la sexualidad y el amor de pareja, pero también sobre los riesgos que aloja una sociedad imposibilitada de regular sus inercias y vicios, así como su resistencia a reconocer la diversidad de género y el derecho de los individuos a determinar su propia identidad.

 Los cuentos, en los que la ingenuidad y aparente candor de los personajes llevarán a un escenario rosa, esconden tras de sí turbios acontecimientos en los que son terceros quienes someten la trama y la llevan a la desgracia. Felipe, el primero de ellos, narra el silencio de una relación entre dos hombres, sujetos al rudo ambiente de las ladrilleras y a un contexto adverso en el que la fatalidad es quien impera sobre el amor.

De la misma naturaleza es Siempre fui jacalera, relato donde ahora las protagonistas son mujeres inmersas en una relación que llevará al dolor y a la violencia como única salida, a pesar del cuidado con el que la protagonista cultiva su intimidad:

 

Por eso, decidimos vernos en la parte más alta del río, ahí nuestro amor brillaría en la lejanía, donde no pudieran salpicar de rumores nuestros nombres. Yo fiel a lo que ella ordenara, a las peticiones que dejara en mi ventana cada madrugada y a soportar su ausencia cuando lo determinaba.

 

Finalmente, El beso soñado, que tiene una alta carga autobiográfica según su autora, narra el despertar de la sexualidad en una niña que anhela un contexto de amor, a pesar de crecer en una familia fragmentada, donde un ambiente precoz y la violencia de género son latentes y ponen en riesgo sus aspiraciones. Cabe mencionar que este cuento apareció anteriormente en la bibliografía de la autora y dio nombre a uno de sus libros, Chapala y el beso soñado, publicado en 2009.

La portada y las ilustraciones interiores de Remanso de mil aguas son obra de Dalia González, joven artista visual nacida en Guadalajara, quien tiene ya una amplia trayectoria como freelance en la ilustración y la historieta; además, es autora de dos libros publicados en Editorial Porrúa: Debajo de la Almohada y El jardín de Dinorah.

Berónica Palacios Rojas (Chapala, 1973) es Licenada en Letras Hispánicas y Maestra en Educación, además de vivir comprometida a su labor literaria, editorial y educativa. Es autora de los libros Nostalgias, Herencias, Corazón por fuera, Ternura de luz ensimismada, Chapala y el beso soñado, Memoria Incendiada, Hombre mar, El vuelo del ángel y Roja Rutina, así como coautora del disco Bosque de silencios. Dirige la revista y Ediciones Papalotzi y aparece en varias antologías y libros colectivos. Cofundadora del Encuentro de poetas “Francisco González León” desde el 2013. Ganadora de los premios “Adalberto Navarro Sánchez” (2014), Slam poético (SEMS y Editorial Verso Destierro, 2014), Premio Nacional de poesía “Rogelio Treviño” (2016) y los LXII Juegos Florales de Sahuayo (2017). Fue Becaria del CECA Jalisco en 2018 y este año obtuvo el Premio Nacional de Cuento “Gabriel Borunda”.

La sabia arquitectura de Lina Bo Bardi

 


Si la arquitectura europea del siglo XX se recostó durante varias décadas en los principios téóricos de Le Corbusier como si fueran inflexibles, hubo una cadena de personajes que blindaron el llamado Movimiento Moderno y lo extendieron a otras geografías, pero con especial atención en las condiciones particulares de cada región, como fue el caso de Lina Bo Bardi, quien contribuyó a dotar de dignidad, identidad y prestigio a la arquitectura Brasileña.

Lina Bo Bardi nació en Roma en 1914 con el nombre de Achillina Bo. En 1930 se recibió como arquitecta y comenzó a trabajar en pequeños proyectos y en el mundo editorial, donde hizo equipo con el célebre Bruno Zevi, uno de los más importantes historiadores de la arquitectura del siglo XX, publicando la revista A Cultura della Vita. Debido a su ímpetu por las causas sociales y su interés en la política, se adhirió a la resistencia contra la ocupacion alemana durante la segunda Guerra Mundial, participando con el Partido Comunista Italiano en acciones clandestinas y de proselitismo.

Fue en 1946 cuando adoptó el apellido Bardi, al casarse con el crítico de arte Pietro María Bardi. Ambos decidieron trasladar su residencia a Brasil, un país cuya naturaleza y vigor les ofrecía  no sólo refugio político, sino una mejor perspectiva de vida que la de una Europa en ruina, desquebrajada por la guerra reciente.

Mientras Pietro hacía una trayectoria como coleccionista de arte y afianzaba sus relaciones con la clase política brasileña, Lina comenzó a desarrollar su potencial como profesionista, no sólo proyectando importantes edificios para el estado, sino como diseñadora, escenógrafa teatral y académica, además de aportar reflexiones teóricas a la arquitectura con su libro Contribución Propedeutica ao Ensino da Teoria da Arquitetura (1957).

Entre sus obras más relevantes destacan el Museo de Arte de Sao Paulo (1958), la Iglesia del Espíritu Santo do Cerrado (1976), el Teatro Oficina (1990) y SESC Pompéia (1990), en las que dispone de plasticidad los principios de la arquitectura funcionalista. En el urbanismo, destaca Ladera de la Misericordia (1988), en San Salvador de Bahía, proyecto de regeneración urbana para articular dos barrios que entonces se encontraban en lamentable deterioro físico y social. Finalmente, hay que mencionar la Casa de vidrio (1951), donde la arquitecta habitó por cuatro décadas y a la que dediqué un breve poema en mi libro Suburbio acá:

 

Esta es la casa de vidrio

en la jungla de Sao Paulo,

luz que recorre la fronda

con sus ojos verdes.

Aquí, el cristal y el concreto

aprendieron a amarse

con al limpieza

de una línea recta,

de un muro desnudo que

asoma apenas

en la maleza

con el sigilo de la arquitectura

que resguarda quietud.

 

Aquí dejó Lina

su anhelo de cristal.

 

Lina Bo Bardi falleció en 1992 sin dejar de participar un día en la vida cultural del país que la adoptó. Si algo le debemos a esta gran arquitecta es la lucidez y sabiduría con la que proyectó su vida y su obra, a partir de un inquebrantable entusiasmo por la cultura, la naturaleza y el bienestar social. Sabía que el mejor engranaje entre el ser humano y su entorno se edifica con un incendio.