El movimiento moderno de la arquitectura llegó
a México arropado por universidades y gremios de arquitectos, expandiéndose
sobre todo en la capital y en centros urbanos de mayor población. Las pequeñas
ciudades y los poblados distantes a los centros académicos de ese tiempo, sufrieron
también una apropiación del movimiento, pero con sus propias variables y
limitaciones.
En el caso de Lagos de
Moreno, la figura de Salvador de Alba permitió que este proceso fuera de una
inmediatez fulminante, tanto que tomó por sorpresa a la ciudad alteña, cuya
población apenas se desmodorraba de la Cristiada y de los conflictos agrarios.
Acercó los principios del Congreso Internacional de Arquitectos Modernos
(CIAM), así como las novedades de las vanguardias, a un entorno local, en el
que la tradición arquitectónica se movía aun lentamente.
Salvador de Alba nació en
1926 y se formó profesionalmente en la UNAM. Posteriormente, en la ciudad de
Guadalajara hizo su trayectoria como arquitecto, formando parte de la
prestigiosa Escuela Tapatía de arquitectura, con una generación de colegas como
Luis Barragán, Eric Coufal, Alejandro Zohn o Juan Palomar Arias, entre otros,
así como de sus precursores Ignacio Díaz Morales, Pedro Castellanos y Rafael
Urzúa.
Su cercanía con el poder
político jalisciense (el licenciado Alfonso de Alba, su hermano, fue Secretario
de Gobierno del Estado en dos ocasiones) le permitió acceder a trascendentes
proyectos arquitectónicos y de intervención urbana en todo el estado, entre los
que podemos mencionar la Escuela Normal Regional de Ciudad Guzmán, la Facultad
de Derecho de la Universidad de Guadalajara y, por supuesto, aquellos que
transformaron la imagen urbana de Lagos de Moreno en la segunda década del
siglo veinte: las rinconadas de Capuchinas y La Merced, la plaza IV Centenario,
el Edificio Federal, el edificio municipal del PRI, las instalaciones de la
Feria y algunos otros inmuebles públicos y civiles.
Estableció un lenguaje
funcionalista con el rompimiento de esquemas arquitectónicos tradicionales,
pero dotándolos de poderosa identidad, gracias al conocimiento que tenía de la
historia y al estudio del contexto. Incluso, dentro de un mismo proyecto,
exaltó las particularidades que vive un usuario de acuerdo con su posición y
recorrido.
Por ejemplo, en la Rinconada
de la Merced somete el paisaje al uso de plataformas, cambios de escala,
remates y fugas visuales, generando distintos ambientes urbanos a pesar de ser
un mismo espacio público: primero, la
explanada, cuya escalinata se vierte en una amplia plancha que tiene como diorama
el antiguo mesón y sirve como teatro al aire libre; segundo, el atrio de la iglesia, con la arbolada de follaje perenne
y su dramatismo de claroscuros; y tercero,
la plazoleta dedicada al presidente Juárez, a manera de jardín novohispano, que
cierra el entorno del primer cuadro y deja velado el Lagos barrial a su espalda.
Para Salvador de Alba, el diseño
integral se manifestó no sólo en la composición del espacio, en el juego de
plataformas, taludes y escalinatas que refieren a la tradición prehispánica y
virreinal. También la nobleza de los materiales, el mobiliario urbano
(bolardos, bancas, arriates, arbotantes), la vegetación y la infraestructura debían
sumarse a la experiencia del usuario.
Una virtud del arquitecto fue
el respeto e integración al entorno histórico. Él sabía que si una obra se
inserta en un contexto consolidado, tiene tres obligaciones: mantener el lenguaje
personal del arquitecto, promover la novedad del espacio y, lo más importante,
someterse a las condiciones tipológicas del sitio sin menoscabo de su funcionalidad.
De otra manera, el arquitecto sería indisciplinado y caprichoso, ajeno a la
maravilla colectiva que le rodea y que llamamos ciudad. En una entrevista declaró
que “la integración es buena cuando no se solicita, sino cuando es un producto
de la colectividad”[i].
De Alba fue miembro emérito
de la Academia Nacional de Arquitectura y obtuvo reconocimientos en Milán y Sao
Paulo. Falleció en 1999. Según Carlos González Lobo, es “uno de los ejemplos
más señeros de amor y cumplimiento del oficio de arquitecto”[ii]. Lagos de Moreno sigue en
espera de que su obra, un paradigma en las escuelas de arquitectura, sea
declarada patrimonio y sus edificios reciban una justa defensa y conservación,
antes de que se pierdan, como ha sucedido una y otra vez con la arquitectura
del siglo veinte. Ojalá se pueda replicar el caso de nuestro vecino estado de
Aguascalientes, donde la universidad asumió hace años el compromiso de
salvaguardar la obra del arquitecto Francisco Aguayo Mora.
Y para cerrar: no sólo pienso
en lo que proyectó Salvador de Alba, sino en todos aquellos inmuebles
significativos que tienen derecho a permanecer, pues no debe perderse la
memoria de un periodo vigoroso del siglo XX.
[i]
Zohn, Laura (1996). La nostalgia
amotinada. Diez arquitectos opinan sobre identidad y conservación. ITESO.
Guadalajara, México. Pag. 39.
[ii]
González Gortázar Fernando (1994). La
arquitectura Mexicana del Siglo XX. CONACULTA. México. Pag. 284.
*Artículo publicado en Tlacuilo. Organo del Colegio Municipal de Cronistas de Lagos de Moreno A.C. Número 1. Marzo de 2016. Pags. 76-79.
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