Morelia es una de esas ciudades en las que cualquiera pudiera bienvivir. Tiene las dimensiones aún no desquiciadas de las grandes urbes, buen clima, orden y belleza. Allá fuimos Bero y yo los días seis y siete de junio, pues se celebró el Tercer Encuentro de Letras Independientes, convocado por el Colectivo Paracaídas en el Museo del Estado. Nos acompañaron Mario Z Puglisi y Mayra Ramírez, editores de Meretrices, nuestra zorra culta de la ribera chapalense.
En la primera jornada, el viernes seis, se celebraron una mesa redonda con mucho blablablá y poco trucutrú, un performance, presentaciones de diversas revistas del país y el libro de Omar Avilés La noche es luz de un sol negro. Bero, Mayra y yo intentamos una puesta en escena para presentar el nuevo número de Papalotzi, y aunque para nosotros fue un traspié teatral, al público pareció agradarle.
El siguiente día fue intenso, con actividades paralelas y venta de libros, revistas y artesanías. Mario presentó Meretrices y su poemario Dos triunfos y un poema de amor. Hubo también una emotiva lectura del Mariposario, antología poética, en la que participamos Nereyda DeSombra, Evelia Flores, Berónica Palacios, Mario Z Puglisi, José Luis Rodríguez Ávalos y yo.
En el encuentro destacaron algunos proyectos, como las revistas michoacanas Bunker (dedicada a las historietas), Cronopios o El hilo; el arte visual de la yucateca Ligia Chan Brito; la difusión editorial que desarrolla José Luis Rodríguez Ávalos con La Tanda y otros tantos, revistas y editoriales que se mueven desde la provincia con recursos limitados, pero con la visión de quien impulsa sin miramientos el desarrollo de las letras.
A mi juicio, hubo participaciones extrañas, como la de Erika Torreblanca, una amiguita que charla como viste: en rosa y amarillo pollito. Habló de su experiencia nice en el periodismo y de cómo una columna semanal puede ser in si trata sobre temas “profundos” como los novios, la ropa de moda, las amiguis y el café de Sanborns. Otro negrito en el arroz fue la falta de convocatoria hacia el público local, a pesar de que varios medios de comunicación estuvieron presentes. Esta circunstancia permite poca conectividad entre los escritores y el ciudadano común, y hace parecer que los encuentros literarios no son sino un ghetto de elogios mutuos. Fue notorio, por ejemplo, que ni los alumnos de letras se asomaron al museo. “Están en huelga”, nos dijo alguien de la ciudad intentando justificarlos.
La noche fue divertida. En el hotel, una decena de personas nos apretujamos en la habitación del cantautor Raymundo Colín a beber las aguas locas que preparó Bero y a tocar la guitarra, hasta que una amonestación telefónica de la administración nos ahuyentó. Luego fuimos a un lugar llamado Shabadaba, donde un par de grupos asociados al punk se desgañitaron por unas horas. Fue así que se clausuró el encuentro, del cual nos trajimos la amistad de escritores como Yiria Escamilla, Raymundo Colín, Jesús Baldovinos, Edgar Pérez o Armando Pacheco.
El domingo por la mañana es apto para caminar en Morelia, pues la ciudad tiene la costumbre de levantarse tarde y las calles están libres de tráfico. Bero y yo fuimos a un tianguis de artesanías, a los portales y al Museo del dulce, luego a un mercado donde desayunamos un pozole horrendo. Afortunadamente un par de deliciosos huchepos (que no son sino tamales de elote) salvaron el prestigio gastronómico del lugar.
Por la tarde, nuestro regreso a Jalisco fue lento, ya que decidimos tomar la carretera libre y ser sacudidos por una tormenta en el camino. El campo es verde y oloroso. Las pequeñas comunidades son simpáticas, pero los pueblos y ciudades (salvo Zamora) parecen descuidados: Quiroga es un caos, donde la calle principal es al mismo tiempo tianguis y paseo dominical; Zacapú es triste y Sahuayo ha mutilado gran parte de su paisaje urbano. Por cierto: si a Sahuayo vas de prisa, llégale a la Rica Pizza.
Antes de que la tarde se fuera dormir, y después de pasar Cojumatlán, bajamos por unos cerros pelones y nos topamos con una enorme cama de plata. Ahí estaba la soberbia laguna de Chapala coronada de montañas. Era Jalisco, nuestro hogar.
En la primera jornada, el viernes seis, se celebraron una mesa redonda con mucho blablablá y poco trucutrú, un performance, presentaciones de diversas revistas del país y el libro de Omar Avilés La noche es luz de un sol negro. Bero, Mayra y yo intentamos una puesta en escena para presentar el nuevo número de Papalotzi, y aunque para nosotros fue un traspié teatral, al público pareció agradarle.
El siguiente día fue intenso, con actividades paralelas y venta de libros, revistas y artesanías. Mario presentó Meretrices y su poemario Dos triunfos y un poema de amor. Hubo también una emotiva lectura del Mariposario, antología poética, en la que participamos Nereyda DeSombra, Evelia Flores, Berónica Palacios, Mario Z Puglisi, José Luis Rodríguez Ávalos y yo.
En el encuentro destacaron algunos proyectos, como las revistas michoacanas Bunker (dedicada a las historietas), Cronopios o El hilo; el arte visual de la yucateca Ligia Chan Brito; la difusión editorial que desarrolla José Luis Rodríguez Ávalos con La Tanda y otros tantos, revistas y editoriales que se mueven desde la provincia con recursos limitados, pero con la visión de quien impulsa sin miramientos el desarrollo de las letras.
A mi juicio, hubo participaciones extrañas, como la de Erika Torreblanca, una amiguita que charla como viste: en rosa y amarillo pollito. Habló de su experiencia nice en el periodismo y de cómo una columna semanal puede ser in si trata sobre temas “profundos” como los novios, la ropa de moda, las amiguis y el café de Sanborns. Otro negrito en el arroz fue la falta de convocatoria hacia el público local, a pesar de que varios medios de comunicación estuvieron presentes. Esta circunstancia permite poca conectividad entre los escritores y el ciudadano común, y hace parecer que los encuentros literarios no son sino un ghetto de elogios mutuos. Fue notorio, por ejemplo, que ni los alumnos de letras se asomaron al museo. “Están en huelga”, nos dijo alguien de la ciudad intentando justificarlos.
La noche fue divertida. En el hotel, una decena de personas nos apretujamos en la habitación del cantautor Raymundo Colín a beber las aguas locas que preparó Bero y a tocar la guitarra, hasta que una amonestación telefónica de la administración nos ahuyentó. Luego fuimos a un lugar llamado Shabadaba, donde un par de grupos asociados al punk se desgañitaron por unas horas. Fue así que se clausuró el encuentro, del cual nos trajimos la amistad de escritores como Yiria Escamilla, Raymundo Colín, Jesús Baldovinos, Edgar Pérez o Armando Pacheco.
El domingo por la mañana es apto para caminar en Morelia, pues la ciudad tiene la costumbre de levantarse tarde y las calles están libres de tráfico. Bero y yo fuimos a un tianguis de artesanías, a los portales y al Museo del dulce, luego a un mercado donde desayunamos un pozole horrendo. Afortunadamente un par de deliciosos huchepos (que no son sino tamales de elote) salvaron el prestigio gastronómico del lugar.
Por la tarde, nuestro regreso a Jalisco fue lento, ya que decidimos tomar la carretera libre y ser sacudidos por una tormenta en el camino. El campo es verde y oloroso. Las pequeñas comunidades son simpáticas, pero los pueblos y ciudades (salvo Zamora) parecen descuidados: Quiroga es un caos, donde la calle principal es al mismo tiempo tianguis y paseo dominical; Zacapú es triste y Sahuayo ha mutilado gran parte de su paisaje urbano. Por cierto: si a Sahuayo vas de prisa, llégale a la Rica Pizza.
Antes de que la tarde se fuera dormir, y después de pasar Cojumatlán, bajamos por unos cerros pelones y nos topamos con una enorme cama de plata. Ahí estaba la soberbia laguna de Chapala coronada de montañas. Era Jalisco, nuestro hogar.