Es veinte de octubre: sábado para echarse una vuelta a San Juan Cosalá, pueblo que ya sacude el amanecer adolorido del doce de septiembre. El gobierno limpió arroyos y vertientes (después de ahogado el niño, como siempre) y la comunidad desasolva, con buena voluntad y trabajo, las huellas de aquella tromba que despeinó calles y viviendas a su paso.
Son las seis de la tarde. Quién sabe si habrá actividad, pues la lluvia anda de nuevo con su vaivén de gato. Escucho un chas chas sobre el empedrado y la amenaza de un regaderazo a quien intente andar por las banquetas haciendo dribling bajo gárgolas y aleros.
Por la noche se reunirá la comunidad a recaudar fondos para la reconstrucción. Habrá (si el cielo se aquieta) verbena, antojitos, venta de arte, juegos, música en vivo y embriaguez, cómo no. La fiesta lleva el nombre de todos, locales y extranjeros, hombres y mujeres, niños y ancianos. También poetas.
En el Café Saga, cuadras abajo de la plaza, el Colectivo Cultural La Cueva recibe a oyentes y parroquianos para un recital en beneficio de los damnificados por la tromba. Recital blingüe de poesía, inglés y español parejos, eso me agrada, con seis escritores de la ribera. Es la primera actividad cultural a la que acudo desde que llegué a esta guapa tierra, así que me acomodo en un buen sitio del café y escucho.
Arturo García abre la noche con poemas acunados en la nostalgia, en la infancia, el padre, el amigo perdido y su amada Chapala. Luego viene James Timpton, quien dibuja paisajes mexicanos con la palabra; sus textos, dice la semblanza previa, fueron prologados por Isabel Allende en un reciente libro. Berónica Palacios, la mujer mariposa, nos entrega, a su vez, tres poemas intensos. Es una escritora que se agranda, como pocos, al empuñar sus versos.
Durante el recital, la lluvia se aplaca y cambia su rumor por la verbena y el sonido de un banda, allá en el kiosco. Aquí sigue la poesía dando relinchos y escampando el cielo. Es turno de Michael Warren, hombre de discreta retórica y sin dilación. Luego viene Mario Z. Puglisi, editor de Meretrices, quien escribió un poema ex profeso para la ocasión. Es contundente y nos mantiene quietos. Finalmente, Judy Dykstra-Brown, una entusiasta del evento, lanza su poesía y deja en grata atmósfera al auditorio. Circula entre el público, la mayoría extranjeros, una cubeta para llenar de billetes -aunque no en suficiencia, pero coperacha al fin- la esperanza de San Juan.
Pepe Villalobos se encarga de cerrar el recital con algunas piezas de trova y miel jalisciense. Quienes siguen en su silla saben que la noche se desmodorra aún más, pues hace su arribo el reggae de la banda Colectivo Caracol. Es tiempo de azotar el polvo al canto del Lobito y mover el aguayón, como decía Borola Tacuche. Nadie se queda fuera. Brincan niñas fresas, rockeros, americanos y tiesos, como yo. Por aquí andan Beto Rock y su señora, bienqueridos impulsores del arte. Andan también el pintor Xilotl y otros noctámbulos de oficio.
Esta noche es la noche de San Juan. La poesía dio rango de general a la fiesta y es causa para seguir un rato más.
Son las seis de la tarde. Quién sabe si habrá actividad, pues la lluvia anda de nuevo con su vaivén de gato. Escucho un chas chas sobre el empedrado y la amenaza de un regaderazo a quien intente andar por las banquetas haciendo dribling bajo gárgolas y aleros.
Por la noche se reunirá la comunidad a recaudar fondos para la reconstrucción. Habrá (si el cielo se aquieta) verbena, antojitos, venta de arte, juegos, música en vivo y embriaguez, cómo no. La fiesta lleva el nombre de todos, locales y extranjeros, hombres y mujeres, niños y ancianos. También poetas.
En el Café Saga, cuadras abajo de la plaza, el Colectivo Cultural La Cueva recibe a oyentes y parroquianos para un recital en beneficio de los damnificados por la tromba. Recital blingüe de poesía, inglés y español parejos, eso me agrada, con seis escritores de la ribera. Es la primera actividad cultural a la que acudo desde que llegué a esta guapa tierra, así que me acomodo en un buen sitio del café y escucho.
Arturo García abre la noche con poemas acunados en la nostalgia, en la infancia, el padre, el amigo perdido y su amada Chapala. Luego viene James Timpton, quien dibuja paisajes mexicanos con la palabra; sus textos, dice la semblanza previa, fueron prologados por Isabel Allende en un reciente libro. Berónica Palacios, la mujer mariposa, nos entrega, a su vez, tres poemas intensos. Es una escritora que se agranda, como pocos, al empuñar sus versos.
Durante el recital, la lluvia se aplaca y cambia su rumor por la verbena y el sonido de un banda, allá en el kiosco. Aquí sigue la poesía dando relinchos y escampando el cielo. Es turno de Michael Warren, hombre de discreta retórica y sin dilación. Luego viene Mario Z. Puglisi, editor de Meretrices, quien escribió un poema ex profeso para la ocasión. Es contundente y nos mantiene quietos. Finalmente, Judy Dykstra-Brown, una entusiasta del evento, lanza su poesía y deja en grata atmósfera al auditorio. Circula entre el público, la mayoría extranjeros, una cubeta para llenar de billetes -aunque no en suficiencia, pero coperacha al fin- la esperanza de San Juan.
Pepe Villalobos se encarga de cerrar el recital con algunas piezas de trova y miel jalisciense. Quienes siguen en su silla saben que la noche se desmodorra aún más, pues hace su arribo el reggae de la banda Colectivo Caracol. Es tiempo de azotar el polvo al canto del Lobito y mover el aguayón, como decía Borola Tacuche. Nadie se queda fuera. Brincan niñas fresas, rockeros, americanos y tiesos, como yo. Por aquí andan Beto Rock y su señora, bienqueridos impulsores del arte. Andan también el pintor Xilotl y otros noctámbulos de oficio.
Esta noche es la noche de San Juan. La poesía dio rango de general a la fiesta y es causa para seguir un rato más.