La luz que allana un muro, una mirada que penetra la mirada, un cielo escampado, las manos encendidas por la faena, el peatón, la familia, una comparsa de billaristas. Esos son los rostros múltiples de una ciudad que no se abandona ni se petrifica.
La ciudad viva se ha guardado en la lente y ahí se descubre a quienes la deshonramos al menoscabar sus guiños cotidianos. No es la ciudad árida ni una postal de sobriedades, sino un latente personaje.
Rodrigo Vázquez tiene el iris por cincel y esculpe en la atmósfera a quienes hacen de este espacio un organismo en movimiento. La fotografía es, entonces, arte y testimonio de lo pasajero. Bien lo escribió Tennessee Williams: “Saber extraer lo eterno de lo desesperadamente fugaz es el mayor truco mágico de la existencia humana”.
La ciudad viva se ha guardado en la lente y ahí se descubre a quienes la deshonramos al menoscabar sus guiños cotidianos. No es la ciudad árida ni una postal de sobriedades, sino un latente personaje.
Rodrigo Vázquez tiene el iris por cincel y esculpe en la atmósfera a quienes hacen de este espacio un organismo en movimiento. La fotografía es, entonces, arte y testimonio de lo pasajero. Bien lo escribió Tennessee Williams: “Saber extraer lo eterno de lo desesperadamente fugaz es el mayor truco mágico de la existencia humana”.
Texto para la exposición Lagos: una historia cotidiana reciente, de Rodrigo Vázquez, que se puede visitar actualmente en la Casa dela Cultura. Los Billaristas es el título de esta fotografía
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