En un “Arte poética”, Jorge Luis Borges insta a
“mirar el río hecho de tiempo y agua / y recordar que el tiempo es otra agua”,
como el objeto que es y deja de ser al instante, un cauce que no
lleva la misma agua ni se sujeta del mismo espacio temporal, pues la
naturaleza, en su inasible belleza, no reconoce la perennidad. Lo más que
podemos hacer es detenerla en una instantánea o sujetarla por la fuerza en un
verso.
Esta encomienda borgiana es
uno de los aciertos que encuentro en uno de los libros que tengo en el buró
desde hace tiempo: Ramaje de sangre (Ediciones
El Viaje, 2021), escrito por el tapatío Alejandro Franco, quien ya antes había
publicado Tu rostro sin ti (Acento
Editores, 2019), con buena recepción de los lectores.
Sucede que Alejandro Franco
construye la sustancia poética de este libro a partir de la naturaleza en
movimiento, pero no la del vértigo, sino aquella de sutiles vibraciones que
habitan en el árbol, en el vuelo de las aves, en la oscuridad de la noche o en
el brillo de las estrellas. Estos elementos son, por sí mismos, la materia que
nutre un acto de escribir con todos sus padecimientos y angustias, llevando esas
vibraciones al papel con paciencia monástica y silenciosa, como en los
siguientes versos:
El
tiempo humea y se detiene
en
la imagen que capturo
También
le doy un sorbo, está caliente
En el casi medio centenar de poemas de este libro, andan las aves como pobladores recurrentes que aparecen de pronto entre las ramas y el follaje, en algún verso o en el paisaje que sostiene el poema, al igual que las aguas nuevas que hacen cambiar de rostro del río. Es un andamiaje entre el árbol y el papel donde el sujeto escribe y se escribe a sí mismo. Aquí las atmósferas tienen un escenario, pero parecen no tener tiempo, sino un presente delgadísimo, sostenido únicamente por la palabra. Por eso, en cuanto el poeta abandona el paisaje, se desmorona la escena.
Por supuesto que a lo largo de
estas páginas también se pueden leer preocupaciones humanas sobre la soledad,
el amor, la violencia o la fragilidad de la vida. Como bien lo señala Laura
Solórzano en el prólogo, la escritura y sus derivados “son también los
vehículos para llegar a otros temas siempre fundidos con el lenguaje”. Las aves y el individuo habitan con sus dudas
y certezas entre las sombras del ramaje, como en las tinieblas de la noche, y
desde ahí describen su mundo.
Finalmente, es importante
destacar la figura del árbol como insignia en Ramaje de sangre, pues no es sólo una referencia, sino que sostiene
buena parte del libro y representa una analogía con el papel donde reverdecen
los poemas. El árbol, sosteniendo su microcosmos con vigor y al mismo tiempo consciente
de su fragilidad:
Cuando
el árbol envejece
exhala
un último frescor impregnado
por
arrullos que elaboran su nido
con
los restos del ocaso
Se
le desprenden ramas, como brazos lánguidos
y
las hojas se vuelven
un
agudo rumor de sobrevivencia.
En Ramaje
de sangre, Alejandro Franco apostó por una poética sostenida con temple, sin
violentar el poema con protagonismos ni abordar los temas de moda con la
premura de otros autores. Y en ese riesgo, logró una obra uniforme, discreta,
como una hoguera que no se consume en la gran llamarada, sino en el calor de
las brasas, esas que también hieren y suelen sangrarnos lentamente.