Rebeca Uribe fue una poeta nacida en Sayula,
Jalisco, en 1911. Su obra es apenas conocida, pero alcanzó madurez a su
temprana y aún intrigante muerte en la Ciudad de México, cuando apenas contaba
con treinta y ocho años de edad. La justicia y la literatura tienen una gran
deuda con esta autora, quien no sólo reveló una personal perspectiva literaria,
sino que también confrontó las asperezas de un entorno adverso para la mujer.
La muerte llegó como presagio en uno de sus versos: Vestida de brumas vino / la muerte-niña hasta el lecho. / Sus ojos,
gotas de fronda, / cabezales de ensueño.
Sin duda, es la doctora Silvia
Quezada quien con mayor entusiasmo y rigor ha estudiado la vida y obra de esta
poeta, pues ya con anterioridad publicó dos libros alusivos: Máscara sin fortuna. Rebeca Uribe (H.
Ayuntamiento de Guadalajara, 1997) y Toda
yo hecha poesía: Rebeca Uribe: un estudio biográfico (Seminario de Cultura
Mexicana, 2013). La doctora Quezada se destaca por una consistente trayectoria
como académica, investigadora, ensayista y conferencista; sin embargo, tiene
también un libro de narrativa, Gris de
lluvia (2013), y ahora decidió incursionar en la novela con Habitaciones furtivas (2022), proyecto seleccionado
por el Consejo Estatal Para la Cultura y las Artes en Jalisco (CECA).
Habitaciones
furtivas lleva a la ficción la vida de Rebeca Uribe y se construye
en episodios ligeros, disfrutables, enlazados por medio de analepsis y cambios
de narradores. Si bien, la protagonista de la historia es Érika Mondragón
(Uribe), hay un mosaico de personajes (Ana Fénix, Samuel, Úrsula, Adán Vizcarra…),
escenas y tiempos que proveen una lectura dinámica. Sin abusar de los recursos literarios,
más bien dosificándolos a lo largo de la trama, la autora ofrece una novela placentera,
sin solemnidad, pero con respeto a la tragedia de Mondragón y con el rigor que
exige una aproximación honesta a la realidad histórica.
Hay, además, una historia paralela,
protagonizada por Marcela Cervantes, quien vive en los años ochenta y un día se
encuentra frente a tres intrincados problemas: quitarse de encima el matrimonio
con un hombre miserable, su interés por el estudio de las letras y la búsqueda
de pistas sobre la muerte de Érika Mondragón, a quien descubrió por medio de un
libro que estaba a punto de irse a la basura. Si bien, indicios autobiográficos
en la historia, al final estamos frente a una obra de ficción, donde el arco de
cada personaje traza con autonomía un rompecabezas donde cada pieza fortalece
el hilo conductor.
A lo
largo de la novela, se recrean paralelamente los años cuarenta y ochenta del
siglo pasado en la Ciudad de México y en Guadalajara, entramando lugares,
episodios y postales que nos ofrecen no sólo un retrato de ambas protagonistas,
sino del país, con sus complejidades sociales y políticas, sus ajustes de
cuentas y su maltrecho sistema judicial. Otro mérito de la novela es que deja abiertos
los cabos de la realidad y siembra dudas a los lectores mediante una narrativa
que se reconstruye permanentemente, como la vida misma, cuya complejidad suele
tener diversos nudos, pero sus desenlaces tienden a perderse en rutas que nunca
llegan a cerrar.
Habitaciones
furtivas no busca complacer al lector o generarle una empatía forzada
con las protagonistas, sino presentar el velo que mantiene aún en tinieblas los
días finales de Erika Mondragón y el hermetismo con el que su caso fue tratado
por la autoridad, con lo cual se cubre un último acierto del libro: la denuncia
sobre el feminicidio y un sabotaje permanente a la justicia. Invitados a leer
esta excelente novela.