27.7.23

Habitaciones furtivas, de Silvia Quezada

 



Rebeca Uribe fue una poeta nacida en Sayula, Jalisco, en 1911. Su obra es apenas conocida, pero alcanzó madurez a su temprana y aún intrigante muerte en la Ciudad de México, cuando apenas contaba con treinta y ocho años de edad. La justicia y la literatura tienen una gran deuda con esta autora, quien no sólo reveló una personal perspectiva literaria, sino que también confrontó las asperezas de un entorno adverso para la mujer. La muerte llegó como presagio en uno de sus versos: Vestida de brumas vino / la muerte-niña hasta el lecho. / Sus ojos, gotas de fronda, / cabezales de ensueño.

Sin duda, es la doctora Silvia Quezada quien con mayor entusiasmo y rigor ha estudiado la vida y obra de esta poeta, pues ya con anterioridad publicó dos libros alusivos: Máscara sin fortuna. Rebeca Uribe (H. Ayuntamiento de Guadalajara, 1997) y Toda yo hecha poesía: Rebeca Uribe: un estudio biográfico (Seminario de Cultura Mexicana, 2013). La doctora Quezada se destaca por una consistente trayectoria como académica, investigadora, ensayista y conferencista; sin embargo, tiene también un libro de narrativa, Gris de lluvia (2013), y ahora decidió incursionar en la novela con Habitaciones furtivas (2022), proyecto seleccionado por el Consejo Estatal Para la Cultura y las Artes en Jalisco (CECA).

Habitaciones furtivas lleva a la ficción la vida de Rebeca Uribe y se construye en episodios ligeros, disfrutables, enlazados por medio de analepsis y cambios de narradores. Si bien, la protagonista de la historia es Érika Mondragón (Uribe), hay un mosaico de personajes (Ana Fénix, Samuel, Úrsula, Adán Vizcarra…), escenas y tiempos que proveen una lectura dinámica. Sin abusar de los recursos literarios, más bien dosificándolos a lo largo de la trama, la autora ofrece una novela placentera, sin solemnidad, pero con respeto a la tragedia de Mondragón y con el rigor que exige una aproximación honesta a la realidad histórica.

Hay, además, una historia paralela, protagonizada por Marcela Cervantes, quien vive en los años ochenta y un día se encuentra frente a tres intrincados problemas: quitarse de encima el matrimonio con un hombre miserable, su interés por el estudio de las letras y la búsqueda de pistas sobre la muerte de Érika Mondragón, a quien descubrió por medio de un libro que estaba a punto de irse a la basura. Si bien, indicios autobiográficos en la historia, al final estamos frente a una obra de ficción, donde el arco de cada personaje traza con autonomía un rompecabezas donde cada pieza fortalece el hilo conductor.

            A lo largo de la novela, se recrean paralelamente los años cuarenta y ochenta del siglo pasado en la Ciudad de México y en Guadalajara, entramando lugares, episodios y postales que nos ofrecen no sólo un retrato de ambas protagonistas, sino del país, con sus complejidades sociales y políticas, sus ajustes de cuentas y su maltrecho sistema judicial. Otro mérito de la novela es que deja abiertos los cabos de la realidad y siembra dudas a los lectores mediante una narrativa que se reconstruye permanentemente, como la vida misma, cuya complejidad suele tener diversos nudos, pero sus desenlaces tienden a perderse en rutas que nunca llegan a cerrar.

Habitaciones furtivas no busca complacer al lector o generarle una empatía forzada con las protagonistas, sino presentar el velo que mantiene aún en tinieblas los días finales de Erika Mondragón y el hermetismo con el que su caso fue tratado por la autoridad, con lo cual se cubre un último acierto del libro: la denuncia sobre el feminicidio y un sabotaje permanente a la justicia. Invitados a leer esta excelente novela.  


11.6.23

Ramaje de sangre, de Alejandro Franco

 


En un “Arte poética”, Jorge Luis Borges insta a “mirar el río hecho de tiempo y agua / y recordar que el tiempo es otra agua”, como el objeto que es y deja de ser al instante, un cauce que no lleva la misma agua ni se sujeta del mismo espacio temporal, pues la naturaleza, en su inasible belleza, no reconoce la perennidad. Lo más que podemos hacer es detenerla en una instantánea o sujetarla por la fuerza en un verso.

Esta encomienda borgiana es uno de los aciertos que encuentro en uno de los libros que tengo en el buró desde hace tiempo: Ramaje de sangre (Ediciones El Viaje, 2021), escrito por el tapatío Alejandro Franco, quien ya antes había publicado Tu rostro sin ti (Acento Editores, 2019), con buena recepción de los lectores.

Sucede que Alejandro Franco construye la sustancia poética de este libro a partir de la naturaleza en movimiento, pero no la del vértigo, sino aquella de sutiles vibraciones que habitan en el árbol, en el vuelo de las aves, en la oscuridad de la noche o en el brillo de las estrellas. Estos elementos son, por sí mismos, la materia que nutre un acto de escribir con todos sus padecimientos y angustias, llevando esas vibraciones al papel con paciencia monástica y silenciosa, como en los siguientes versos:


El tiempo humea y se detiene

en la imagen que capturo

También le doy un sorbo, está caliente  


En el casi medio centenar de poemas de este libro, andan las aves como pobladores recurrentes que aparecen de pronto entre las ramas y el follaje, en algún verso o en el paisaje que sostiene el poema, al igual que las aguas nuevas que hacen cambiar de rostro del río. Es un andamiaje entre el árbol y el papel donde el sujeto escribe y se escribe a sí mismo. Aquí las atmósferas tienen un escenario, pero parecen no tener tiempo, sino un presente delgadísimo, sostenido únicamente por la palabra. Por eso, en cuanto el poeta abandona el paisaje, se desmorona la escena.

Por supuesto que a lo largo de estas páginas también se pueden leer preocupaciones humanas sobre la soledad, el amor, la violencia o la fragilidad de la vida. Como bien lo señala Laura Solórzano en el prólogo, la escritura y sus derivados “son también los vehículos para llegar a otros temas siempre fundidos con el lenguaje”.  Las aves y el individuo habitan con sus dudas y certezas entre las sombras del ramaje, como en las tinieblas de la noche, y desde ahí describen su mundo.

Finalmente, es importante destacar la figura del árbol como insignia en Ramaje de sangre, pues no es sólo una referencia, sino que sostiene buena parte del libro y representa una analogía con el papel donde reverdecen los poemas. El árbol, sosteniendo su microcosmos con vigor y al mismo tiempo consciente de su fragilidad:

 

Cuando el árbol envejece

exhala un último frescor impregnado

por arrullos que elaboran su nido

con los restos del ocaso

Se le desprenden ramas, como brazos lánguidos

y las hojas se vuelven

un agudo rumor de sobrevivencia.

 

En Ramaje de sangre, Alejandro Franco apostó por una poética sostenida con temple, sin violentar el poema con protagonismos ni abordar los temas de moda con la premura de otros autores. Y en ese riesgo, logró una obra uniforme, discreta, como una hoguera que no se consume en la gran llamarada, sino en el calor de las brasas, esas que también hieren y suelen sangrarnos lentamente.


22.1.23

Prueba de resistencia, de Bladimir Ramírez


 

El pasado 21 de noviembre, en la ciudad de Aguascalientes, el escritor Bladimir Ramírez (Zapotlán, 1996) recibió el Premio “Salvador Gallardo Dávalos” por el libro Prueba de resistencia (Paraíso perdido, 2022). Una vez más, como ha sucedido en los años recientes, el sur de Jalisco escala en la literatura mexicana con una generación de autores que están contribuyendo a renovar la narrativa y la poesía, como sucedió hace setenta años con Rulfo y Arreola. Bladimir se suma a nombres que destacan hoy, como Hiram Ruvalcaba, Ricardo Sigala, Alejandro Von Düben, Octavio Hernández, José Luis Vivar o Mar Pérez, entre otros.  

         Prueba de resistencia reúne 20 cuentos sobre la vulnerabilidad del niño o el adolescente que despierta a la sexualidad y al homoerotismo. Describe la violencia de género que sufre en su primer acercamiento a las relaciones de pareja, regularmente (o puedo decir siempre) en un contexto adverso y hostil, encarnado en esos escenarios que supuestamente protegen al individuo y deben estimular su desarrollo afectivo: la escuela y el hogar. Si bien, algunas obras de la literatura mexicana ya habían tratado ese despertar, Prueba de resistencia lo asume con madurez desde la perspectiva homosexual, la cual estuvo latente en nuestra literatura, pero se evadía hasta hoy.

La mayoría de los cuentos, como señalé anteriormente, se ambientan en la secundaria, ese pequeño infierno donde los personajes enfrentan una disciplina inequitativa por su personal instinto de amar y reconocer en la piel del amigo su identidad. La burla, el acoso y la violencia de todo tipo son actos recurrentes y lapidarios que sólo alientan un sentido de culpabilidad o baja estima. Cito tan sólo una línea del libro: “él estaba llorando mientras toda la secundaria se reía”.

En ciertos momentos, la culpa es el castigo mismo y en otros ni culparse es apropiado, como en el cuento “La venganza de las abejas”, donde Erik, incapaz de sostener una humillación que sufren él y Santiago, arremete contra un panal de abejas: “fue por culpa de las abejas que nosotros nos separamos. Fue por culpa   de las abejas que tuvimos que aprender a estar solos, sin el otro, solos de verdad, solos por primera vez.”

El despertar de los instintos eróticos es interrumpido en todo momento por la familia y las “buenas” costumbres, así como por un contexto que no dispensa las tentaciones de los protagonistas y termina por someterlos al desprendimiento, al castigo o la humillación pública. Para ello, y en semejanza con la realidad, cada cuento presenta personajes que, premeditadamente o no, interrumpen el acto de amar y construyen ese gran antagonismo en el libro: y pienso en Daniel, el pendenciero del salón; en Sofía, la prima inoportuna; en Martín, el chismoso de la escuela; y hasta en la trabajadora social y la directora de la secundaria, autoridades que aplican juicios precipitados y sancionan con la mano en la cintura para restaurar la “normalidad”.

Hay que advertir que, frente a la tragedia, el libro no es un lamento, ni siquiera una denuncia, sino un acercamiento sigiloso a la intimidad, un zoom a la experiencia del adolescente. Al narrarse en primera persona, los protagonistas conservan dicha intimidad y exhalan sus deseos con franqueza, logrando inmediatamente una empatía con el lector, con tal eficacia que daría envidia a cualquier cuentista. El lector, entonces, se apropia de los quehaceres de los personajes, de sus dudas y pesares, placeres y asombros.

Esta capacidad narrativa de Bladimir, acredita su oficio y cuidado al escribir. Además de una economía de recursos en Prueba de resistencia encontramos un humor jaspeado, no ese humor grotesco que pretende inundar las páginas a carcajadas o hacer derroche en la vulnerabilidad de los personajes, sino el de pequeñas dosis, a ratos imperceptible. Además, también suaviza la adversidad con pequeños triunfos, como la expulsión de Daniel (el niño bravucón de la escuela), el ataque al panal de abejas, o el gol del Gargajo que dio el campeonato de futbol a su equipo: “Nunca antes me sentí tan querido. Cuando me cargaron, me arrojaron varias veces al aire; una red de manos me atrapaba, me rodeaba, me poseía. Sentí muchas manos en las piernas, en los muslos, en las nalgas, en cada parte de la espalda. Ese era el verdadero trofeo.”

Prueba de resistencia es un libro para el goce, un acto tan necesario en nuestra literatura.