Hace casi dos años falleció el llamado granfather del rap, Jalal Mansar Nuriddin,
quien fuera miembro de The Last Poets y empuñara el rap como un arma
incendiaria en la década de los ochenta. Había nacido en Brooklin en 1944 y fue
uno de los pioneros del gansta rap. Se destacó por ser consecuente entre sus
letras y su forma de vida, pues criticó permanentemente a los raperos dorados, esos
que contradicen la realidad de sus letras con una vida superficial de riquezas
y colguijes brillantes, los cuales son imitados por juventudes enteras en todo
el mundo. Jalal mantuvo la idea de que todo mundo es capaz de embestir al
status quo con la palabra y depositaba su lucha en la poesía, de ahí que sea
un personaje de culto, incluso entre los
jóvenes millennials de su país.
Samael Espíndola (Torreón,
Coahuila, 1972) es un poeta y ensayista mexicano que siempre ha admirado la obra
de Jalal, al grado de considerarlo un músico-poeta superior a Bob Dylan o a
Leonard Cohen. Fue su afición quien lo llevó a escribir el Ideario gansta rap, publicado por Ediciones Plasma en 2013. Esta
pequeña plaqueta, de escaso tiraje, circuló de mano en mano en la comarca
lagunera y llegó a algunos críticos de la capital del país como una rareza que
con suerte se puede encontrar en el Chopo o en algún botadero de ediciones independientes.
Espíndola es referencia
entre los autores de su edad, pues el vigor de su obra y los riesgos que toma
como crítico de la poesía le han dado un prestigio relativo en el norte del
país y en los foros literarios donde suele participar. Sin embargo, hace tiempo
dejó de ser una “promesa” de la poesía y es consciente de que poco a poco se va
diluyendo lo que escribe, junto con otros de su generación, frente a la oleada
de escritores frescos que emergen día a día en todo México y se posicionan de
los más novedosos canales y soportes de lectura que ofrecen el internet y sus
publicaciones digitales, como una avalancha ante los tradicionales formatos de
la poesía, como el libro o las revistas impresas.
Para atenuar su declive y al
mismo tiempo reivindicarse frente a esa nueva generación, Samael se dio a la
tarea de reunir una lista de los mejores cincuenta poetas jóvenes del país
nacidos entre 1989 y 1999, en un libro que ha titulado Los últimos poetas mexicanos, en alusión al grupo de Jalal Mansar
Nuruddin y a quienes fueron los postreros hijos del anterior milenio.
La selección de Espíndola no
sólo fue rigurosa, sino que se propuso recorrer varios estados previamente para
conocer en persona a decenas de autores y sus obras, comparar libros, revistas,
ediciones virtuales y atender un aparato crítico que le dio argumentos para
discriminar y acotar su selección. Entre sus “antologados” hay algunos de sobra
conocidos y otros que aún permanecen en la sombra, entre los que (para sorpresa
de muchos) no figuran Vladimir Sánchez, Eliberto Maldonado o Ixchel Meléndez, a
quienes considera sobrevalorados por pequeños grupos “gansteriles” de la
literatura, como él les llama.
Esos
cotos de poder lanzan a un poeta como si fuera l´enfant terrible de una generación y lo promueven igual que a un
producto de abarrotes, en cuanta oportunidad hay de malbaratar sus poemas, con
la certeza de que en poco tiempo terminará consumiéndose igual que un papel
higiénico o un envase de refresco, lo cual no garantiza un futuro vigoroso para
la poesía mexicana.[1]
Para algunos círculos de escritores,
la selección carece de rigor académico y no garantiza una posición estricta.
Hay quienes la califican de trunca, insulsa y hasta boba. Consideran que es absurdo
clasificar a los autores tempranamente con términos como “los mejores”, “destacados”
y una serie de adjetivos dañinos para el tejido literario del país. La
selección se convierte en una patraña que induce a jerarquizar y estimular la segregación
de otros autores, especialmente aquellos que no se interesan en adherirse a los
grupos de poder cultural o que no habitan en urbes como como la Ciudad de
México, Guadalajara o Tijuana, donde, dicho sea de paso, no necesariamente
están esos “mejores” poetas. Es, finalmente, al gusto de un solo individuo.
Para otros autores, como el
conocido crítico Raymundo Flores, es un canon digno de leerse “ahora que la
poesía adolece de insuficiencia respiratoria”[2], pues fue elaborado desde
la perspectiva de un autor sin intereses políticos y con plena libertad. Se
sostiene, dice, con los mejores ingredientes de la poesía: la creatividad y la
energía. “Voces contundentes emergen en la periferia, donde antes sólo había
piedras”, escribe Librado de la Peña, quien también defiende la selección de
Espíndola por considerarla incluyente y una cartografía que ilustra lo que
sucede en el país:
El antologador
hace un esfuerzo por reivindicar al poeta aislado en la soledad de su tierra.
Es por ello que encuentra uno sorpresas como la obra de Violeta Tournecanto o de
Ramiro José, quienes representan una potente lírica desde Campeche y Durango,
respectivamente. Dichos estados eran enviados tradicionalmente a la segunda
división por los dueños de la verdad
literaria.[3]
A pesar de su precaria
distribución y al margen de las opiniones que suscita entre defensores y
adversarios, el libro ha comenzado a popularizarse vertiginosamente entre la
comunidad literaria. La lista de 50 autores que Espíndola determinó puede
ejercer influencia en la forma de entender la poesía mexicana actual, pues al
menos intenta ampliar el panorama hasta hoy conocido, con un intenso deseo de sacudir el mundo, como lo haría Jalal Mansar Nuriddin. Entre esos 50 poetas que aparecen
se encuentran los siguientes: Mar33 s405 09ñkgm¨. ‘gg948 34$=)f er-{.h 3#
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(Ah, cabrón, se me dañó el
archivo)
[1] Margules,
Antolín (2020). “Entrevista a Samael Espíndola”. Revista de la Universidad de la Vida. Tomo II. No. 4. Pags. 27-31.
[2] Comentario
que hizo en una charla telefónica, con lo cual, afortunadamente me evita
utilizar la norma APA.
[3] De
la Peña, Librado (2020). Yea.
Editorial Bronco. Pag. 58.