Don Francisco de Alba, Julio Ruelas,
Óleo
sobre tela, Museo Nacional de Arte, INBA Acervo constitutivo, 1982.
Este retrato fue pintado en 1896 por Julio
Ruelas, ese excéntrico zacatecano que incorporó el simbolismo a la gráfica
mexicana. El personaje que mira extraviado es un poeta: Francisco de Alba, quien
emerge de la penumbra ataviado con lechuguilla (o gorguera) como si fuera un escritor
del siglo XVI. Se trata de una de las extravagancias con las que Ruelas solía dotar
a sus personajes.
Con los ojos vítreos, como
si encarnaran algún pesar, el poeta se acongoja y la mano derecha sujeta con
rigidez el pliego de hojas, donde seguramente se resguardan los pocos poemas
que escribió y no vería publicados en un libro antes de morir. Por eso es un desconocido,
un desahuciado de las letras.
Francisco de Alba Gómez nació
en Lagos de Moreno en 1870. Fue hijo de Saturnino de Alba, un médico zacatecano
que solía cambiar de residencia con frecuencia debido a su trabajo. A pesar de
eso, el pequeño Pancho (como le llamaban en casa) pasó su infancia completa en
Lagos de Moreno, donde fue alumno del prestigioso Liceo de Varones del Padre
Guerra.
A la fecha nadie recuerda a
Pancho, quizá porque vivió a la sombra de su hermano Rafael de Alba, quien le
llevaba cuatro años de diferencia y fue reconocido por la elite intelectual del
país como un excelente cuentista y crítico teatral; además, poseía dotes de
conversador que Mariano Azuela recuerda así: “dueño de una memoria portentosa,
de una cultura sólida y variada, sus charlas eran siempre interesantes cual
fuesen los temas elegidos: filosofía, historia, geografía, literatura…”[1]
Al igual que el padre, ambos
hermanos vivieron errantes, entre Lagos de Moreno, Guadalajara, Zacatecas, Tepic
y la Ciudad de México, sin llegar a arraigarse en un lugar, pues se asumían
como hombres cosmopolitas.
Los primeros poemas de
Pancho fueron firmados a la edad de catorce años, inspirados en el romanticismo
de Bécquer. Regularmente le atrajo el tema amoroso, aunque llegó a escribir un
par a la naturaleza y otros con temas históricos, como el dedicado a Pedro
Moreno, fechado en Lagos en 1889:
Cómo olvidar al héroe al que en un día
los cobardes tiranos
propusieron
volverle al ángel, á quien
más quería,
en cambio del honor y de la
Patria,
y supo contestarles
dominando el dolor con energía:
—Dos
hijos tengo, aún podéis... tomarles!
Al iniciar la década de 1890
vivió en Guadalajara. Rafael, quien se desenvolvía con facilidad en sociedad y
era animador de tertulias y veladas, lo presentó con escritores a quienes
admiraba, como Manuel Puga y Acal y Victoriano Salado Álvarez, además de los incipientes
autores laguenses Mariano Azuela, José Becerra y Ruperto J. Aldana. También
quedó cautivado por la belleza de las mujeres tapatías y escribió un elogioso
poema a las señoritas Cova Cañedo y Ana Palomar, a quienes calificó como “dos
esculturas”.
En la Ciudad de México vivió
sus últimos años y se relacionó con escritores y artistas jóvenes al igual que
él, como Rubén M. Campos, Juan José Tablada y el mismo Julio Ruelas, quien
entonces no pisaba los veinte años. Todos ellos acostumbraban pasar las tardes
en una taberna de comerciantes, bebiendo y fumando con entusiasmo mientras
discutían las novedades de la cultura mexicana y europea. En una de esas reuniones,
el crítico Ciro B. Ceballos se encontró con Julio Ruelas, un tipo solitario a quien describe así: “fumaba
con verdadero furor y su gran vaso de ambarino lúpulo, era renovado sin
descanso por el refunfuñante y poco diligente camarero[2].
Pancho colaboró esporádicamente
en El Liceo Mexicano, El Imparcial, El Continental y La Libertad,
entre otros periódicos de la época, pero no llegó más allá, pues su espíritu inestable
y entregado a los placeres de sustancias excitantes limitaron su trabajo
literario. En 1897, a la edad de 27 años, se quitó la vida por motivos aún
desconocidos.
Uno de sus amigos, el editor
José Monroy escribió: “¡quién hubiera, como tú, apurando el cáliz amargo de
esta vida haber muerto en aquella edad en que viene el rocío a refrescar las
flores y la brisa de la tarde a perfumar la frente soñadora!”.
Un año después, en 1998, la
Revista Moderna publicó en su homenaje el retrato que pintó Ruelas. Además,
José Monroy editó el poemario póstumo de Pancho, con el nombre Ideales y realidades, en la imprenta
Avenida Juárez No. 624, debido a que era una promesa en vida del poeta:
… el
joven autor de la colección de versos que forman este volúmen acaba de partir
de este mundo encargándome los diera á luz lo que hago, sin vacilar, por
creerlo de mi deber y porque no juzgo desposeidos de mérito los pensamientos
que dejó escrito. Dígnese el lector ser indulgente.
El libro de 78 páginas
contiene 33 poemas divididos en dos partes. Aunque la mayoría de estos son
amorosos, destaca una elegía dedicada a “mi dulce Enriqueta”, firmada con el
seudónimo Don Petate, la cual tiene una carga de humor poco
utilizada por el poeta y de la cual se transcribe un fragmento:
Yo
soy un pobre diablo, un miserable
que no puedo ofrecerte
más de una pobre lira
y un grande corazón para quererte;
con
estos comestibles ya lo creo
que
te puede gustar el himeneo,
pues
en grandes apuros me vería
sabiendo, mi sultana,
que
tienes, por costumbre andar en coche
y tomar desayuno en la mañana,
comer a medio día
y
volver a la mesa por la noche.
Esto
no importa porque al fin y al cabo,
pudiera
conseguir, a duras penas,
que tu estómago indócil
pudiera
alimentarse por quincenas;
pero
aquello del coche?... cómo puedo
sofocar esos hábitos impíos
a
que, tan malamente,
te
impusieron los brutos de mis tíos?
¡Ah! una vez, mi esposa
y á
pesar de que mucho te idolatro
no haremos otra cosa
que
andar en cuatro pies todos los días...
perdón, si digo cuatro
porque
sumo tus plantas y las mías.
En 1918, el editor Fortino
Jaime publicó el tomo Ella (poesías),
pero después de esa fecha no se ha vuelto a editar alguno de sus libros. Su obra
fue sepultada por otras generaciones de escritores jaliscienses que lo
superaron, pero queda como testimonio de un poeta periférico, que nunca se
inscribió con grupo alguno (ni siquiera con el modernismo latente en su época)
y vivió de manera fugaz. Un poeta transitorio para las letras mexicanas, del
que hoy no conocemos más que este retrato en la penumbra.
[1] Azuela,
Mariano. “Rafael de Alba”. En Obras
completas de Mariano Azuela. Tomo III. Fondo de Cultura Económica. México,
1960. Pp. 790-793.
[2] Ceballos,
Ciro B. “Seis apologías. Julio Ruelas”. En Revista
Moderna. Áño l México, 15 de septiembre de 1898. Número 4. Pp. 55-56.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario