16.9.19

Francisco de Alba, un poeta en penumbra


Don Francisco de Alba, Julio Ruelas,
Óleo sobre tela, Museo Nacional de Arte, INBA Acervo constitutivo, 1982.



Este retrato fue pintado en 1896 por Julio Ruelas, ese excéntrico zacatecano que incorporó el simbolismo a la gráfica mexicana. El personaje que mira extraviado es un poeta: Francisco de Alba, quien emerge de la penumbra ataviado con lechuguilla (o gorguera) como si fuera un escritor del siglo XVI. Se trata de una de las extravagancias con las que Ruelas solía dotar a sus personajes.
Con los ojos vítreos, como si encarnaran algún pesar, el poeta se acongoja y la mano derecha sujeta con rigidez el pliego de hojas, donde seguramente se resguardan los pocos poemas que escribió y no vería publicados en un libro antes de morir. Por eso es un desconocido, un desahuciado de las letras.
Francisco de Alba Gómez nació en Lagos de Moreno en 1870. Fue hijo de Saturnino de Alba, un médico zacatecano que solía cambiar de residencia con frecuencia debido a su trabajo. A pesar de eso, el pequeño Pancho (como le llamaban en casa) pasó su infancia completa en Lagos de Moreno, donde fue alumno del prestigioso Liceo de Varones del Padre Guerra.
A la fecha nadie recuerda a Pancho, quizá porque vivió a la sombra de su hermano Rafael de Alba, quien le llevaba cuatro años de diferencia y fue reconocido por la elite intelectual del país como un excelente cuentista y crítico teatral; además, poseía dotes de conversador que Mariano Azuela recuerda así: “dueño de una memoria portentosa, de una cultura sólida y variada, sus charlas eran siempre interesantes cual fuesen los temas elegidos: filosofía, historia, geografía, literatura…”[1]
Al igual que el padre, ambos hermanos vivieron errantes, entre Lagos de Moreno, Guadalajara, Zacatecas, Tepic y la Ciudad de México, sin llegar a arraigarse en un lugar, pues se asumían como hombres cosmopolitas.
Los primeros poemas de Pancho fueron firmados a la edad de catorce años, inspirados en el romanticismo de Bécquer. Regularmente le atrajo el tema amoroso, aunque llegó a escribir un par a la naturaleza y otros con temas históricos, como el dedicado a Pedro Moreno, fechado en Lagos en 1889:

Cómo olvidar al héroe al que en un día
los cobardes tiranos propusieron
volverle al ángel, á quien más quería,
en cambio del honor y de la Patria,
y supo contestarles
 dominando el dolor con energía:
Dos hijos tengo, aún podéis... tomarles!

Al iniciar la década de 1890 vivió en Guadalajara. Rafael, quien se desenvolvía con facilidad en sociedad y era animador de tertulias y veladas, lo presentó con escritores a quienes admiraba, como Manuel Puga y Acal y Victoriano Salado Álvarez, además de los incipientes autores laguenses Mariano Azuela, José Becerra y Ruperto J. Aldana. También quedó cautivado por la belleza de las mujeres tapatías y escribió un elogioso poema a las señoritas Cova Cañedo y Ana Palomar, a quienes calificó como “dos esculturas”.
En la Ciudad de México vivió sus últimos años y se relacionó con escritores y artistas jóvenes al igual que él, como Rubén M. Campos, Juan José Tablada y el mismo Julio Ruelas, quien entonces no pisaba los veinte años. Todos ellos acostumbraban pasar las tardes en una taberna de comerciantes, bebiendo y fumando con entusiasmo mientras discutían las novedades de la cultura mexicana y europea. En una de esas reuniones, el crítico Ciro B. Ceballos se encontró con Julio Ruelas, un  tipo solitario a quien describe así: “fumaba con verdadero furor y su gran vaso de ambarino lúpulo, era renovado sin descanso por el refunfuñante y poco diligente camarero[2].
Pancho colaboró esporádicamente en El Liceo Mexicano, El Imparcial, El Continental y La Libertad, entre otros periódicos de la época, pero no llegó más allá, pues su espíritu inestable y entregado a los placeres de sustancias excitantes limitaron su trabajo literario. En 1897, a la edad de 27 años, se quitó la vida por motivos aún desconocidos.
Uno de sus amigos, el editor José Monroy escribió: “¡quién hubiera, como tú, apurando el cáliz amargo de esta vida haber muerto en aquella edad en que viene el rocío a refrescar las flores y la brisa de la tarde a perfumar la frente soñadora!”.
Un año después, en 1998, la Revista Moderna publicó en su homenaje el retrato que pintó Ruelas. Además, José Monroy editó el poemario póstumo de Pancho, con el nombre Ideales y realidades, en la imprenta Avenida Juárez No. 624, debido a que era una promesa en vida del poeta:

… el joven autor de la colección de versos que forman este volúmen acaba de partir de este mundo encargándome los diera á luz lo que hago, sin vacilar, por creerlo de mi deber y porque no juzgo desposeidos de mérito los pensamientos que dejó escrito. Dígnese el lector ser indulgente.

El libro de 78 páginas contiene 33 poemas divididos en dos partes. Aunque la mayoría de estos son amorosos, destaca una elegía dedicada a “mi dulce Enriqueta”, firmada con el seudónimo Don Petate,  la cual tiene una carga de humor poco utilizada por el poeta y de la cual se transcribe un fragmento:

Yo soy un pobre diablo, un miserable
que no puedo ofrecerte
más de una pobre lira
 y un grande corazón para quererte;
con estos comestibles ya lo creo
que te puede gustar el himeneo,
pues en grandes apuros me vería
sabiendo, mi sultana,
que tienes, por costumbre andar en coche
 y tomar desayuno en la mañana,
comer a medio día
y volver a la mesa por la noche.
Esto no importa porque al fin y al cabo,
pudiera conseguir, a duras penas,
que tu estómago indócil
pudiera alimentarse por quincenas;
pero aquello del coche?... cómo puedo
 sofocar esos hábitos impíos
            a que, tan malamente,
te impusieron los brutos de mis tíos?
¡Ah! una vez, mi esposa
y á pesar de que mucho te idolatro
no haremos otra cosa
que andar en cuatro pies todos los días...
perdón, si digo cuatro
porque sumo tus plantas y las mías.

En 1918, el editor Fortino Jaime publicó el tomo Ella (poesías), pero después de esa fecha no se ha vuelto a editar alguno de sus libros. Su obra fue sepultada por otras generaciones de escritores jaliscienses que lo superaron, pero queda como testimonio de un poeta periférico, que nunca se inscribió con grupo alguno (ni siquiera con el modernismo latente en su época) y vivió de manera fugaz. Un poeta transitorio para las letras mexicanas, del que hoy no conocemos más que este retrato en la penumbra.


[1] Azuela, Mariano. “Rafael de Alba”. En Obras completas de Mariano Azuela. Tomo III. Fondo de Cultura Económica. México, 1960. Pp. 790-793.
[2] Ceballos, Ciro B. “Seis apologías. Julio Ruelas”. En Revista Moderna. Áño l México, 15 de septiembre de 1898. Número 4. Pp. 55-56.


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