Cuando ampliaron la calzada, tuvieron que cortar como tajo de tarta algunos edificios, entre ellos la casa del hombre. Por fortuna, vivía sólo con su gata y dos televisiones, ocupando únicamente la cocina, uno de los cuartos y el baño, así que no tuvo empacho en perder el resto de la casa. Obras Públicas rehizo la fachada con toda intención minimalista y con la premura que el presupuesto le permitió al ayuntamiento.
Fue uno de sus vecinos, un estudiante de letras, acostumbrado a las gracias, quien le colocó el mote de Asterión de Zaragoza, en alusión al pobre bóvido-hombre encerrado por el Minos gubernamental en el laberinto urbano.
La Calzada Zaragoza es hoy una amplia rambla a donde van de día los niños y de noche los trasvestidos. Corre de sur a norte (como el Nilo) y en la fachada oriente (como en el Nilo) se han edificado mundos de luz y de vida: bares, resturantes, un par de galerías, comercios y oficinas. El margen poniente pertenece (como el Nilo) a los muertos o a los que menos tienen. Originalmente han habitado el barrio personajes de mediana economía hacia abajo; el ayuntamiento se limitó a levantar las urgidas fachadas y después se olvidó de ellos, dejando pendientes banquetas y mobiliario urbano. Algunos abrieron su taller mecánico, su peluquería o una tienda de abarrotes; otros se marcharon, deslumbrados por las ofertas de la vivienda en bloque; los menos, como el caso de Asterión de Zaragoza, permanecen en su reducto, ajenos al posmoderno exterior y a la mano del especulador que anda en pos de su vivienda.
Desde que abrieron la calzada, él prefirió su claustro y un par de rutinas diarias, tales como salir a comprar leche a las siete de la mañana o bajar al mercado a las doce. Las tardes de Asterión nadie las conocía. Permanecía encerrado en la casa y de vez en vez asistía a la puerta para mirar pasar colegialas o para compartir nostalgias con algún vecino contemporáneo suyo.
Una noche salió la gata y fue a plantarse ante un autobús procedente de La Piedad, cuyas llantas derechas decretaron el fin de la mascota. Al otro día, cuando Asterión de Zaragoza se enteró del percance, los restos de su compañera habían sido retirados con pala por una comisión de Aseo Público, cuyo camión se la llevó como a los muertos lleva el Nilo.
Esa misma tarde, compungido, Asterión fue a la casa de empeño con una de las dos televisiones.
Fue uno de sus vecinos, un estudiante de letras, acostumbrado a las gracias, quien le colocó el mote de Asterión de Zaragoza, en alusión al pobre bóvido-hombre encerrado por el Minos gubernamental en el laberinto urbano.
La Calzada Zaragoza es hoy una amplia rambla a donde van de día los niños y de noche los trasvestidos. Corre de sur a norte (como el Nilo) y en la fachada oriente (como en el Nilo) se han edificado mundos de luz y de vida: bares, resturantes, un par de galerías, comercios y oficinas. El margen poniente pertenece (como el Nilo) a los muertos o a los que menos tienen. Originalmente han habitado el barrio personajes de mediana economía hacia abajo; el ayuntamiento se limitó a levantar las urgidas fachadas y después se olvidó de ellos, dejando pendientes banquetas y mobiliario urbano. Algunos abrieron su taller mecánico, su peluquería o una tienda de abarrotes; otros se marcharon, deslumbrados por las ofertas de la vivienda en bloque; los menos, como el caso de Asterión de Zaragoza, permanecen en su reducto, ajenos al posmoderno exterior y a la mano del especulador que anda en pos de su vivienda.
Desde que abrieron la calzada, él prefirió su claustro y un par de rutinas diarias, tales como salir a comprar leche a las siete de la mañana o bajar al mercado a las doce. Las tardes de Asterión nadie las conocía. Permanecía encerrado en la casa y de vez en vez asistía a la puerta para mirar pasar colegialas o para compartir nostalgias con algún vecino contemporáneo suyo.
Una noche salió la gata y fue a plantarse ante un autobús procedente de La Piedad, cuyas llantas derechas decretaron el fin de la mascota. Al otro día, cuando Asterión de Zaragoza se enteró del percance, los restos de su compañera habían sido retirados con pala por una comisión de Aseo Público, cuyo camión se la llevó como a los muertos lleva el Nilo.
Esa misma tarde, compungido, Asterión fue a la casa de empeño con una de las dos televisiones.
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