Juan Rulfo, el más universal de los escritores mexicanos, el breve, el preciso, ha sido estudiado por infinidad de especialistas y desde distintos perfiles y causas. Año con año se suman trabajos que lo siguen revelando y lectores que lo vuelven imprescriptible para las letras en lengua castellana.
Como el pozole y el tequila, la obra de Rulfo conmemora al pueblo de Jalisco y alcanza a salpicar como aguamiel. Lo conmemora con la palabra, con el lenguaje vivo y viril de rancherías y poblados, de cañadas y mesas, de la capital y del más desolado escondrijo. Es la voz fecunda de nosotros, los jaliscienses, hombres y mujeres de a pie, igualados en el modo de decirnos las “cosas”.
El próximo año, Rulfo se pondrá en ojos de todos, mexicanos y no, lectores y no, con la filmación de una nueva versión de Pedro Paramo, bajo la dirección de Mateo Gil, cineasta español que ha escrito varios guiones para el genio de Alejandro Amenábar. Será en territorio laguense donde se ruede esta cinta y es en este mismo donde nació Sergio López Mena, uno de esos amorosos especialistas del hijo de San Gabriel. López Mena ha escrito el Diccionario de la Obra de Juan Rulfo, editado por la Universidad Nacional Autónoma de México y presentado recientemente en el Palacio de Minería.
Este es no sólo un libro de consulta, sino un vertedero de voces, de esas que siempre escuchamos y no reparamos en desmenuzar por la mera inercia de lo cotidiano. Para el jalisciense, el diccionario se comporta como un preciso antropólogo, un espejo divertido; para los mexicanos, se acomodará en la órbita de trabajos que estiman y prorrogan el lenguaje popular; pero, sobre todo, será recibido con gratitud por aquellos lectores extranjeros para quienes “orita” y “pácatelas” resultan palabras extrañas o de difícil consulta en los diccionarios convencionales.
Sergio López Mena no improvisa en el tema ni lanza dardos romos. Ha dedicado los recientes años a la obra de Rulfo, tanto en la investigación como en la docencia. Publicó Los caminos de la creación de Juan Rulfo, en 1994, Revisión crítica de la obra de Juan Rulfo, en 1998, Perfil de Juan Rulfo, en 2001, así como el estudio crítico en la edición internacional de Toda la obra/Juan Rulfo.
Este diccionario es el engrane que hacía falta para conocer al local curioso que Rulfo llevaba dentro y para facilitar su estudio. El entendimiento del lenguaje jalisciense, sus modos y las referencias geográficas de Rulfo son atendidas por López Mena con minuciosidad, reparando no solo en palabras, sino en expresiones enteras, trabajando como en quirófano durante varios años. Para cada uno de los términos hace referencia al libro donde estos se citan, -sea El llano en llamas, sea Pedro Páramo, sea El gallo de oro o los guiones cinematográficos.
Yo me he divertido (aunque habrá también lectores sumamente serios) con algunas sentencias y localismos, como “echarle tequesquite a los elotes de uno”, “largar camino”, “eso que ni qué”, “parar la jeta” o “tronar la nuez”. Hay también vocablos como “trácala”, “Jorongo”, “derrengarse” o “chacarota”; lugares como El Pochote, Cuastecomate, Puerto de los Colimotes o Las ánimas y ejemplos asociados, como señalé anteriormente, a las obras y a sus personajes.
Debo despedirme, citando una queja de Toribio Aldrete que aparece en la página 119: “me lleva la rejodida con ese hijo de la rechintola de su patrón“. No invito al lector para que se acerque a este diccionario, prefiero hacerlo al estilo Jalisco, es decir, sonsacarlo al tal por cual, encampanarlo. ¿O qué jaiz?
Como el pozole y el tequila, la obra de Rulfo conmemora al pueblo de Jalisco y alcanza a salpicar como aguamiel. Lo conmemora con la palabra, con el lenguaje vivo y viril de rancherías y poblados, de cañadas y mesas, de la capital y del más desolado escondrijo. Es la voz fecunda de nosotros, los jaliscienses, hombres y mujeres de a pie, igualados en el modo de decirnos las “cosas”.
El próximo año, Rulfo se pondrá en ojos de todos, mexicanos y no, lectores y no, con la filmación de una nueva versión de Pedro Paramo, bajo la dirección de Mateo Gil, cineasta español que ha escrito varios guiones para el genio de Alejandro Amenábar. Será en territorio laguense donde se ruede esta cinta y es en este mismo donde nació Sergio López Mena, uno de esos amorosos especialistas del hijo de San Gabriel. López Mena ha escrito el Diccionario de la Obra de Juan Rulfo, editado por la Universidad Nacional Autónoma de México y presentado recientemente en el Palacio de Minería.
Este es no sólo un libro de consulta, sino un vertedero de voces, de esas que siempre escuchamos y no reparamos en desmenuzar por la mera inercia de lo cotidiano. Para el jalisciense, el diccionario se comporta como un preciso antropólogo, un espejo divertido; para los mexicanos, se acomodará en la órbita de trabajos que estiman y prorrogan el lenguaje popular; pero, sobre todo, será recibido con gratitud por aquellos lectores extranjeros para quienes “orita” y “pácatelas” resultan palabras extrañas o de difícil consulta en los diccionarios convencionales.
Sergio López Mena no improvisa en el tema ni lanza dardos romos. Ha dedicado los recientes años a la obra de Rulfo, tanto en la investigación como en la docencia. Publicó Los caminos de la creación de Juan Rulfo, en 1994, Revisión crítica de la obra de Juan Rulfo, en 1998, Perfil de Juan Rulfo, en 2001, así como el estudio crítico en la edición internacional de Toda la obra/Juan Rulfo.
Este diccionario es el engrane que hacía falta para conocer al local curioso que Rulfo llevaba dentro y para facilitar su estudio. El entendimiento del lenguaje jalisciense, sus modos y las referencias geográficas de Rulfo son atendidas por López Mena con minuciosidad, reparando no solo en palabras, sino en expresiones enteras, trabajando como en quirófano durante varios años. Para cada uno de los términos hace referencia al libro donde estos se citan, -sea El llano en llamas, sea Pedro Páramo, sea El gallo de oro o los guiones cinematográficos.
Yo me he divertido (aunque habrá también lectores sumamente serios) con algunas sentencias y localismos, como “echarle tequesquite a los elotes de uno”, “largar camino”, “eso que ni qué”, “parar la jeta” o “tronar la nuez”. Hay también vocablos como “trácala”, “Jorongo”, “derrengarse” o “chacarota”; lugares como El Pochote, Cuastecomate, Puerto de los Colimotes o Las ánimas y ejemplos asociados, como señalé anteriormente, a las obras y a sus personajes.
Debo despedirme, citando una queja de Toribio Aldrete que aparece en la página 119: “me lleva la rejodida con ese hijo de la rechintola de su patrón“. No invito al lector para que se acerque a este diccionario, prefiero hacerlo al estilo Jalisco, es decir, sonsacarlo al tal por cual, encampanarlo. ¿O qué jaiz?