A Cien Caras
-“O sea que vas a volver a la lucha?”- preguntaba emocionado el Doctor Morales a Pedro Aguayo.
-¡No, solo voy a pelear una vez, para retirar a Cien Caras!- respondió El Perro Aguayo, con ojos de lumbre y respiración intermitente.
Era un viernes, como todos, en la Monumental Arena México, el 4 de febrero del 2005, para ser precisos. Los Hermanos Dinamita se enfrentaban al trío de técnicos conformado por el Hijo del Perro Aguayo, Pierrot de Puerto Rico y Pierrot Jr., ante un atiborrado gentillal de gente y dos edecanes sedientas de chiflidos.
Cien caras, Mascara año 2000 y Universo 2000, conocidos también como Carmelo, Chucho y Andrés, habían perdido la primera caída en un medruguete y se dieron el lujo de reincorporarse para vencer a los técnicos en la segunda. Parecía una lucha normalita, pero el plato fuerte estaba por venir.
Era la tercera caída. Carmelo y sus muchachos aplicaban sendas llaves al Hijo del Perro y volaban por la segunda cuerda contra un Pierrot Jr. malherido, o mejor dicho: bienherido. A unos cuantos apretones de llave y parafernalia todo hubiera terminado, pero, repentinamente, una figura cavernaria emergió de la penumbra, corriendo muy envalentonado, muy sabe cómo: era el Perro Aguayo, quien subió hilarante al cuadrilátero en afán de defender a su cachorro y repartir coscorrones al Capo de Capos y su estirpe.
Con esta ayudita extra, la pelea se volcó a favor de los técnicos, por lo que Apolo Dantés, otro que no tenía vela en el entierro, brincó del público para defender a los ganaderos de Lagos. También El Vampiro Canadiense trepó al Ring, haciéndole más gordo el favor a la dinastía Aguayo. Total: se montonearon unos a otros, como en una campal de la Liga Obrera o en un operativo policiaco en Tepito.
De acuerdo con un boletín del Consejo Mundial de Lucha Libre, los gladiadores “convirtieron a la arena en una sucursal del manicomio”. Se dieron con todo al más ortodoxo estilo callejero. Los técnicos fueron descalificados gracias a la redentora impertinencia del Perro, quien, para darle más sabor al caldo, tomó un micrófono (la verdad yo no supe en qué momento entraron los micrófonos en esta historia) y retó con toda la rabia del continente a Cien Caras:
-¡Mira, Carmelo, yo me he preparado todo este tiempo porque solo voy a regresar a luchar una vez!- dijo el can de Nochistlán, actualmente retirado del pancrasio-, ¡Y esa pelea es… para retirarte!-. El respetable, encendido aún por la irrupción canina, lo abucheó como nunca en su carrera, apoyando por completo a los rudos de rudos.
-¡No te tenemos miedo, ni a ti ni a tu hijo, Perro!- contestó Chucho desde ring side con otro micrófono (que tampoco sé de dónde sacó)
-¡Nosotros somos sus padres!- replicó Carmelo, seguido por un sonoro alarde de la muchedumbre.
Hasta el Doctor Morales -quien narraba para la televisión en una mesita- comentó “¡esto es un suceso histórico!”, refiriéndose a la lucha pretendida por el sabueso zacatecano. Y es que la rivalidad entre los Reyes y los Aguayo se hizo popular desde los años ochenta, llegando a arrebatarse títulos unos y otros, a cortarse la cabellera y mentársela de todos los modos posibles.
La cereza del pastel fue puesta por el Hijo del Perro, quien aprovechó el reto para sugerir cortarle la mata a los perdedores “!Pon fecha, Cien Caras!” Yo ya ni quise ver, mejor apagué la tele y busqué la máscara del Matemático que tenía guardada. Me habían convencido otra vez de amar la lucha libre, como se aman los teatros, los cines y el futbol.
Quizá cuando esta crónica vea la luz pública algunos de los protagonistas ya estén pelones o Carmelo esté jubilado del pancrasio; solo pretendo dejarlo en oído de ustedes, pues pasará un buen tiempo para que veamos una lucha con semejante candela. Afortunadamente hay luchadores con tan buen talento, capaces de mantener viva la tradición de las lucha libre en este país, el cuál aún tiene héroes, por lo menos en un ring.
-“O sea que vas a volver a la lucha?”- preguntaba emocionado el Doctor Morales a Pedro Aguayo.
-¡No, solo voy a pelear una vez, para retirar a Cien Caras!- respondió El Perro Aguayo, con ojos de lumbre y respiración intermitente.
Era un viernes, como todos, en la Monumental Arena México, el 4 de febrero del 2005, para ser precisos. Los Hermanos Dinamita se enfrentaban al trío de técnicos conformado por el Hijo del Perro Aguayo, Pierrot de Puerto Rico y Pierrot Jr., ante un atiborrado gentillal de gente y dos edecanes sedientas de chiflidos.
Cien caras, Mascara año 2000 y Universo 2000, conocidos también como Carmelo, Chucho y Andrés, habían perdido la primera caída en un medruguete y se dieron el lujo de reincorporarse para vencer a los técnicos en la segunda. Parecía una lucha normalita, pero el plato fuerte estaba por venir.
Era la tercera caída. Carmelo y sus muchachos aplicaban sendas llaves al Hijo del Perro y volaban por la segunda cuerda contra un Pierrot Jr. malherido, o mejor dicho: bienherido. A unos cuantos apretones de llave y parafernalia todo hubiera terminado, pero, repentinamente, una figura cavernaria emergió de la penumbra, corriendo muy envalentonado, muy sabe cómo: era el Perro Aguayo, quien subió hilarante al cuadrilátero en afán de defender a su cachorro y repartir coscorrones al Capo de Capos y su estirpe.
Con esta ayudita extra, la pelea se volcó a favor de los técnicos, por lo que Apolo Dantés, otro que no tenía vela en el entierro, brincó del público para defender a los ganaderos de Lagos. También El Vampiro Canadiense trepó al Ring, haciéndole más gordo el favor a la dinastía Aguayo. Total: se montonearon unos a otros, como en una campal de la Liga Obrera o en un operativo policiaco en Tepito.
De acuerdo con un boletín del Consejo Mundial de Lucha Libre, los gladiadores “convirtieron a la arena en una sucursal del manicomio”. Se dieron con todo al más ortodoxo estilo callejero. Los técnicos fueron descalificados gracias a la redentora impertinencia del Perro, quien, para darle más sabor al caldo, tomó un micrófono (la verdad yo no supe en qué momento entraron los micrófonos en esta historia) y retó con toda la rabia del continente a Cien Caras:
-¡Mira, Carmelo, yo me he preparado todo este tiempo porque solo voy a regresar a luchar una vez!- dijo el can de Nochistlán, actualmente retirado del pancrasio-, ¡Y esa pelea es… para retirarte!-. El respetable, encendido aún por la irrupción canina, lo abucheó como nunca en su carrera, apoyando por completo a los rudos de rudos.
-¡No te tenemos miedo, ni a ti ni a tu hijo, Perro!- contestó Chucho desde ring side con otro micrófono (que tampoco sé de dónde sacó)
-¡Nosotros somos sus padres!- replicó Carmelo, seguido por un sonoro alarde de la muchedumbre.
Hasta el Doctor Morales -quien narraba para la televisión en una mesita- comentó “¡esto es un suceso histórico!”, refiriéndose a la lucha pretendida por el sabueso zacatecano. Y es que la rivalidad entre los Reyes y los Aguayo se hizo popular desde los años ochenta, llegando a arrebatarse títulos unos y otros, a cortarse la cabellera y mentársela de todos los modos posibles.
La cereza del pastel fue puesta por el Hijo del Perro, quien aprovechó el reto para sugerir cortarle la mata a los perdedores “!Pon fecha, Cien Caras!” Yo ya ni quise ver, mejor apagué la tele y busqué la máscara del Matemático que tenía guardada. Me habían convencido otra vez de amar la lucha libre, como se aman los teatros, los cines y el futbol.
Quizá cuando esta crónica vea la luz pública algunos de los protagonistas ya estén pelones o Carmelo esté jubilado del pancrasio; solo pretendo dejarlo en oído de ustedes, pues pasará un buen tiempo para que veamos una lucha con semejante candela. Afortunadamente hay luchadores con tan buen talento, capaces de mantener viva la tradición de las lucha libre en este país, el cuál aún tiene héroes, por lo menos en un ring.
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