30.4.06

Testigo

Image Hosted by ImageShack.us

Sitio al vientre de la noche que cae
luz a cuestas
parteaguas en nombre del cielo

Aquí, bajo el diorama, las creaturas
no tenemos manecilla ni arena

Es suficiente el claro del día
su marcha va a pausas como el preso de Reading
se deshoja en los pliegues
no por que un hombre lo violente con su voz
o por el canto del ave

Se encaja, como asceta, la sombra en su sombra
y viene la tiniebla
en amorosa cuna.

7.4.06

Nicole Kidman viene de regalo

Image Hosted by ImageShack.us

Chale. Me tiembla todo. Nicole Kidman es hoy mi actriz favorita, como alguna vez lo han sido Winona Ryder, Cecilia Roth, Caterine Denueve o Dolores del Río. Acá entre nos, de todas me parece la de nariz mejor y ojos mejores; la de cejas mejores y mejores pechos; la de mejor cuerpo y mejores labios, aunque le falte color a sus piernas (sólo color) y haya sido mujer del Tom ese que tanto le gusta a Carolina. Winona es un malvavisco, sí, pero es cleptomanísima como la tenista aquella, también muy piernudita ¿cómo se llamaba?... ah, sí, Jennifer Capriatti.

No esperaba tanto de Maizoro. Entré al supermercado por un desodorante y una coca, pensando dedicarle el domingo a un six de tecates, dos partidos de futbol, Deportv y una pizza de champiñones y chile morrón. Seguramente Carolina iba a salir con que fuéramos al cine o al centro comercial. Que se vaya sola, chingao ¿A poco nació acompañada? Cada semana es lo mismo. Si tantas ganas tiene de salir que se vaya con sus amigas las alcahuetas esas, Verónica y Paty, que se la pasan de un centro comercial a otro gastando el dinero de los maridos. Para eso si son muy buenas ¿no? En lugar de ponerse a trabajar, pues ni ricas son, nada más un fraude. Bueno, la Verónica está potable y eso la salva. Pero la otra.

En fin, estaba agendando el domingo de relax cuando miré la foto en la caja de Maizoro y pensé “ahí está mi novia Nicole”. Otros habrán pensado lo mismo, ya sé, pero uno sabrá con quién sueña, aunque sea una dama compartida ¿no? Total. Vi que la caja tenía el letrerito
¡Nicole Kidman
viene de regalo!

y como era la última de estante me la traje a casa. La abrí en la recámara –no fuera a llegar la metiche de Carolina- esperando encontrar mi Nicolita de plástico, muy al estilo Barbie y guiñándome un ojo. Nada. Vacié las ojuelas en la cama y las revolví como sopa de dominó, pero no encontré el juguete, ni chispas de chocolate en forma de la Kidman, ni estampita, ni un retrato impreso en la cara interna del cartón. Chale, pensé, estos ya me hicieron güey. No tolero que las super-empresas se burlen del consumidor, así que agarré el teléfono y marqué el número de quejas para mentarles la madre. Cero, uno, ochocientos, bla, bla, bla…

Antes los laberintos eran como los parterres de un jardín o la casa de los espejos. Hoy no necesitas más que un conmutador, el cual te trae de allá para acá como pendejo. Marque “uno” si quiere que lo atienda una operadora; “dos” si quiere poner una queja; “tres” si desea hablar con el intendente; cuatro si su chingada madre. Es una lata. Cuando por fin pude hablar con una mujer (quien por cierto tenía la voz más acartonada que López Dóriga) y le expuse mi queja, resultó muy contundente y a una velocidad de tarabilla: Lo siento, señor, pero la empresa no ha realizado promoción alguna relacionada con el tema que usted menciona. Cualquier otra consulta le será atendida con todo gusto escribiendo a nuestro correo electrónico o a este mismo teléfono. Muchas gracias por su preferencia y buen día. Me quedé como la esposa de Lot. Eso no se vale.

Como no tengo necesidad de argüendes me fui a ver el partido. La verdad, no estuve a gusto. A cada rato me venía la imagen de Nicle Kidman y pensaba lo que sucedería si en lugar del Piojo López fuera yo delantero del América. Fácil tuviera viejas mejores que Carolina y quien sabe si hasta mi Nicolita al lado. Ya con lana todo es fácil. Eso de trabajar como contador público para un despacho de contadores donde los jefes ni contadores son, no me hace gracia, pero me aguanto, qué más. Si tuviera dinero ya estaría en otras órbitas y mandaría a la fregada la oficina.

Uno sueña, como si nada, con tener una mujer de esas. Ha de ser grueso, pues no sólo de cariñitos se vive. Necesitas un dineral para llevarlas al salón de belleza, al spa, al gimnasio o de compras. Se visten en boutiques en París, Londres y Nueva York, no en el tianguis de los martes. Un contador público mediocre jamás llegará a eso, chale. Me tendré qué conformar con Playboy o Interviú mientras la Lotería Nacional me favorece con un premio de unos diez millones.

Total. Estuve pensando en eso todo el rato como bue ocioso.

Hace un par de horas le dije a Carolina que se olvidara del cine y se pusiera a lavar o a sobarme los pies. La muy delicadita se enojó, aventó la puerta y hasta “macho” me dijo. Eso me da coraje. A mí ninguna pinche vieja me dice “Macho” y ella hasta se encabrita. Muy moderna ¿no? Para quitarme el coraje salí a la calle. Fui a Farmacias Guadalajara, a Seven Eleven, a Oxxo y dos o tres tiendas de abarrotes. No me la vas a creer, pero en ninguna encontré la promoción de Nicole Kidman. O se agotaron pronto los cereales o es mero espejismo mío. No me vaya a estar volviendo loco. Hasta le pregunté a una cajera del Oxxo:

- Oiga, seño ¿ya se acabaron los Maizoro en los que regalan Nicoles Kidmans?

Me miró arqueando la geta como Pedro Infante y luego dijo, con la dificultad que el chicle le causaba:

- Pues yo no enterada estoy de eso, pregúntele al gerente.

Por si las dudas fui con el gerente y me contestó peor que los demás “¿Nicol quee?”. De todos modos compre una caja, para no dejar pasar la curiosidad y en el camino vine hurgando dentro y echándome unas ojuelas a la boca. Chale, de verdad que no traía nada, ni el letrerito, sólo un juego para niños: Ayuda a Elotín a salir del laberinto del malvado Cuervohambreado.

Perdí un pedazote de la tarde dando vueltas de tienda en tienda, tratando de recuperar algo que nunca tuve, o por lo menos información al respecto. Esas tentaciones no se las deseo a nadie. Ya alguna vez estuve en el internet buscando fotografías de Nicolita desnuda. A parte de que se metió un virus cizañoso al disco duro, entregué con dos días de retraso un informe a mi jefe. Me puso una cajetiza. Por ahí tengo las fotos en un CD, a ver si luego las vemos ¿no?

En eso estaba, pensando lo tarado que soy y la manera de disculpar los berrinches de Carolina para invitarla a la función de las nueve, pues hoy proyectan El Zorro, con Antonio Banderas y Caterine Zeta Jones. Al llegar a casa, me intercepto ella, muy cara de palo, como siempre. No: más bien asustada. “Te esperan dentro, idiota”.

Cuando entré a la sala se me fue el cereal como un pedregal a la garganta. En el sofá estaba Nicole Kidman, de verdad, sonriéndome, con las piernas cruzadas a la Sharon Stone y un par de enormes maletas.

Me dijo: “hola, cariño”.

Chale ¿y ahora qué?

(Publicado en Mientras pasa la tarde, noviembre de 205. DAV)

No hay peor lucha que la que no se hace

Image Hosted by ImageShack.us

A Cien Caras


-“O sea que vas a volver a la lucha?”- preguntaba emocionado el Doctor Morales a Pedro Aguayo.

-¡No, solo voy a pelear una vez, para retirar a Cien Caras!- respondió El Perro Aguayo, con ojos de lumbre y respiración intermitente.

Era un viernes, como todos, en la Monumental Arena México, el 4 de febrero del 2005, para ser precisos. Los Hermanos Dinamita se enfrentaban al trío de técnicos conformado por el Hijo del Perro Aguayo, Pierrot de Puerto Rico y Pierrot Jr., ante un atiborrado gentillal de gente y dos edecanes sedientas de chiflidos.

Cien caras, Mascara año 2000 y Universo 2000, conocidos también como Carmelo, Chucho y Andrés, habían perdido la primera caída en un medruguete y se dieron el lujo de reincorporarse para vencer a los técnicos en la segunda. Parecía una lucha normalita, pero el plato fuerte estaba por venir.

Era la tercera caída. Carmelo y sus muchachos aplicaban sendas llaves al Hijo del Perro y volaban por la segunda cuerda contra un Pierrot Jr. malherido, o mejor dicho: bienherido. A unos cuantos apretones de llave y parafernalia todo hubiera terminado, pero, repentinamente, una figura cavernaria emergió de la penumbra, corriendo muy envalentonado, muy sabe cómo: era el Perro Aguayo, quien subió hilarante al cuadrilátero en afán de defender a su cachorro y repartir coscorrones al Capo de Capos y su estirpe.

Con esta ayudita extra, la pelea se volcó a favor de los técnicos, por lo que Apolo Dantés, otro que no tenía vela en el entierro, brincó del público para defender a los ganaderos de Lagos. También El Vampiro Canadiense trepó al Ring, haciéndole más gordo el favor a la dinastía Aguayo. Total: se montonearon unos a otros, como en una campal de la Liga Obrera o en un operativo policiaco en Tepito.

De acuerdo con un boletín del Consejo Mundial de Lucha Libre, los gladiadores “convirtieron a la arena en una sucursal del manicomio”. Se dieron con todo al más ortodoxo estilo callejero. Los técnicos fueron descalificados gracias a la redentora impertinencia del Perro, quien, para darle más sabor al caldo, tomó un micrófono (la verdad yo no supe en qué momento entraron los micrófonos en esta historia) y retó con toda la rabia del continente a Cien Caras:

-¡Mira, Carmelo, yo me he preparado todo este tiempo porque solo voy a regresar a luchar una vez!- dijo el can de Nochistlán, actualmente retirado del pancrasio-, ¡Y esa pelea es… para retirarte!-. El respetable, encendido aún por la irrupción canina, lo abucheó como nunca en su carrera, apoyando por completo a los rudos de rudos.

-¡No te tenemos miedo, ni a ti ni a tu hijo, Perro!- contestó Chucho desde ring side con otro micrófono (que tampoco sé de dónde sacó)

-¡Nosotros somos sus padres!- replicó Carmelo, seguido por un sonoro alarde de la muchedumbre.

Hasta el Doctor Morales -quien narraba para la televisión en una mesita- comentó “¡esto es un suceso histórico!”, refiriéndose a la lucha pretendida por el sabueso zacatecano. Y es que la rivalidad entre los Reyes y los Aguayo se hizo popular desde los años ochenta, llegando a arrebatarse títulos unos y otros, a cortarse la cabellera y mentársela de todos los modos posibles.

La cereza del pastel fue puesta por el Hijo del Perro, quien aprovechó el reto para sugerir cortarle la mata a los perdedores “!Pon fecha, Cien Caras!” Yo ya ni quise ver, mejor apagué la tele y busqué la máscara del Matemático que tenía guardada. Me habían convencido otra vez de amar la lucha libre, como se aman los teatros, los cines y el futbol.

Quizá cuando esta crónica vea la luz pública algunos de los protagonistas ya estén pelones o Carmelo esté jubilado del pancrasio; solo pretendo dejarlo en oído de ustedes, pues pasará un buen tiempo para que veamos una lucha con semejante candela. Afortunadamente hay luchadores con tan buen talento, capaces de mantener viva la tradición de las lucha libre en este país, el cuál aún tiene héroes, por lo menos en un ring.