El pasado 21 de
noviembre, en la ciudad de Aguascalientes, el escritor Bladimir Ramírez (Zapotlán, 1996)
recibió el Premio “Salvador Gallardo Dávalos” por el libro Prueba de resistencia (Paraíso perdido, 2022). Una
vez más, como ha sucedido en los años recientes, el sur de Jalisco escala en la
literatura mexicana con una generación de autores que están contribuyendo a
renovar la narrativa y la poesía, como sucedió hace setenta años con Rulfo y
Arreola. Bladimir se suma a nombres que destacan hoy, como Hiram
Ruvalcaba, Ricardo Sigala, Alejandro Von Düben, Octavio
Hernández, José Luis Vivar o Mar Pérez, entre otros.
Prueba de resistencia reúne 20 cuentos sobre la vulnerabilidad del niño o el
adolescente que despierta a la sexualidad y al homoerotismo. Describe la
violencia de género que sufre en su primer acercamiento a las relaciones de
pareja, regularmente (o puedo decir siempre) en un contexto adverso y hostil,
encarnado en esos escenarios que supuestamente protegen al individuo y deben
estimular su desarrollo afectivo: la escuela y el hogar. Si bien, algunas obras
de la literatura mexicana ya habían tratado ese despertar, Prueba de resistencia lo asume con madurez desde la perspectiva homosexual,
la cual estuvo latente en nuestra literatura, pero se evadía hasta hoy.
La mayoría de los cuentos, como señalé
anteriormente, se ambientan en la secundaria, ese pequeño infierno donde los
personajes enfrentan una disciplina inequitativa por su personal instinto de
amar y reconocer en la piel del amigo su identidad. La burla, el acoso y la
violencia de todo tipo son actos recurrentes y lapidarios que sólo alientan un
sentido de culpabilidad o baja estima. Cito tan sólo una línea del libro: “él
estaba llorando mientras toda la
secundaria se reía”.
En ciertos momentos, la culpa es el castigo mismo y en otros ni culparse es apropiado, como en el cuento “La venganza de las abejas”, donde Erik, incapaz de sostener una humillación que sufren él y Santiago, arremete contra un panal de abejas: “fue por culpa de las abejas que nosotros nos separamos. Fue por culpa de las abejas que tuvimos que aprender a estar solos, sin el otro, solos de verdad, solos por primera vez.”
El despertar de los instintos eróticos es interrumpido en todo momento por la familia y las “buenas” costumbres, así como por un contexto que no dispensa las tentaciones de los protagonistas y termina por someterlos al desprendimiento, al castigo o la humillación pública. Para ello, y en semejanza con la realidad, cada cuento presenta personajes que, premeditadamente o no, interrumpen el acto de amar y construyen ese gran antagonismo en el libro: y pienso en Daniel, el pendenciero del salón; en Sofía, la prima inoportuna; en Martín, el chismoso de la escuela; y hasta en la trabajadora social y la directora de la secundaria, autoridades que aplican juicios precipitados y sancionan con la mano en la cintura para restaurar la “normalidad”.
Hay que advertir que, frente a la tragedia, el libro no es un lamento, ni siquiera una denuncia, sino un acercamiento sigiloso a la intimidad, un zoom a la experiencia del adolescente. Al narrarse en primera persona, los protagonistas conservan dicha intimidad y exhalan sus deseos con franqueza, logrando inmediatamente una empatía con el lector, con tal eficacia que daría envidia a cualquier cuentista. El lector, entonces, se apropia de los quehaceres de los personajes, de sus dudas y pesares, placeres y asombros.
Esta capacidad narrativa de Bladimir, acredita
su oficio y cuidado al escribir. Además de una economía de recursos en Prueba de resistencia encontramos un
humor jaspeado, no ese humor grotesco que pretende inundar las páginas a
carcajadas o hacer derroche en la vulnerabilidad de los personajes, sino el de
pequeñas dosis, a ratos imperceptible. Además, también suaviza la adversidad
con pequeños triunfos, como la expulsión de Daniel (el niño bravucón de la
escuela), el ataque al panal de abejas, o el gol del Gargajo que dio el
campeonato de futbol a su equipo: “Nunca antes me sentí tan querido. Cuando me
cargaron, me arrojaron varias veces al aire; una red de manos me atrapaba, me
rodeaba, me poseía. Sentí muchas manos en las piernas, en los muslos, en las
nalgas, en cada parte de la espalda. Ese era el verdadero trofeo.”
Prueba de resistencia es un libro para el goce, un acto tan necesario en nuestra literatura.