En 1963, el diseñador Harvey
Ball recibió 45 dólares por crear un ícono para una campaña interna de la
aseguradora State Mutual Life Insurantes,
en Massachusetts, con el fin de que los empleados mostraran
cordialidad durante sus horas de trabajo. Conocido como Smiley, cara sonriente o carita feliz, este ícono se le fue de
las manos a Ball y actualmente es una imagen del dominio público utilizada por
cualquier persona en situaciones personales, sociales y hasta profesionales.
En este 2015, como
cada tres años, nuestro país se ve inundado por infinidad de personajes que replican
un smiley, a pesar de que algunos de
ellos, durante el resto del tiempo, tengan cualidades más bien endiabladas. Son
los candidatos a cargos públicos, centrando su energía en seducir a los
ciudadanos y “obtener su confianza” con palmadas y regalos.
Esta alegoría de
sonrisas presume a todo tipo de rostros: políticos de carrera, “ciudadanos”,
advenedizos, caciques, líderes sindicales y hasta payasos, convirtiendo las
calles y medios de difusión en una lotería de felicidad que llega al hartazgo
(hartazón, como decimos en Jalisco). Sorprende tanta plenitud colgate en un
país donde la misma PGR reconoce cifras de 23 mil desparecidos y a la fecha
suman 7 mil secuestros desde el 2006; un país donde se trafica y rectifican
influencias,
Las campañas
deberían ser como la mera realidad y mostrar una angustiosa cara en búsqueda de
la luz, pues las preocupaciones vienen en montones. Ya Hamlet, desde la
ficción, les puso el dedo a estos candidatos: “Cuántas veces con el semblante de la devoción y la apariencia
de acciones piadosas engañamos al diablo mismo".
Afortunadamente,
para aquellos smileys que sean o no agraciados en las urnas, al siguiente día de
la elección podrán relajar sus músculos y volver a las andadas, pues la sonrisa
no es privativa de los candorosos, sino también del mercader, del déspota y del
cínico.