Nadie mejor que Otelo, el personaje de Shakespeare, para
ilustrar esa estremecedora dualidad que constituyen el amor y el odio,
emociones en apariencia opuestas pero que se alimentan una de la otra. Al final
de la tragedia, el desdichado moro estranguló por celos a Desdémona y luego se
hirió, decretando su muerte con estas palabras: “esposa mía, quise besarte
antes de morir. Ahora te beso y muero al besarte”.
Ahora
que el 2013 se despide, es momento de darle un beso de gracia igual al de
Otelo, pues nos deja un costal de amarguras y dulzuras, las cuales habrán de
saldarse sin rencor ni apego para dar paso a un rebosante 2014. Como cada año,
durante estos días se vienen en avalancha verbos como
recordar, recapitular, abandonar, olvidar, cambiar y prometer, los
cuales son evidencia de que la historia es cíclica y necesita pausas antes de
seguir haciendo de las suyas. Hay quien hasta redacta listas de propósitos o “buenos”
deseos que terminan como chatarra en menos de lo que canta un gallo.
Y
aunque el cambio de año no es más que un asunto conceptual, no deja uno de
arrastrarse por esa avalancha de recuentos. El beso de gracia para el 2013
llevará una dosis de odio en la saliva, pues vivimos un tiempo enrarecido por
los horrores de la violencia. Fue un año sitiado en todas partes: por el
espionaje norteamericano, las barricadas, los enunciados y consignas que se
suprimieron con cárcel y algunas reformas semejantes a un plan malévolo
inimaginable para el mismo Yago. Año enrojecido por una violencia sistemática
que no vislumbra un remedio cercano. Si en algún tiempo tenía refugio en la
ficción, ahora es cercana y hasta llega a tocarnos en lo personal. Los ajustes
de cuentas, los autogobiernos, los desaparecidos, el narcotráfico empoderado
del país y toda una secuela de crímenes que permanecieron como una enfermedad.
Y
para terminar de ser fatalista, hay que sumar a esos enormes yagos lucubrando
en la penumbra, aquellos que pueden decidir sobre la mayoría y saben reclinarse
ante el poder internacional: los dueños del aire mexicano (que ya son también
los señores del futbol) y los tejedores de la política, algunos de los cuales
terminarán dentro de poco tiempo como asesores de grandes corporativos
energéticos o socios en alguna empresa “prometedora”.
Sin
embargo, el malévolo Yago no sólo proyectó cuidadosamente la caída de Otelo,
sino que guardaba un callado deseo por Desdémona. Esperamos que la oscuridad se
ablande y mantengamos un voto de esperanza hacia nuestros gobiernos, a pesar de
sus contradicciones. Hace días, por ejemplo, me preguntaba si todos esos
diplomáticos que acudieron mansamente al funeral de Mandela lo hubieran
respaldado en su tiempo de activista. No es descabellado pensar que habrían
sido sus más férreos enemigos.
Por
su parte, los amores del 2013 se construyeron abajo y en silencio, en las
causas pequeñas que viven al margen de las decisiones macroeconómicas.
Sobrevivieron la poesía y sus frutos, los empeños del arte y el trabajo hormiga
de las redes sociales, frente a los grandes medios de comunicación, cuyo fin se
resume en la rentabilidad monetaria. Los medios de comunicación regionales
fueron también un cedazo ante ese aparato económico y se abrieron a voces
diversas.
Aún
nos queda la esperanza, la fidelidad desdemoniana ante un futuro indescifrable.
Indicadores de lo que nos espera a corto o mediano plazo son el (¿aterrador?)
saludo entre Obama y Raúl Castro, las contradicciones de Putin y la avanzada comercial
de China. En el plano local se vienen tiernas alzas a productos y servicios,
nada equitativas con el 3.9% de incremento al salario mínimo, así como la
puesta en marcha de las multicitadas reformas.
El
2013, en resumen, tuvo los claroscuros de cualquier año, pero se recrudecieron
las diferencias sociales y parece que este mundo no termina por enderezar su
tragedia. Esperemos, entonces, que venga el beso y una nueva luz encienda este
horizonte de complejidades.