Con este nuevo libro, Berónica Palacios (Chapala, 1973) cierra un ciclo de poesía íntima y personal en el que desnuda el tiempo vivido y los estadios del alma. Se trata de una reunión de poemas divididos en cuatro partes: estación natura, estación errante, estación herencia y estación vida. Cada una de ellas representa un círculo vital y un tiempo con evidentes signos autobiográficos y exploración del ser.
El acto de evocar es una constante en cada una de las estaciones: se buscan evidencias para comprender la incertidumbre del presente: en la piel del amante, en el hijo, en las sensaciones de infancia, en sí mismo… y parece que a nada se llega. Busco y solo encuentro un cofre de memorias fingidas, dice la poeta en uno de los versos, reconociendo que no todas las cicatrices del presente se encontrarán en el pasado, pues la memoria es también ingrata y escurridiza.
Aunque este andar a la deriva ocupa gran parte del libro, hay también momentos de plenitud. Ambos son intensos y se alzan con los cinco sentidos, pues Memoria incendiada es un golpe de vida para el lector y la palabra se manifiesta como un agente de pulsaciones: el deseo, la soledad, el hambre, la enfermedad, el placer, la belleza, el dolor y otros dignos de perpetuarse en la poesía.
Para quienes gustan de la literatura emocional, abrir estas páginas será sustancioso. Es un recuento de "incendios" que llagan la piel, una pausa en el mundo para arrojar la palabra que desgarra, los anhelos de infancia, el despiadado refugio familiar y todo aquello que no es resuelto sino en el verso desnudo: aquel que palpita. Memoria incendiada es, entonces, un acto de poesía vital, sin retóricas inecesarias.
El acto de evocar es una constante en cada una de las estaciones: se buscan evidencias para comprender la incertidumbre del presente: en la piel del amante, en el hijo, en las sensaciones de infancia, en sí mismo… y parece que a nada se llega. Busco y solo encuentro un cofre de memorias fingidas, dice la poeta en uno de los versos, reconociendo que no todas las cicatrices del presente se encontrarán en el pasado, pues la memoria es también ingrata y escurridiza.
Aunque este andar a la deriva ocupa gran parte del libro, hay también momentos de plenitud. Ambos son intensos y se alzan con los cinco sentidos, pues Memoria incendiada es un golpe de vida para el lector y la palabra se manifiesta como un agente de pulsaciones: el deseo, la soledad, el hambre, la enfermedad, el placer, la belleza, el dolor y otros dignos de perpetuarse en la poesía.
Para quienes gustan de la literatura emocional, abrir estas páginas será sustancioso. Es un recuento de "incendios" que llagan la piel, una pausa en el mundo para arrojar la palabra que desgarra, los anhelos de infancia, el despiadado refugio familiar y todo aquello que no es resuelto sino en el verso desnudo: aquel que palpita. Memoria incendiada es, entonces, un acto de poesía vital, sin retóricas inecesarias.