Francisco González León, por Helguera
Es un placer encontrarnos nuevamente para la celebración de la palabra, en este teatro que el próximo año llega a su primer centenario y que, por tradición, recibe cada festividad de agosto a quienes merecen la flor natural por su obra poética o narrativa.
Noam Chomski, ese gran pensador social, enemistado constante por el sistema socioeconómico de su país, escribió lo siguiente:
Es muy natural esperar que la preocupación por el lenguaje seguirá siendo central en el estudio de la naturaleza humana, como lo ha sido en el pasado. Todo el que se interese en el estudio de la naturaleza humana y de las capacidades del hombre, tiene que enfrentarse de algún modo con el hecho de que todos los seres humanos normales adquieren una lengua, mientras que la adquisición incluso de sus más elementales rudimentos está completamente fuera del alcance de un mono en otros respectos inteligente.
Este comentario de Chomski lo tomo como pretexto para establecer dos preocupaciones personales: la primera tiene que ver con repensar la dirección futura de la actividad literaria producida o impulsada (en este caso) desde una geografía en apariencia pequeña, como es el caso de Lagos o de cualquier ciudad interesada en los usos, costumbres y andamiajes de su lengua. Una actividad relativamente inservible y especialmente inútil para ese espectro de “comunicación” que nos sigue a cualquier lado, del sanitario a la escuela o de la casa al mercado. Me refiero a los medios masivos electrónicos y su aparato redentor, educador, catalizador y, paradójicamente, censor de manifestaciones o discursos distintos a los de su interés económico.
Esta patria pequeña de las letras y la labor hormiga de quienes promueven el ejercicio de la lecto-escritura, puede asirse a la función que los medios masivos le niegan al individuo en afán de masificar las ideologías o el conocimiento. Se aprehende la palabra en el corto territorio y bajo el quehacer de una editorial local, en un certamen como el de hoy, en la vuelta diaria al libro de buró, a la librería o a las recomendaciones de amigos, escritores, maestros y lectores comunes. Esta patria pequeña que edifica día a día su habla, amasija su entorno con la neutralidad de lo bienintencionado y permanece con la consigna escrita por voces cercanas y a la vez, distantes entre sí. ¿Quién no tiene en su repertorio idioconstructivo términos como hipérbole, memory stick, apalcuachar o wey (sí, con dobleú).
Es imprescindible, una vez apersonados en el siglo XXI, mantener la palabra desde estos aparentes rincones. Regionalizar y extender a la vez una red que nos permita estar al día en las turbulencias que mueven la lengua. Es grato, por ejemplo, encontrar hoy, en Lagos de Moreno, un autor del recóndito Mar de Cortés, a donde pocos llegan y de donde pocos vienen, como es el caso de Leonardo Varela. En este país no necesitamos grandes Centros Culturales o Megabibliotecas a las que llegará un porcentaje suavecito de lectores. No se requiere la infraestructura elefante, mientras el hombre de a pie, el individuo como causa, esté lejos de alcanzar un texto, ya no de Shakespeare o de Dostoievsky, sino de sus poetas locales. No es remediable una megabiblioteca si, lamentablemente, el mismo Presidente de la República se congratula por no tener un solo libro en el buró.
Por otro lado, preocupación fundamental de un certamen literario es la literatura misma, aún por encima de anhelos románticos. En el caso particular de Lagos, a veces nos incomoda que el premio no quede en casa, aún cuando la participación de escritores locales es, por tradición, muy amplia. Efectivamente: no se trata de otorgar concesiones, pues éstas son recompensa exclusiva para el que, a consideración del jurado, sea el mejor de los trabajos en el sentido estrictamente literario. Nada más. La calidad literaria es ajena a chauvinismos, indultos o gratuidades, y se aposta con quien mejor la ejerce.
Amamos la ciudad y estamos en su fundamento, como dice Alejandro Aura. Amamos su arquitectura, la mujer que cruza la calzada, los chocomiles de San Antonio o los viernes de antros en el Paseo de La Rivera. Amamos a sus escritores, aunque nunca los leemos, a sus charros y al tañir de la campana. Es ineludible no hacerlo, como es ineludible que en el certamen literario a quien debemos tributo es exclusivamente a la palabra, como naturaleza y fin de lo humano.
La palabra es mar o lumbre, narcótico y sedante. Hemos aprendido a humanizarnos en las letras, en la boca de Shakespeare o en los párpados que poco cerraba Rulfo; nos han construido El Quijote y La Iliada, somos la Sombra del caudillo, el Espejo humeante, los Recuerdos del porvenir…
Mis preocupaciones pueden ser compartidas o no, al final es un asunto que habrá de discutirse en el desarrollo de la actividad literaria local. Son, a la vez, las mismas procupaciones con las que el Comité Organizador se conduce. Quiero, manifestar mi reconocimiento al Comité, el cual, durante estos tres años, ha vigorizado este certamen, compartiendo el anhelo de perfeccionar los Juegos Florales y llevando a la práctica la seriedad del caso. Hace un año, el compromiso de editar los trabajos ganadores se consumó en un libro que ahora circula y reblandece las distancias entre los ganadores y el lector. Este año, el Ayuntamiento de la ciudad y el Consejo Municipal para la Cultura y las Artes, se han sumado nuevamente a la publicación de la edición 2006. Las premiaciones volátiles quedaron atrás.
Esta noche no asistimos a la conclusión de un evento. Es el venero de un trabajo literario que se apadrina en la ciudad de Lagos de Moreno, que se alienta en los ojos de Lucía I y tiene el aval de un jurado certificado. Es el trabajo de Leonardo Varela y el impulso de los casi cien escritores que participaron y mantienen estos Juegos Florales como una tradición legítima de la palabra en esa tierra.
Finalmente, y porque tengo la manía de citar a otros constantemente, les dejo esta arte poética de Javier Eraud, que ratifica la intensa necesidad de vivir la palabra. Eraud era un poeta peruano. En 1963, a los veintiun años, fue asesinado :
El mar lavará mi espíritu en las arenas
lo lava todos los días en el recuerdo
lo ha lavado con palabras
el mar no es un placer sino una vida.
Noam Chomski, ese gran pensador social, enemistado constante por el sistema socioeconómico de su país, escribió lo siguiente:
Es muy natural esperar que la preocupación por el lenguaje seguirá siendo central en el estudio de la naturaleza humana, como lo ha sido en el pasado. Todo el que se interese en el estudio de la naturaleza humana y de las capacidades del hombre, tiene que enfrentarse de algún modo con el hecho de que todos los seres humanos normales adquieren una lengua, mientras que la adquisición incluso de sus más elementales rudimentos está completamente fuera del alcance de un mono en otros respectos inteligente.
Este comentario de Chomski lo tomo como pretexto para establecer dos preocupaciones personales: la primera tiene que ver con repensar la dirección futura de la actividad literaria producida o impulsada (en este caso) desde una geografía en apariencia pequeña, como es el caso de Lagos o de cualquier ciudad interesada en los usos, costumbres y andamiajes de su lengua. Una actividad relativamente inservible y especialmente inútil para ese espectro de “comunicación” que nos sigue a cualquier lado, del sanitario a la escuela o de la casa al mercado. Me refiero a los medios masivos electrónicos y su aparato redentor, educador, catalizador y, paradójicamente, censor de manifestaciones o discursos distintos a los de su interés económico.
Esta patria pequeña de las letras y la labor hormiga de quienes promueven el ejercicio de la lecto-escritura, puede asirse a la función que los medios masivos le niegan al individuo en afán de masificar las ideologías o el conocimiento. Se aprehende la palabra en el corto territorio y bajo el quehacer de una editorial local, en un certamen como el de hoy, en la vuelta diaria al libro de buró, a la librería o a las recomendaciones de amigos, escritores, maestros y lectores comunes. Esta patria pequeña que edifica día a día su habla, amasija su entorno con la neutralidad de lo bienintencionado y permanece con la consigna escrita por voces cercanas y a la vez, distantes entre sí. ¿Quién no tiene en su repertorio idioconstructivo términos como hipérbole, memory stick, apalcuachar o wey (sí, con dobleú).
Es imprescindible, una vez apersonados en el siglo XXI, mantener la palabra desde estos aparentes rincones. Regionalizar y extender a la vez una red que nos permita estar al día en las turbulencias que mueven la lengua. Es grato, por ejemplo, encontrar hoy, en Lagos de Moreno, un autor del recóndito Mar de Cortés, a donde pocos llegan y de donde pocos vienen, como es el caso de Leonardo Varela. En este país no necesitamos grandes Centros Culturales o Megabibliotecas a las que llegará un porcentaje suavecito de lectores. No se requiere la infraestructura elefante, mientras el hombre de a pie, el individuo como causa, esté lejos de alcanzar un texto, ya no de Shakespeare o de Dostoievsky, sino de sus poetas locales. No es remediable una megabiblioteca si, lamentablemente, el mismo Presidente de la República se congratula por no tener un solo libro en el buró.
Por otro lado, preocupación fundamental de un certamen literario es la literatura misma, aún por encima de anhelos románticos. En el caso particular de Lagos, a veces nos incomoda que el premio no quede en casa, aún cuando la participación de escritores locales es, por tradición, muy amplia. Efectivamente: no se trata de otorgar concesiones, pues éstas son recompensa exclusiva para el que, a consideración del jurado, sea el mejor de los trabajos en el sentido estrictamente literario. Nada más. La calidad literaria es ajena a chauvinismos, indultos o gratuidades, y se aposta con quien mejor la ejerce.
Amamos la ciudad y estamos en su fundamento, como dice Alejandro Aura. Amamos su arquitectura, la mujer que cruza la calzada, los chocomiles de San Antonio o los viernes de antros en el Paseo de La Rivera. Amamos a sus escritores, aunque nunca los leemos, a sus charros y al tañir de la campana. Es ineludible no hacerlo, como es ineludible que en el certamen literario a quien debemos tributo es exclusivamente a la palabra, como naturaleza y fin de lo humano.
La palabra es mar o lumbre, narcótico y sedante. Hemos aprendido a humanizarnos en las letras, en la boca de Shakespeare o en los párpados que poco cerraba Rulfo; nos han construido El Quijote y La Iliada, somos la Sombra del caudillo, el Espejo humeante, los Recuerdos del porvenir…
Mis preocupaciones pueden ser compartidas o no, al final es un asunto que habrá de discutirse en el desarrollo de la actividad literaria local. Son, a la vez, las mismas procupaciones con las que el Comité Organizador se conduce. Quiero, manifestar mi reconocimiento al Comité, el cual, durante estos tres años, ha vigorizado este certamen, compartiendo el anhelo de perfeccionar los Juegos Florales y llevando a la práctica la seriedad del caso. Hace un año, el compromiso de editar los trabajos ganadores se consumó en un libro que ahora circula y reblandece las distancias entre los ganadores y el lector. Este año, el Ayuntamiento de la ciudad y el Consejo Municipal para la Cultura y las Artes, se han sumado nuevamente a la publicación de la edición 2006. Las premiaciones volátiles quedaron atrás.
Esta noche no asistimos a la conclusión de un evento. Es el venero de un trabajo literario que se apadrina en la ciudad de Lagos de Moreno, que se alienta en los ojos de Lucía I y tiene el aval de un jurado certificado. Es el trabajo de Leonardo Varela y el impulso de los casi cien escritores que participaron y mantienen estos Juegos Florales como una tradición legítima de la palabra en esa tierra.
Finalmente, y porque tengo la manía de citar a otros constantemente, les dejo esta arte poética de Javier Eraud, que ratifica la intensa necesidad de vivir la palabra. Eraud era un poeta peruano. En 1963, a los veintiun años, fue asesinado :
El mar lavará mi espíritu en las arenas
lo lava todos los días en el recuerdo
lo ha lavado con palabras
el mar no es un placer sino una vida.
Texto pronunciado en la ceremonia de premiación, el 2 de agosto de 2006