El primero de mayo se anunció que Enrique Norten fue seleccionado como finalista del concurso “Zona Cero”, para el diseño y construcción de un centro cultural en el sitio que anteriormente ocuparon las torres gemelas de Nueva York.
Hace un año, le entregaron el Leonardo Da Vinci World Award of Arts y ganó el concurso internacional para realizar el proyecto del Museo Guggenheim en Guadalajara, una torre translúcida que romperá el horizonte trunco de la Calzada Independencia y concederá una nueva postal a la Barranca de Huentitán. Esta fue una de las noticias más difundidas de la arquitectura mundial, por la relevancia del proyecto y porque las obras anteriores de la fundación (el museo de Frank Lloyd Wright en Nueva York y el de Ghery en Bilbao) han constituido un referente en el desarrollo de la arquitectura.
Enrique Norten (Ciudad de México, 1954) pertenece a esa generación de arquitectos finiseculares (mejor dicho: fronterizos) como la catalana Carmen Pinó, el francés Jean Nouvel, o los norteamericanos Billie Tsien, cuya obra aparece con renovado lenguaje y un discurso de proyección universal, asumiendo el compromiso de la tecnología en el arte y la recuperación de la convivencia entre el hombre y el medio ambiente. No buscan el preciosismo, sino la eficacia del lenguaje espacial y el uso de alternativas formales en las estructuras y en la cinética urbana.
En 1985, Enrique Norten fundó TEN Aquitectos, taller con sedes en México y en Nueva York, en el que ha desarrollado su obra. Destacan la Casa O (1991), los Comedores Televisa (1993), La casa LE (1995), la Casa RR (1997), el Hotel Habita (2000), La Escuela Nacional de Teatro, el estacionamiento de la Princeton University (2000) y la Casa C (2004). Actualmente construye el Visual and Performing Arts Library, en Brooklin, y el Hotel Budapest, en la capital húngara, entre otras obras.
Además, Norten fue invitado para participar en el desarrollo JVC de Guadalajara, junto con otros arquitectos reconocidos (entre ellos el González de León), y fue jurado del Memorial del 11S en Nueva York. Se ha dedicado también al quehacer académico en distintas universidades y es fundador y miembro del consejo editorial de la revista Arquitectura.
En México, la arquitectura inmediata a Luis Barragán -con Legorreta, Agustín Hernández, González de León, Zohn o Serrano- se había endurecido a fines de los ochentas y, en algunos casos, petrificado; además, el creciente influjo de la arquitectura como un producto comercial, así como la especulación del suelo, agobiaba el desarrollo de nuevas tendencias de diseño, anclando el espectro imaginativo en la tradición, pero dejando de lado el hilo conductor de una reinterpretación “arquitectónicamente novedosa y necesaria” en el país.
Estas condiciones terminaron por darle paso a esta nueva generación de arquitectos (y Norten a la cabeza) de voz quieta y transparencia espacial, en contraposición al violento posmodernismo -que a ningún lugar ha llevado- y del high-tech, engrandecido por el mercado norteamericano y la industria del acero.
Manuel Larrosa definió la arquitectura posmoderna como “la huida hacia la mera apariencia”. Enrique Norten es uno de los arquitectos que ahora huyen de esa apariencia y establecen el discurso del diseñador y humanista, por encima del megalómano “creador”. De hecho, considera que el arquitecto “no es artista”, sino el profesional responsable de un diseño integral derivado de necesidades concretas y cotidianas. Con él se ha roto el prisma simple del racionalismo o el amaneramiento del tardomoderno; se relaja la arquitectura y cambia el rigor espacial por el ambient; se suavizan la luz y el color; se diluyen los muros en pantallas y retrocede el funcionalismo como sujeto inquisidor de las formas.
Ahora Norten se encuentra en los cuernos de la luna, como hace diez años lo estaba Legorreta, pues es el arquitecto mexicano de mayor proyección. Es un buen momento para agendar otro rumbo en nuestra quieta arquitectura.
Hace un año, le entregaron el Leonardo Da Vinci World Award of Arts y ganó el concurso internacional para realizar el proyecto del Museo Guggenheim en Guadalajara, una torre translúcida que romperá el horizonte trunco de la Calzada Independencia y concederá una nueva postal a la Barranca de Huentitán. Esta fue una de las noticias más difundidas de la arquitectura mundial, por la relevancia del proyecto y porque las obras anteriores de la fundación (el museo de Frank Lloyd Wright en Nueva York y el de Ghery en Bilbao) han constituido un referente en el desarrollo de la arquitectura.
Enrique Norten (Ciudad de México, 1954) pertenece a esa generación de arquitectos finiseculares (mejor dicho: fronterizos) como la catalana Carmen Pinó, el francés Jean Nouvel, o los norteamericanos Billie Tsien, cuya obra aparece con renovado lenguaje y un discurso de proyección universal, asumiendo el compromiso de la tecnología en el arte y la recuperación de la convivencia entre el hombre y el medio ambiente. No buscan el preciosismo, sino la eficacia del lenguaje espacial y el uso de alternativas formales en las estructuras y en la cinética urbana.
En 1985, Enrique Norten fundó TEN Aquitectos, taller con sedes en México y en Nueva York, en el que ha desarrollado su obra. Destacan la Casa O (1991), los Comedores Televisa (1993), La casa LE (1995), la Casa RR (1997), el Hotel Habita (2000), La Escuela Nacional de Teatro, el estacionamiento de la Princeton University (2000) y la Casa C (2004). Actualmente construye el Visual and Performing Arts Library, en Brooklin, y el Hotel Budapest, en la capital húngara, entre otras obras.
Además, Norten fue invitado para participar en el desarrollo JVC de Guadalajara, junto con otros arquitectos reconocidos (entre ellos el González de León), y fue jurado del Memorial del 11S en Nueva York. Se ha dedicado también al quehacer académico en distintas universidades y es fundador y miembro del consejo editorial de la revista Arquitectura.
En México, la arquitectura inmediata a Luis Barragán -con Legorreta, Agustín Hernández, González de León, Zohn o Serrano- se había endurecido a fines de los ochentas y, en algunos casos, petrificado; además, el creciente influjo de la arquitectura como un producto comercial, así como la especulación del suelo, agobiaba el desarrollo de nuevas tendencias de diseño, anclando el espectro imaginativo en la tradición, pero dejando de lado el hilo conductor de una reinterpretación “arquitectónicamente novedosa y necesaria” en el país.
Estas condiciones terminaron por darle paso a esta nueva generación de arquitectos (y Norten a la cabeza) de voz quieta y transparencia espacial, en contraposición al violento posmodernismo -que a ningún lugar ha llevado- y del high-tech, engrandecido por el mercado norteamericano y la industria del acero.
Manuel Larrosa definió la arquitectura posmoderna como “la huida hacia la mera apariencia”. Enrique Norten es uno de los arquitectos que ahora huyen de esa apariencia y establecen el discurso del diseñador y humanista, por encima del megalómano “creador”. De hecho, considera que el arquitecto “no es artista”, sino el profesional responsable de un diseño integral derivado de necesidades concretas y cotidianas. Con él se ha roto el prisma simple del racionalismo o el amaneramiento del tardomoderno; se relaja la arquitectura y cambia el rigor espacial por el ambient; se suavizan la luz y el color; se diluyen los muros en pantallas y retrocede el funcionalismo como sujeto inquisidor de las formas.
Ahora Norten se encuentra en los cuernos de la luna, como hace diez años lo estaba Legorreta, pues es el arquitecto mexicano de mayor proyección. Es un buen momento para agendar otro rumbo en nuestra quieta arquitectura.