La arquitectura vive al servicio del ser humano, no únicamente por su carácter utilitario (abrigo, protección, intimidad, etcétera), sino como un catalizador, embaucador, alimento espiritual y registro del pensamiento social. Su respuesta a las necesidades históricas es permanente y su imprescindible afecto a la intimidad del hombre, la vuelve animada, un cuerpo con organismo propio y lecturas íntegras.
Es, según ésta última afirmación, un sujeto sensual, dispuesto al acto amatorio con el usuario y sus cinco sentidos. La única de las bellas artes en la que el receptor se encuentra físicamente dentro y se ablanda o endurece según el lenguaje del espacio.
Aunque no de manera explícita (salvo en casos relacionados con la ornamentación y las representaciones), la arquitectura guarda un vínculo con el erotismo mediante factores simbólicos y sensitivos, ya sea por medio de analogías, tratamientos o referencias mentales.
Por ejemplo, en el popular "Código Da Vinci", Dan Brown sugiere, entre otras cosas (algunas no me satisfacen), que los pórticos apuntados y abocinados de las catedrales góticas representan la hendidura femenina. Esta analogía engendra una doble simbiosis en la purificación al penetrar por ellas: la del alma (espiritual) y las terrenales (relación hombre-mujer). También Rainer María Rilke, en un poema titulado "El Rosetón", descubre ese vínculo entre el espacio arquitectónico y el erotismo. De acuerdo con el poeta, el acto amoroso subyace a otra relación objetiva: la del espacio y la espiritualidad del recinto poetizado:
…la mirada que, como aprisionada por el círculo
de un remolino, nada un rato aún
y luego se hunde y ya no sabe nada de sí misma;
cuando este ojo, que descansa en apariencia,
se abre y la sepulta en él con un bramido
y la rebata a su interior, hasta la roja sangre…
de un remolino, nada un rato aún
y luego se hunde y ya no sabe nada de sí misma;
cuando este ojo, que descansa en apariencia,
se abre y la sepulta en él con un bramido
y la rebata a su interior, hasta la roja sangre…
A diferencia de la escultura, su hermana la arquitectura posee los espacios del placer, las ataduras internas. Quizá por ello no sea, como lo señalé arriba, explícita. Y no lo es en cuanto a que comparte ese lenguaje arcano también el Erotismo. Se circunda, se concentra. Acontece en sus propias savias el proceso sensual. En sus transiciones lúdicas. En la escultura el vínculo erótico adquiere piel y se vitaliza en ella. Hay muchos ejemplos, como la "Dona y Ocell" de Joan Miró, en Barcelona, "El beso" de Rodín, las representaciones fálicas prehispánicas o los catálogos en piedra de la India.
El año pasado, el Colegio de arquitectos de Cataluña realizó la exposición titulada “Erotica Architectonica”, en la que planteaban: “la arquitectura es un arte erótico, puesto que su vivencia implica la totalidad de los sentidos humanos a la manera en que se produce el contacto con otro cuerpo”. Según los investigadores Fredy Massad y Alicia Guerrero Yeste, los expositores, ese contacto tiene cuatro líneas generadoras: la forma (el cuerpo), el ornamento (la piel), los espacios (estructuras de Eros y la psique erótica) y los territorios (espacios o jardines del placer).
Estas líneas, a mi parecer, pueden asirse en dos fases: la creadora, en la cual el arquitecto se encuentra sólo, en el proceso de “hacer la arquitectura”, duelo amoroso e incompartible, inmerso en el objeto arquitectónico, el restirador o la computadora; y la fase recreadora, que se goza una vez construido y habitado el espacio: la exploración sensual, la permanencia y el goce.
Hay múltiples ejemplos en este tema, incluídos palacios romanos y bizantinos, catedrales góticas, obras de Paladio, Barragán, Foster, Jacobsen, Rossi… En nuestra ciudad, la Rinconada de Capuchinas, obra de Salvador de Alba (que Carlos González Lobo define como “peradigmática”), es un caso pleno, anidado entre edificios amorosos y un perfecto conocimiento de la piel, las atmósferas y los tributos que el espacio puede ofrecer al acto erótico, y que ya antes había ofrecido a otro sensual llamado Francisco González León.
Qué rico tema ¿no?